Doctora en Filosofía por la UB, profesora del Departamento de Sociedad, Política y Sostenibilidad de ESADE (URL), directora del Programa Vicens Vives y directora de La Casa dels Clàssics, la institución que se dedica a divulgar literatura clásica universal; Sira Abenoza ha publicado recientemente No consentiràs pensaments impurs. En las librerías bajo el sello de Fragmenta Editorial a través de su colección Deu Manaments, Abenoza nos propone un ensayo exhaustivo sobre las consecuencias –hacia uno mismo y hacia la comunidad– de perseguir la pureza y de no consentir la impureza. Nos encontramos un mediodía en la cafetería del Ateneu Barcelonès para hablar del libro, pero pensar sobre los propios pensamientos, los deseos de uno mismo. Pero la manera como razón y pasión se conjugan pide silencio, así que nos trasladamos a la Sala Borralleras, entre tableros de ajedrez y butacas, para tener una charla serena.

"Los humanos no somos dioses, somos impuros" quizás es la sentencia que resumiría mejor No consentiràs pensaments impurs. ¿Si somos esencialmente impuros, hay algo bueno en aspirar a la pureza?
Tener aspiraciones, en términos generales, es positivo. Es decir, no creo que tenga sentido que hagamos una antropología filosófica que nos proponga que nos tenemos que aceptar tal como somos sin pretender cambiar nada o mejorar nada. Al final, educarnos tiene que ver con eso. O tendría que tener que ver con eso, vaya, con intentar mejorarnos. Los ideales o las utopías, sobre todo en el ámbito social y político, son útiles porque nos movilizan hacia algún lugar. Pero si lo extrapolamos a la pureza, creo que es nocivo, porque niega una dimensión muy intrínseca de aquello que quiere decir ser humano. Los humanos estamos situados entre el resto de animales y los dioses, porque a la vez que intentamos mejorarnos y parecernos a los dioses, somos necesariamente impuros y, por lo tanto, necesariamente imperfectos. La fijación en la pureza nos ha hecho daño, y no acabo de tener claro que tenga sentido como aspiración. Los hay que incluso se buscan con la aspiración en la pureza, como evitar actos escatológicos en espacios públicos, que se pueden alcanzar persiguiendo tantas otras aspiraciones. En cambio, la pretensión de pureza ahoga nuestra condición física imperfecta. Al final, eso acaba generando neurosis o incluso infelicidad. Si a todo eso sumamos que bajo esta aspiración de pureza se han escondido unas formas de control de nuestra animalidad, de nuestro deseo y de aquello que somos en la medida en que somos humanos, creo que aspirar no nos ha permitido educarnos. Creo que las aspiraciones tienen que tener más que ver con la educación y el acompañamiento y la conciencia de aquello que somos para, a partir de aquí, trabajar.

20250120 SIRA ABENOZA / Foto: Montse Giralt
Entrevistamos la filósofa Sira Abenoza / Foto: Montse Giralt

Los ideales o las utopías, sobre todo en el ámbito social y político, son útiles porque nos movilizan hacia algún lugar. Pero si lo extrapolamos a la pureza, creo que es nocivo, porque niega una dimensión muy intrínseca de aquello que quiere decir ser humano

Me leí Estimaràs Déu seobre totes les coses de Jordi Graupera. Hay una frase que me ha resonado mientras leía tu libro. Él explica, basándose en cómo se ha interpretado el primer mandamiento, que la sumisión a Dios nos libera del resto de sumisiones. ¿Hay algún tipo de liberación al no consentir pensamientos impuros?
Creo que nos libera del hecho de tener que pensar. Pensar es agotador. Ser humano no es ninguna ganga. Solo una vida examinada vale la pena ser vivida y estoy de acuerdo. Pero examinar la vida no es ninguna ganga. No consentir pensamientos impuros nos libera de pensar porque permite pensar solo en aquello que me dicen que tengo que pensar. Seguir órdenes supuestamente perfectas y liberarnos del pensamiento puede ser un descanso, pero es un descanso terrible al que nadie tendría que aspirar. Antes hablábamos de aspiraciones, y una aspiración que sí que hay que reivindicar es la de procurar pensar cada vez mejor. Y pensar mejor no quiere decir tener pensamientos más puros. Creo que pensar mejor consiste en ser capaz de poner en juego tus ideas o tus pensamientos e ir ampliando tu capacidad de incluir nuevos pensamientos, pensamientos de otros. La humanidad piensa mejor cuando incluye qué quiere decir su pensamiento para los otros y cuando toma conciencia de cómo nuestras ideas afectan a los otros. Entonces ampliamos nuestros márgenes mentales.

