Barcelona, 10 de septiembre de 1714. A media tarde se intensifica el ataque del ejército borbónico francocastellano sobre las siete grietas de la muralla que rodea la ciudad. Las fuentes revelan que —como ya había sucedido en el gran ataque de los días 12, 13 y 14 de agosto— los oficiales de la Coronela concentraron a los defensores en los puntos críticos. Al grito de "Via fora!", las calles se llenaron de gente que, con cualquier tipo de objeto que pudiera hacer la función de un arma, se desplazaba en grupos organizados hacia los baluartes más amenazados. La historiografía tradicional, sin embargo, no ha prestado atención a un detalle primordial que explica una resistencia extrema que sorprendería al mundo entero: aquellos grupos estaban formados también por mujeres. Esas mismas barcelonesas que, en los asedios de 1697 y 1706, se habían ganado el prestigio de ser nombradas "siempre intrépidas matronas" no solo tuvieron un destacadísimo e injustamente olvidado papel en 1714, sino que también lo tendrían en los dramáticos años inmediatamente posteriores a la ocupación.
'Revolución' es un sustantivo femenino
El papel de las mujeres catalanas en los procesos revolucionarios si no ha sido deliberadamente ocultado, sí ha sido marginado. Últimamente se ha reconocido el papel de Jerònima Peiró en el asedio de 1705, protagonista en la rebelión urbana de Barcelona que iba a culminar con la expulsión del virrey hispánico Fernández de Velasco y la entrada en la ciudad de Carlos de Habsburgo. O el de Marianna de Copons, que, entre 1713 y 1714, se entregó a una intensa labor de espionaje para facilitar información crucial al Ejército de Catalunya que combatía a los borbónicos en el interior del país. Pero la pionera, la que revela no tan solo el compromiso social y político, sino también la capacidad de las mujeres en el liderazgo de aquellas procesos revolucionarios —a pesar del contexto radicalmente patriarcal de la época— fue la Fadulla, de quien se desconoce el nombre. Anticipándose diecisiete años a Jerònima Peiró y veinticinco a Marianna de Copons, lideró una auténtica revolución social en Manresa (1688).
El haba es una semilla
La revolución antiborbónica de 1705, que se escenifica con la firma del Tratado de Génova del mismo año entre Catalunya e Inglaterra y que culmina con la declaración de resistencia a ultranza de 1713 y todo lo que viene a continuación, no es más que la consecuencia previsible de una herida mal suturada —una crisis cerrada a la tradicional y chapucera manera hispánica—, que se remonta a la Revolución y Guerra de los Segadores (1640-1652). En aquel contexto, el campo catalán, que es lo mismo que decir la inmensa mayoría de la sociedad catalana de la época, perdió todas las conquistas sociales y económicas previas a la crisis y retrocedió a niveles de finales de la centuria de 1500. En Manresa, las diferencias entre privilegiados y humildes, que habían aumentado monstruosamente, derivaron en una crisis denominada asonada de las Habas, en las que se enfrentaron las clases dirigentes, los favets, con una inmensa masa de población formada por pequeños propietarios y jornaleros empobrecidos, desclasados y hambrientos, los tremendos.
La Fadulla de Manresa
Entre el 13 y el 17 de junio de 1688, en el contexto de la Revuelta de los Barretinas (1687-1688) —un rebrote de la crisis de los Segadores—, Manresa, ya entonces una de las grandes ciudades del Principat, se vio inmersa en la asonada de las Habas. Aunque la historiografía ha privilegiado a la figura de Francesc Planes, Braç de Ferro, como jefe de los tremendos, el protagonismo de la Fadulla queda fuera de cualquier duda. Las tropas del virrey hispánico, el conde de Melgar, asistidas por las partidas armadas de algunos aristócratas de la comarca —que dos décadas más tarde encontramos luchando, curiosamente, en el bando borbónico—, entraron en la ciudad a sangre y fuego. La Fadulla, que había dirigido la revuelta en las calles de la ciudad, fue detenida, torturada y, reveladoramente, ahorcada junto a Braç de Ferro, que había sido el líder en los arrabales. La Fadulla está considerada la primera activista social y política de la historia de Manresa y, probablemente, de Catalunya.
