Barcelona, 24 de noviembre de 1406. Hace 616 años. Moría Sibila de Fortià, viuda del difunto conde-rey Pedro III, madrastra de los condes-reyes Juan I (fallecido prematuramente en 1396) y Martín I (que en aquel momento ostentaba la corona), y suegra del conde Jaime II de Urgell, que seis años más tarde (1412) sería un firme candidato a ocupar el trono de Barcelona. Sibila de Fortià, cuarta esposa de Pedro III, tuvo una intensa y azarosa vida; totalmente condicionada por los grandes acontecimientos políticos que marcaron el destino del casal de Barcelona. Desde la muerte de su esposo (1387) fue ferozmente perseguida por sus hijastros, hasta el punto que se la acusó de practicar el esoterismo para acabar con la familia real catalana. ¿Pero era este el verdadero propósito de Sibila? ¿O simplemente intentaba escapar de una familia en descomposición que se movía en la desesperación?
¿De dónde venía y quién era Sibila?
Sibila de Fortià había nacido hacia 1350 en algún lugar del condado de Empúries, probablemente en el castillo de los Fortià, una estirpe feudal del valle del río Muga que, en el transcurso de los siglos, habían progresado (si se puede decir así) de la categoría de mayorales maltrata-campesinos a la de pequeña nobleza exprime-campesinos. Durante siglos, los Fortià habían estado bajo la bota del casal condal de Castelló d'Empúries, a su vez, históricamente subordinado al casal de Barcelona. El año 1325, un cuarto de siglo antes del nacimiento de Sibila, la casa condal de Empúries había revertido a la de Barcelona, y el título pasaba de cabeza a cabeza de los vástagos de la familia real catalana. Castelló se convirtió en una especie de casa de estancia de los Bellónida de Barcelona y eso explicaría el desplazamiento de Sibila a palacio con tan sólo doce años.
¿Cómo llega Sibila hasta las barbas del rey?
La historia de Sibila no es la de la hija del masovero que pasa a la casa del amo a servir como sirvienta. La adolescente Sibila llegó a la corte (1362) para formar parte del privilegiado grupo de damas de compañía de Leonor de Sicilia, tercera esposa de Pedro III. Otra cosa serían los méritos que acreditaba, porque más allá de una extraordinaria belleza física, las fuentes documentales la describen como una campesina asilvestrada, sin nivel cultural y sin modales cortesanos. Y eso le reportó muchos problemas. Sobre todo con los hijos de su patrona a partir del momento en que se convirtió en la amiga salvaje del padre. Pedro III, el causante de aquel estropicio, lo intentó arreglar a la manera tradicional (casando a Sibila con el anciano funcionario Artal de Alagón), pero sin renunciar a las tórridas noches con la ampurdanesa. Y, naturalmente, no consiguió nada.
Sibila y su parentela
Las mismas fuentes documentales revelan que, al calor de aquella tórrida relación, la extensa parentela de Sibila hizo importantes y provechosos negocios. Hasta el punto que suscitaron un profundo odio entre las clases funcionariales tradicionales (las oligarquías patricias de Barcelona), que habían ostentado el control de la cancillería catalana durante siglos. Aquellos brillantes funcionarios fueron repentinamente desplazados por un grupo de trepas con cota de malla, sin cultura ni modales, y con una codicia que causaba espanto. Y este paisaje se intensificó después de la muerte de Leonor (1375) y de la boda del viudo y achacoso anciano Pedro con la, también viuda, pero joven y enérgica Sibila (1377). En aquel momento el conde-rey tenía cincuenta y ocho años (en aquel época, era una edad muy avanzada) y Sibila tenía veintisiete (estaba en la plenitud de la vida).
Una pelea de gatas
Pedro y Sibila se casaron en 1377, un año largo después de la muerte de Leonor y del nacimiento de Isabel, que acabaría siendo la única descendencia de la pareja y una pieza de vital importancia para entender el siglo XV catalán. Isabel fue legitimada después de las bodas (1377) y fue criada y educada con el rango de princesa de la casa real catalana. En 1407, a los treinta años, fue casada con Jaime II de Urgell, nieto de un hermano de Pedro III (Jaime I de Urgell) y candidato al trono de Barcelona después de la muerte sin descendencia legítima de Martín I (Compromiso de Caspe, 1412), precisamente por su condición de yerno real. Pero en el transcurso de esta historia (1377, bodas de Sibila – 1407, bodas de Isabel), la cancillería de Barcelona vivió una verdadera guerra civil entre partidarios y detractores de la ampurdanesa.
La reina recluida
Decíamos antes que, a partir del momento en que Sibila se convirtió en amiga inseparable del rey, los Fortià engrosaron notablemente patrimonio y beneficios. Pero eso no les salió gratis. Juan, el primogénito de Pedro, y Violante de Bar, segunda esposa del heredero, mucho antes de alcanzar el trono ya le declararon la guerra a Sibila. Hasta el extremo que en torno a estas dos potentes figuras femeninas se articularon los dos principales partidos políticos de la corte: los partidarios de desviar el eje político y comercial hacia Francia (Violante) y los partidarios de mantener la tradicional proyección expansiva mediterránea (Sibila). Esta lucha, inicialmente favorable a Sibila, se decidiría a favor del bando de Violante partir de la muerte de Pedro III (1387). En aquel momento, Sibila fue acusada de brujería, perseguida, detenida y recluida en el castillo de Montcada.
La jugada de Martí: ¿un error o un despropósito?
Aquel enfrentamiento implicaba mucho más que lealtades personales y beneficios familiares. En un contexto de grandes cambios que aventuraban el fin de la edad media, Violante agrupó en torno a su figura a la aristocracia involucionista; y Sibila, la pequeña nobleza y las potentes clases mercantiles. Dicho de otro modo, Violante representaba un pasado lejano de violencia feudal y Sibila personificaba un futuro realmente incierto, pero más prometedor para las clases plebeyas. Muerta Sibila (1406), el conde-rey Martín I (el hermano y heredero de Juan I) se sintió con las manos libres para disponer de Isabel, que durante años había sido recluida con su madre. Y la casó con Jaime de Urgell, máximo representante de las aristocracias involucionistas. Las clases plebeyas catalanas y valencianas no tardarían nada en volver la mirada hacia el sobrino castellano de Martín I: Fernando de Trastámara.