¿Cómo puede ser, sin embargo, que no consentir pensamientos impuros sea reducible a no pensar si, entendiéndolo en su contexto, el mandamiento viene de un Dios que nos ha hecho libres de pensar?
Aquí me parece que hay un problema, que es muy común, entre la intención de determinadas ideas o determinados ideales, determinados constructos, y después la manera como la humanidad se ha ido apropiando y en que han derivado. El comunismo en su doctrina inicial parece incuestionable, y después, cuando lo hemos visto aplicado, ha presentado muchos problemas y derivadas. En este caso, yo creo que nos encontramos un poco con lo mismo: la intención seguramente era buena, y era la intención de hacernos mejores, pero el problema han sido las derivadas que se han generado cuando nos hemos apropiado. El mandamiento deriva en una cierta negación del cuerpo. Lo que reivindico en el ensayo es que, si cuestionamos el pensamiento impuro estamos imposibilitando el pensamiento, porque el pensamiento humano es, en esencia, pensamiento impuro. Es un constante ensayo, un constante intento de hacer figuritas de barro mal hechas. Solo los dioses, omniscientes, tienen un pensamiento puro y perfecto.

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No consentiràs pensaments impurs es el nuevo ensayo de Sira Abenoza / Foto: Montse Giralt

Si cuestionamos el pensamiento impuro estamos imposibilitando el pensamiento, porque el pensamiento humano es, en esencia, pensamiento impuro

En No consentiràs pensaments impurs haces servir el ejemplo de las Confesiones de Sant Agustí: "De mis faltas ocultas purifícame, Señor", en el que equiparas la contención con un cierto maltrato autoinfligido. ¿Al contenerse, sin embargo, no hay un poco del amor propio que hace falta para proteger las cosas que uno ama de verdad?
Sí, pero como llegamos a un mismo hecho es relevante. Es decir, yo puedo llegar a no llevar a cabo una determinada acción a partir del autocastigo, la culpa y el apremio, o bien llegar a partir de la conciencia de los vínculos y de aquello que me importa. Creo que tras San Agustín está la idea de que, si liberas el deseo, entonces te lo querrás comer todo. Pero esta es una mentalidad que en el fondo es muy capitalista, en el sentido de la avidez de consumirlo todo. Si uno se relaciona de manera directa y de tú a tú con su deseo, puede reconocer el deseo y al mismo tiempo decidir que su conducta no irá ligada a la consumación de aquel deseo. San Agustín habla en las Confesiones y dice: "Dios, purifícame de mis sordideces". Él mira atrás y siente que todo aquello que ha hecho es sucio y despreciable y entonces pide ser purificado. Pero quizás la cosa es que no tenemos que ser purificados, sino que tenemos que entender que la impureza es una condición más que nos pertenece, y que el deseo forma parte de nosotros y no le hace falta ser purificado, y que eso no quiere decir que vayamos por la calle follándonos el primero que pasa.

