El feminismo, las nuevas maneras de convivir y los diferentes tipos de familias, la libertad sexual y los derechos de los colectivos LGTBI+, el ecologismo y el acercamiento a la naturaleza, parecen hoy reivindicaciones sociales mucho mainstream que hace 50 años eran consideradas underground o contraculturales. En aquel momento fueron impulsadas por la generación más joven no sólo contra el pensamiento dominante del franquismo, sino también al margen del antifranquismo organizado, que más bien hace fruncir el ceño contra aquellos que "perdieron el miedo a ser libres".

Ahora, una exposición al Palau Robert homenajea aquellos años con 'El underground y la contracultura en la Catalunya de los 70: un reconocimiento', comisariada Pepe Ribas, mítico cofundador de la revista Ajoblanco, la cabecera más importante del underground catalán y que llegó a tener una tirada de 90.000 ejemplares, con la colaboración de Canti Casanovas, impulsor del digital La web sin nombre.

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Hartos del franquismo y alejados de los partidos clandestinos

Nacida en los Estados Unidos como reacción crítica severa a los valores tradicionales y las ideas de progreso y competitividad que parecían regir la sociedad más desarrollada de occidente, la contracultura despertó en las nuevas generaciones de jóvenes formados y algunos de sus profesores el interés por la psicología de la alienación, el misticismo oriental, las drogas psicodélicas, las teorías anarquistas, el dadaismo, Henry David Thoreau, el ecologismo y las experiencias comunitarias. En Catalunya aquel movimiento irrumpió de la mano de los hippies que habían pasado para|por California, Londres o Amsterdam, a través del nuevo rock-and-roll y del poso de mayo del 68 parisino. Aquella juventud contestatari harta de la moral nacionalcatólica y el dogmatismo de las organizaciones clandestinas de izquierdas aprovechó las grietas de un régimen represivo en decadencia para conectar con estas corrientes internacionales y emprender una ruptura vital.

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Algunos lo hicieron viajante hasta la India, en unos periplos tan míticos como peligrosos, o bien con las primeras comunas, decoradas con cojines y telas en Barcelona, pero también en lugares tan inhóspitos como Ibiza y Formentera de antes del turismo. Son años también de experimentación con nuevas y viejas drogas, como LSD. Con hitos como el concierto del Grupo de Folk en la Ciutadella y en torno a espacios como la sala Zeleste, en la calle entonces denominado Plateria, se configura la llamada música layetana, con nombres como el pionero Pau Riba, Jaume Sisa o Jordi Batiste y el impulso del Canet Rock, mientras el teatro también vive el nacimiento de nuevas experiencias, como Los juglares, Comediants o Dagoll-Dagom. "La vida no era una fiesta, pero luchamos para que lo fuera" asegura el comisario de la muestra, que señala que aunque el régimen estaba obsesionado con los comunistas y los nacionalistas y no sabía qué hacer con aquellos hippies contraculturales, hubo multas, procesos, encarcelamientos y detenciones.

Barcelona era una fiesta... que daba miedo

El cómic, revistas como Ajoblanco –con colaboradores como Karmele Marchante, Ramon Barnils o Quim Monzó–, nuevas editoriales como Kayrós y la experiencia americana de escritores como Luis Racionero fueron los difusores de aquellas nuevas ideas que hermanaban la antipsiquiatría con el feminismo, la reivindicación del orgullo gay con el ecologismo, la recuperación del anarquismo catalán con la poesía, y que tuvo en las Ramblas, donde reinaban Ocaña o Nazario, su escenario principal.

Aquel movimiento generacional único tuvo su punto álgido con las Jornadas Libertarias Internacionales, celebradas en el Park Güell en julio de 1977, y que reunieron a 500.000 personas. A partir de entonces, la incomodidad que suponía para el naciente régimen del 78, que se asustó ante aquella fuerza, la radicalización con movimientos como la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL) de los presos comunes de las prisiones o la popularización de la heroína, pero también las propias contradicciones de la CNT, que como señala Ribas, no supo asumir las nuevas reivindicaciones sociales y vincularlas al movimiento libertario y la construcción de un nuevo paradigma consumista y egocéntrico, comportaron el final de aquella experiencia única.

CANET ROCK 1975. Foto Pep Rigol copia

Canet Rock 1975/Pep Rigol

50 años después

Ribas es muy crítico, sin embargo, contra aquella parte del relato que explica que aquella fuerza creativa se trasladó a Madrid y formó la movida madrileña. "No tenía nada que ver". Lo que sí que defiende de forma vehemente es la oportunidad de la institucionalización de este homenaje, promovido por la Dirección General de Difusión de la Generalitat: "Es necesario que todo eso se conozca, sobre todo porque la mayoría de las reivindicaciones de que hacíamos todavía están por cumplir". En este sentido, reivindica aquellos movimientos como una pieza clave de la memoria colectiva y como embrión de los actuales movimientos sociales.

La exposición, que se puede visitar hasta el 28 de noviembre de 2021, se estructura en diferentes ámbitos que ocupan la segunda planta del Palau Robert. La experiencia, totalmente inmersiva, empieza con una puerta carcelaria que evoca el deseo de los jóvenes de huir de la prisión en que se había convertido la España del franquismo, y permite detenerse en espacios que evocan un piso hippie con los cojines y las telas de colores, una mesa de Zeleste o el ambiente de las Ramblas y las Jornadas Libertarias. Más de 700 objetos, fotografías, carteles, cómicos, revistas acompañan un recorrido guiado por una cronología de portadas de diarios.

Redacción de Ajoblanco dibujados por Quim Monzó

Redacción de Ajoblanco dibujada por Quim Monzó

 

Foto de portada: Pau Riba en el Canet Rock de 1975/Pep Rigol