Ahora que llevamos unas cuantas emitidas, se puede decir que el gran problema de las series de Marvel es el mismo formato. Todas ellas tienen su grado de interés, ya sea por pertenencia a un imaginario o por identidad propia, pero mejorarían mucho si fueran películas de dos horas, en gran medida porque se nota que la historia que explican no dependen tanto de las viñetas que las han inspirado (que justamente funcionaban en su día de manera serial) como del universo cinematográfico que se ha construido desde Iron Man. No son tramas y personajes que tengan unas características idóneas para plataformas, es simplemente que se las hace encajar en este medio porque se ha considerado que el cine se les quedaba grande, o porque sus aventuras individuales no se podían limitar a una trama secundaria.
Pero en el fondo la narrativa de todas estas series tiene poco que ver con el medio antes conocido como televisivo, por eso acaban y se dilatan en exceso, acaban pidiendo la hora y se pasan de explicativas. Un paradigma de eso es que la mejor que se ha estrenado hasta ahora sea WandaVision, que justamente trabaja a fondo el diálogo entre cómic, cine y televisión. Vistos cuatro episodios, She-Hulk: Abogada Hulka apunta en la misma dirección de esta última, porque incorpora variantes que la convierten en una serie muy prometedora.
La primera novedad afecta a su estructura —ya que esta será una serie de nueve episodios de poco más de media hora— y también el tono, porque a diferencia de sus predecesoras apuesta abiertamente por el humor a costa, precisamente, de los conflictos inherentes a las series de Marvel. Rompiendo la cuarta pared (recurso del que, afortunadamente, no se abusa), la protagonista ya nos hace conscientes de la tensión interna del producto: esto será una comedia judicial, pero habrá superhéroes y, por lo tanto, una génesis por explicar. Es por este motivo que el piloto de She-Hulk: Abogada Hulka no es especialmente original, pero sí muy efectivo para situar al espectador y establecer las bases del tipo de serie que acabaremos mirando.
En este sentido, brilla por su mirada femenina (que ya está en el cómic, pero que aquí se potencia con gags metalingüísticos muy pensados para una de las especialidades de Marvel: reírse de su propio canon), una narrativa que nunca sucumbe a la tentación de los grandes discursos estéticos (sólo hay que ver cómo acaba el capítulo en los juzgados, casi una viñeta en movimiento) y unos diálogos ágiles que buscan, y encuentran, un equilibrio entre lo que ya sabemos del universo en lo cual transcurre la acción y lo que todavía tiene que venir. Dicho de otra manera, se puede ver la serie sin ser un erudito de Marvel, pero si se es un iniciado en la materia el festival está asegurado, una sensación que crece a medida que avanza la trama. A pesar de alguna solución visual discutible, la serie aporta aire fresco al imaginario del que forma parte gracias a una carismática protagonista que rompe unos cuantos moldes del género y tiene en Tatiana Maslany a su perfecta encarnación. Aparte que es imposible que te caiga mal una serie que debate abiertamente la vida sexual de Steve Rogers.