Hay un fragmento del ensayo que dice: "Puedo desear alguna cosa y, a partir de poner nombre al deseo, de articularlo con palabras, a partir de pensarlo, puedo apaciguarlo, atenuarlo, hacerlo desaparecer desde la razón y el entendimiento, ridiculizándolo –hay un compañero de trabajo que me despierta un deseo, un deseo sobre el cual no he pensado nunca; cuando pienso, en él y en mí, pero también en mi pareja y mi familia, en la debilidad de él y en la banalidad del sexo, que siempre acaba siendo una repetición mecánica, el deseo ya se ha amortiguado–". ¿No es eso, precisamente, no consentir pensamientos impuros?
La propuesta del mandamiento cuando te dice "no consentirás pensamientos impuros" es que no te tienes que permitir aquellos pensamientos que tienen que ver con el cuerpo, con la carne y el deseo. Eso disocia la dimensión racional del ser humano y la dimensión carnal, que tiene que ver con la pasión y los deseos. Este mandamiento nos dice que desde la razón tienes que conseguir no consentir el deseo. Y yo lo que propongo es que, en realidad, las dos dimensiones no son independientes, y no se trata de que con la razón controlemos el deseo, sino que se trata de entender que somos razón y somos pasión de manera entrelazada. No se trata de que uno mande sobre el otro, sino que se conjuguen. Entonces, a partir de este ejercicio de conjugar, yo me doy cuenta de que puedo tener deseos que podrían hacer daño, como el ejemplo que comentas. Entiendo que consumar el deseo causará damnificados, y a partir de aquí hay dos enfoques: el primero es decir que eso pide control y prohibición. El segundo es querer reconocer y entender qué es aquello que me está explicando el deseo de mí misma, lo observo y a partir de aquí lo llevo a la conciencia. A menudo, al dejarlo vivir y dejarlo emerger en la conciencia, el deseo por sí mismo se amortigua, porque la paradoja es que el deseo se alimenta de ausencias: deseamos aquello que no tenemos. Si la cultura la construimos desde la prohibición, en el fondo lo que estamos haciendo es alimentar el deseo. Por lo tanto, la pretensión del control del humano, en tanto que el humano es alguien que desea y esta es una de nuestras dimensiones, no es útil. Los deseos se pueden canalizar de muchas maneras y los hay de muchos tipos: conocer es fruto del deseo. La mayoría de las cosas que hacemos en nuestro día a día tienen el deseo por motor.

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Sira Abenoza en el Ateneu Barcelonès durant su encuentro con Revers de ElNacional.cat / Foto: Montse Giralt

No se trata de que con la razón controlemos el deseo, sino que se trata de entender que somos razón y somos pasión de manera entrelazada

¿Entendiéndolo dentro de la cultura judeocristiana, la necesidad de mandamientos no es un reconocimiento de esta imperfección e impureza del hombre?
Efectivamente, si los entiendes como doctrina, esta doctrina nace del entendimiento de que, de entrada, nosotros somos una especie de cerdos que necesitan ser domesticados. Evidentmente, si fuéramos perfectos no necesitaríamos ningún tipo de doctrina. El problema radica en la manera como hemos ido asumiendo y apropiándonos de estas ideas. De alguna manera, el positivismo, los avances científicos y tecnológicos que cada vez nos hacen sentir más omnipotentes, cada vez nos hacen sentir más dioses o más capaces de llegar a la perfección, y menos guarros. Cada vez erradicamos con más fuerza la impureza y la imperfección de nuestras vidas, porque científica y tecnológicamente podemos hacerlo. Te pongo un ejemplo banal: la alimentación. Hay una época en la historia de la humanidad en que el sentimiento de asco o de repugnancia eran útiles con el fin de prevenir aquello que consumimos. Hoy la ciencia y la técnica han evolucionado para garantizarnos que los alimentos que compramos ya estén en buen estado. En la alimentación, como en muchas otras dimensiones de la vida, aquello que nos llega ya está limpio de impurezas. Una cultura donde esta erradicación de la impureza a través del progreso técnico es muy visible es la cultura norteamericana. Hay una parte del puritanismo que ha derivado en una pandemia del asco y la repugnancia más exagerada que la de los países europeos de tradición católica, y me parece que eso no es casual, porque es un país donde el desarrollo tecnológico ha sido puntero y les ha permitido alejarse de su propia noción de humanidad. Lo veo, incluso, en la estética de las casas y la cultura del suburbio. Hay una eliminación de aquello que nos hace humanos, que es que somos sucios y torpes. Estamos mal hechos y hacemos trabajo para ir mejorando cosas, pero en el punto de partida, en la base, está la suciedad.

