Quien dijo que la edad es solo un número debió inspirarse en la fantochada juvenil que proyectan los miembros de Simple Plan, que tanto podrían tener 27 como 35 y que, sin embargo, ya han superado de lejos la cuarentena. Pero podría decirse sin miedo a equivocarse que Simple Plan marca el fin del estereotipo cuarentón; la banda canadiense de pop punk sigue representando a la perfección ese espíritu inmortal de los 2000 que prometía sueños inalcanzables, amores locos y fiestas en casoplones desproporcionados con piscina y ponche que huelen a la versión más primeriza de American Pie. Los treintañeros que se acercaron al Sant Jordi Club entraron en una especie de túnel del tiempo forrado de zapatillas Converse y pósters de habitación, seguros de revivir algunos de los momentos más apasionantes de su vida, seguramente más romantizados que vividos, como marca esta dictadura nostálgica que tiende a rocon purpurina los pasados días malos.
Allí, en medio del escenario, estaban Pierre Bouvier y compañía, con su flamante actitud desenfrenada y unas ganas indomables de comerse el mundo, fieles a lo que un día fueron y parece que ya no quieren dejar de ser nunca más, para celebrar unos 25 años de trayectoria que han pasado demasiado rápido. Y es que cuando un grupo puede abrir un concierto remezclando la banda sonora de Star Wars con su primera canción está automáticamente destinado a tener 20 años para siempre, algo que el público estaba perfectamente abocado a intentar. Con I’d do anything se abrió la caja de los truenos adolescentes, y de ahí la tormenta no dejó de crecer y crecer. Después sonaron Shut up y Jump, la consolidación de una noche estridentemente pueril que inauguraron las bandas Air Yale, State Champs y Mayday Parade.
Primos hermanos de Sum 41 o Blink 182, el ambiente festivo dominó el cotarro con letras rebeldes y evocadoras de realidades alternativas, haciendo un travelling emocional que barrió los temas más icónicos de la banda de Montreal sin dejar de hacer parada en Harder than it looks, su último disco y seguramente el proyecto que más y mejor mezcla todas las facetas de Simple Plan. Energía, desparpajo, emoción y coherencia son los protagonistas de los últimos temas ideados por una formación que, sin embargo, apuesta en las sonoridades de sus inicios. Con la duda puesta entre la condena de repetirse y haber conseguido la fórmula del éxito con antelación, el cuarteto no cesó en su intención de hacer olvidar a los demás que la vida tiene puntos de incomprensible crueldad, avivando los gritos de un público eufórico que consiguió dejar la mente en blanco.
Los canadienses fueron lo contrario a pensar en el paso del tiempo con hostilidad
Cada uno en su papel, pero sincronizados al dedillo, todos parecían orgullosos de haber sabido estirar sus orígenes en el tiempo sin romperse. Ni Bouvier ni los demás miembros de la banda —Jeff Stinco, Sébastien Lefebvre y Chuck Comeau— han sido personalidades mediáticas fuera de las bambalinas. Lejos de protagonizar polémicas al estilo de Billie Joe perdiendo los papeles en un concierto de Green Day o de llenar portadas de revistas morbosas con informaciones del corazón, Simple Plan es la cara más amable de la fama, los niños buenos del punk, los amigos simpáticos del instituto que tu madre invitaría a merendar; y la mezcla de ello con su postura gamberra y tatuada es, seguramente, lo que les ha consolidado en el éxito más allá de su música. Mimetizados con el ambiente —no faltó un "Bona tarda, Barcelona" en un catalán casi perfecto que dominó la interlocución—, los canadienses fueron lo contrario a pensar en el paso del tiempo con angustia y hostilidad.
El foro, atraído con la performance y plenamente convencido de la propuesta, coreó a pleno pulmón himnos como Welcome to my life, Iconic o Summer Paradise. Hubo momentos de forzada y evocada nostalgia, con un medley de versiones de Smash Mouth, Avril Lavigne o The Killers —generadores de auténtica locura millennial con All Star, Sk8ter Boi y Mr. Brightside— que desató un festival de saltos difícil de explicar en tiempos de música latina y autotune. El tridente emotivo, el que sonó a despedida, fue para la mitiquísima I'm just a kid, su tema más desenfadado y escuchado según Spotify; Untitled como balada de lagrimita; y, para acabar, Perfect, para firmar un adiós brindando con el elixir de la eterna juventud junto a una Barcelona fulminada.