Jerònima Peiró
También el asedio de Barcelona de 1705 fue un enfrentamiento entre las élites de la ciudad y las clases populares. El 22 de agosto de 1705 —dos meses y dos días después de la firma del Tratado de Génova—, un ejército de 9.000 soldados ingleses y neerlandeses desembarcaba en Montgat y se unía a 2.000 voluntarios catalanes del Maresme i Osona para poner sitio a Barcelona. El virrey borbónico Fernández de Velasco no abandonó la ciudad como había hecho en el asedio de 1697, sinó que se entregó a una brutal cacería de personalidades del partido austriacista. En aquel contexto de represión entró en juego la figura de Jerònima Peiró. Según las fuentes, Peiró ordenó a su hijo que diera el toque de campana "Via fora" en Santa Maria del Mar. Debió de ser una mujer muy temperamental y resuelta, ya que, según las mismas fuentes, poco después y con la ayuda de su marido Tomàs y de algunos otros, tendió una emboscada a una compañía de tercios de Castilla formada por 70 napolitanos y los desarmó.
Marianna de Copons
Las mismas fuentes dibujan a Jerònima Peiró como una mujer de clase popular, residente muy probablemente en la Ribera, el barrio de los obradores, los hostales y las tabernes. Bien diferente de la que algunos historiadores llaman la "Mata Hari catalana". Marianna de Copons era una aristócrata barcelonesa que informaba al organizador y jefe de los servicios secretos catalanes Salvador Lleonard. Copons formaba parte de un reducido grupo de aristócratas barceloneses que abandonaron la ciudad al día siguiente de que los Tres Comuns proclamaran la resistencia a ultranza (1713). Los Copons, alejados del foco del conflicto e interesados en mantener su estatus, pasaron a relacionarse con los oficiales borbónicos que se habían apropiado de las masías del bajo Maresme. En aquel contexto entró en juego su figura. En meriendas inofensivas de chocolate a la taza y pelucas empolvadas, obtenía informaciones valiosísimas que, a través de una red de colaboradores que había reclutado, siempre conseguía hacer llegar a Lleonard.
Mujeres y revoluciones
La Fadulla, Peiró y Copons solo son tres de las muchísimas mujeres que tuvieron un papel destacado en aquella sociedad que avanzaba, cuando menos cronológicamente, a golpe de revolución. La Fadulla fue brutalmente ejecutada, pero su legado y su memoria quedaron incrustados en las reivindicaciones de las clases populares durante décadas. De Peiró no se sabe nada más, pero su acción tuvo unas repercusiones gigantescas: acto seguido el pueblo de Barcelona expulsó al virrey Velasco y su tropa, que pretendían someter la ciudad a un sacrificio contra la voluntad de las clases populares, la mayoría de la población. Y de Copons se sabe que con sus acciones reveló los planes de aniquilación borbónicos y evitó varias veces que el Ejército de Catalunya fuera masacrado. La Fadulla, Peiró y Copons, "siempre intrépidas matronas", son figuras perfectamente equiparables a los héroes Tamarit, Fontanella, Desvalls o Amill, por poner algunos ejemplos sobradamente difundidos por la historiografía.
Las mujeres en la derrota
Algunas estimaciones sitúan la pérdida demográfica de Catalunya después de la Guerra de Sucesión hispánica (1705-1714) en el 20% de la población. Dos ejemplos: Lleida prácticamente desapareció y Barcelona perdió una cuarta parte de su población. La inmensa mayoría de las bajas eran hombres en edad adulta. La Catalunya de la posguerra, destruida por el aparato de dominación borbónico, se tuvo que reconstruir con el esfuerzo de las mujeres, las "siempre intrépidas matronas" que habían sobrevivido al conflicto. Catalunya era un país de viudas o de mujeres que tenían al marido en prisión, en el exilio o emboscado. Un país en un escenario extremo —terror policial y militar, imposición de una tributación de guerra, confiscación de propiedades, sanciones económicas brutales, negativa a conceder licencias comerciales— que se volvió a levantar gracias al el empuje, no exento de desesperanza, de las "siempre intrépidas matronas" catalanas. La historia de Catalunya y la sociedad contemporánea catalana están en deuda con ellas.