Era el año 1936. Nuestra historia todavía no había entrado a vivir uno de sus capítulos más dramáticos. Un jovencísimo Antoni Bonet i Castellana había finalizado los estudios de arquitectura. Era, indiscutiblemente, uno de los licenciados más brillantes de su graduación. Por eso a nadie le extrañó que le ofrecieran ingresar en el estudio de Charles-Édouard Jeanneret-Gris, uno de los arquitectos más excepcionales de todos los tiempos. Trazador de edificios que, como artista que era, firmaba sus proyectos escondido tras un seudónimo: Le Corbusier. Sin pensárselo, hizo las maletas y se marchó a París. En el taller de su maestro coincidió con dos soñadores de formas como él, los argentinos: Jorge Ferrari-Hardoy y Juan Kurchan. Junts, uniendo las iniciales de sus apellidos, BFK, modelarían uno de los diseños más icónicos del siglo XX.
Joseph Beverley Fenby fue un ingeniero mecánico e inventor nacido en Liverpool el año 1841. Un genio que el 13 de febrero de 1863 patentó un objeto fascinante a que denominó 'Fonógrafo Electro-Magnètic', invento que estableció las bases del fonógrafo ideado años después por Thomas Edison. Buscando un futuro mejor, como millones de compatriotas, Fenby decidió buscarse la vida en el nuevo continente. Un territorio, Norteamérica, escarpado por millones de hectáreas de llanuras salvajes para explorar. De aquella realidad nació la silla Tripolina, un asiento de campo con estructura de madera y cubierta de lona que se popularizó entre exploradores y ejércitos durante las últimas décadas del siglo XIX.
Haciendo el mariposa
Con el estallido de la Guerra Civil, acabado su periplo por París; Antoni Bonet renunció a la idea de volver a casa. En medio de aquel clima bélico en que las tropas franquistas iban conquistando territorio con el apoyo de alemanes e italianos y la falsa neutralidad de los aliados, aceptó la invitación de Ferrari y Kurchan de irse a vivir con ellos en Buenos Aires. Juntos fundaron el Grupo Austral, colectivo fundamental (a ellos se les unirían nombres como José Alberto Le Pera, Abel López Chas, Luis Olezza, Ricardo Vera Barros, Samuel Sánchez de Bustamante, Itala Fulvia Villa, Hilario Zalba, Simón Ungar...) por decodificar la arquitectura y el diseño en América del Sur en el siglo XX. En su manifiesto fundacional, libro de estilo redactado por Bonet, expresaban su deseo de crear una tendencia en que coexistieran el mundo individual, anárquico e informe con las ideas del funcionalismo, del avance social y de la utopía del progreso. Su diseño más celebrado, sin embargo, no fue un edificio sino una silla, la BFK, también conocida como silla Butterfly.
Bonet, Ferrari y Kurchan tomaron como referente la silla Tripolina de Fenby, influencia a que sumaron muchas de las lecciones aprendidas en el taller de Le Corbusier para acabar dando vida a un objeto que en varias listas destaca como uno de los 100 mejores diseños del siglo XX (también uno de los más reinterpretados y plagiados), incluida desde 1941 en la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Ideada inicialmente como parte del mobiliario de uno de los edificios trazados por el Grupo Austral en Buenos Aires, la Butterfly fue presentada oficialmente el año 1940 en el tercer Salón de Artistas Decoradores de Buenos Aires, donde se llevó el primer premio del certamen. Pocos meses antes ya había sidodescubierta en la revista Nuestra Arquitectura, donde la describían como un mueble tan funcional como decorativo, paradigma de "la arquitectura actual".
De la BFK a la Ricarda
Diseño polivalente, ya que funciona igual de bien en exteriores como interiores, la estructura de la BFK está realizada a partir de tubos de hierro redondo macizo de 12.7 milímetros de diámetro, sobre la que recae una pieza de cuero, que por su forma recuerda una mariposa con las alas desplegadas. De aquí que se la pasara a conocer popularmente como Butterfly, en inglés, porque el diseño de Bonet, Ferrari (a quien muchos consideran el verdadero padre de la criatura) y Kurchan tuvo un gran impacto en los Estados Unidos, muy especialmente en las ciudades californianas donde pasó a ser un elemento imprescindible de su estilo de vida.
Antoni Bonet volvió a Barcelona a mediados de década de los años sesenta. Suyos son algunos de los edificios que han acabado dibujando el relieve de la capital catalana: el Edificio Mediterráneo de 1966 (Calle Consell de Cent, 164-180), La Torre Cervantes también de 1966 (Calle Manuel Ballbé, 5), la Torre Urquinaona de 1970 (Plaza Urquinaona, 6-8) y el Canódromo de la Meridiana, por el cual recibió un premio FAD de arquitectura el año 1963... Bonet, por cierto, también es el arquitecto de La Ricarda o Casa Gomis del Prat del Llobregat, una joya del racionalismo que corría el peligro de desaparecer con las obras de ampliación del aeropuerto de Barcelona.