A diferencia del pop y el rock, mucho más inmovilista en los últimos años, el jazz no deja de evolucionar. No ha quedado para nada, anclado en aquellos años de mayor gloria. Las escenas se renuevan, y tanto en Los Angeles como en Londres, hay un movimiento sólido, contestatario y fresco. En esto, ayuda que, con la transformación de los tiempos, el jazz ya no es ese estilo que conocimos tiempo atrás con unos patrones muy marcados y definidos. Que sí, había el free jazz, y con ello, muchos subgéneros, pero ahora en ese cajón cabe casi todo. Es esa especie de jazz cósmico que busca, ante todo, volarte la cabeza. Intentar analizar cada disco, cada proyecto, es un rompecabezas. Que el jazz se dé la mano con el hip-hop, el soul o las músicas urbanas también es una ventaja. Cualquiera con un mínimo de inquietud y que aporte, es bienvenido. Y en esto, también tienen su parte de culpa los sellos. Uno de los que más International Anthem. Cada disco que publican es un pequeño prodigio. El catálogo a estas alturas es puro oro. Y en ese grueso están Irreversible Entanglements, que pasa por ser uno de los combos más inclasificables (e irreversibles).
Un viaje alucinante por los confines del jazz
El grupo lo conforman el saxofonista Keir Neuringer, el trompetista Aquiles Navarro, el contrabajista Luke Stewart y el batería Tcheser Holmes. Y al frente de todo, la voz de un Moor Mother lúcido e inconformista que no deja títere con cabeza. De hecho, se conocieron en 2015 durante una jornada de protestas por el asesinato de Akai Gurley a manos de la policía de Nueva York. Sin duda, el lugar y la circunstancia eran propicios. A partir de ahí, se lanzan a crear. La maquinaría se engrasa en nada. Es como si llevaran toda la vida tocando juntos. Se manejan a gusto en el caos y en el desorden. Es más, esto no tiene sentido sin estas connotaciones. Luego, todo coge forma y, como se puede comprobar en sus discos, el núcleo es duro y el discurso claro. Open the gates, la pieza de apertura de su homónimo disco de debut, ya es una declaración de intenciones. Storm came twice, también. En ella se habla del origen de la negritud, la explosión y descripción del blues, y asimismo, de corazones rotos, de la tristeza... En la música de Irreversible Entanglements hay mucha poesía, aquí es tan importante lo que suena como lo que se dice (y lógicamente la manera cómo se dice).
En la música de Irreversible Entanglements hay mucha poesía, aquí es tan importante lo que suena como lo que se dice (y lógicamente la manera cómo se dice)
Con estas credenciales y toneladas de espiritualidad a su alrededor, el quinteto no escatima en esfuerzos: en sus discos hay mucho trabajo y la conciencia en su labor como músicos y activistas. Quizá no gocen de ese lado más festivo y tan folclórico de Ezra Collective, pero, en cambio, sí creen, como aquellos, en la importancia de la comunidad, en ir de la mano, en subrayar las cosas realmente imperiosas. A Irreversible Entanglements se les va más la pinza, juegan a las adivinanzas y, para seguirles la pista, necesitas una buena predisposición e imaginación. La propuesta, de primeras, no es fácil, pero si entras en su universo, las posibilidades de disfrute se multiplican por un millón. Open the gates y Protect your light (su última muestra discográfica de 2023) nos da suficientes pistas. Lo que empieza como una fase más pacífica con Free love, se convierte en incendio con Soundness, para acabar en Degrees of freedom, ese lugar en el cual se forjan los convencidos, aquellos que, a pesar de las dificultades y la competencia, se creen invencibles e indestructibles. Para ellos, la fantasía musical de Irreversible Entangements.
A Irreversible Entanglements se les va la pinza, juegan a las adivinanzas y, para seguirles la pista, necesitas una buena predisposición e imaginación
Así que, en esencia, y sobre el coqueto escenario de El Molino, lo que montan Irreversible Engangements es un puzle calidoscópico. No necesitan setlist (no hay ni un parón, esto es en sesión continua), ni trazar un viaje en tránsito, que les lleva cada vez hasta una plaza distinta. El suyo es un diálogo plural, y el voto es libre; la elección también. A diferencia de otras clases de jazz más pautado, aquí no hay momentos para el lucimiento exclusivo: todos van a la par. La batería empuja como un camión de mercancías, a su lado un contrabajo que le descarga parte de esa responsabilidad. La flauta (y el saxo, cosas del mismo músico) es, a menudo, histriónica y vivaz. Y la trompeta es el elemento de más brillo, por conocido y conciliador. Y luego ese fraseo (con un libro en mano, literal): diligente y tan quebradizo como armónico, y ese poso espiritual inevitable (y necesario). En definitiva, una hora y cuarto en que pierdes el oremus y el mundo de vista, y ya de paso, te cuelas en uno de esos festines endiablados que proponía Albert Ayler o Don Cherry.