¿Entre la obsesión por la pureza y la comodidad en la impureza no tenemos que encontrar el mismo equilibrio que entre la aceptación de las imperfecciones y las ganas de mejorarnos? ¿Entre querernos en la pifia y no dejarnos?
Lo que no tengo claro es que tengamos que utilizar el término de pureza e impureza. Me parece que es un binomio que nos hace cortocircuitar y no le acabo de ver la utilidad por la enfermedad mental y el autoodio que genera. Me dificulta la aceptación de mí mismo, no me ayuda a pensar y no me ayuda a relacionarme mejor, ni conmigo ni con los otros. La perfección tampoco nos ayuda en ningún ámbito de la vida. El problema es que, en origen, la noción de pureza es muy platónica. Platón propone que la pureza del alma es relevante y este es el origen de la cultura idealista que hemos ido desarrollando a lo largo de los siglos. Eso se diferencia de Aristóteles, por ejemplo, que sí que entiende la vida vinculada a aquello físico. Obsesionarnos con la idea de pureza nos lleva inevitablemente a una pandemia de repugnancia hacia el otro y hacia nosotros mismos, y nos puede hacer ver aquellos que son necesitados y vulnerables como impuros, como una amenaza para nuestra propia pureza. En esencia, las dos nociones nos están haciendo daño. Obviamente, en tanto que civilización, el propósito tiene que ser convertirse cada vez en más humanos, pero para mí ser más humano tiene que ver con ser más capaz de incluir el pensamiento del otro o, si el otro está en desgracia, sentir más deseo de cuidarlo y ayudarlo. Y el binomio pureza e impureza, o perfección e imperfección, acaba consiguiendo el contrario: que yo, respecto de lo que está en desgracia, sienta asco.

Acercarse a lo impuro, ayudar al desvalido y el apartado, acoger lo repudiado... ¿Todas estas consignas que nacen de aceptar la impureza del otro, no son las de Cristo mismo?
Sí, por eso intento cerrar el ensayo recogiendo y reflexionando en torno a la figura del papa Francisco, que me parece que en muchos ámbitos ha trabajado para este acercamiento de nuevo a la figura de Jesús y para explicar en qué tiene que consistir este acercamiento. La figura de Jesús encarna la reivindicación de la necesidad de estar con los desvalidos y con los que están en desgracia.

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Sira Abenoza ha publicado un ensayo exponiendo las consecuencias de querer eliminar la impureza propia de la naturaleza humana / Foto: Montse Giralt

El positivismo, los avances científicos y tecnológicos que cada vez nos hacen sentir más omnipotentes, cada vez nos hacen sentir a más dioses o más capaces de llegar a la perfección, y menos guarros

¿Y eso tiene alguna cosa que ver con la idea de redención que, en el momento en que se dictan los mandamientos, no se contempla?
Quizás sí, pero a pesar de haya redención, si ya vemos que hay órdenes o mandamientos que en la manera como los hemos asumido no nos llevan por el buen camino, quizás no hay que seguir insistiendo, ¿no? Aunque esté la posibilidad de redención detrás, si una cosa no me hace bien o no hace bien a los otros, ya no hace falta que la vuelva a hacer.

¿Entonces, por què existe este mandamiento?
A mí me cuesta entender todo este rechazo a la impureza. Ahora hablábamos de Jesús y él besa la llaga, ¿no? Quizás todo, el peligro de consentir pensamientos impuros, tendría que tener que ver con los pensamientos que puedan llevarnos a hacer daño a alguien. Quizás desde inicio lo que se quiere confrontar son los pensamientos peligrosos, porque somos personas capaces de pensar sobre nuestros propios pensamientos. Me parece que esta es la manera real de educar y de educarnos, porque la obediencia no es educación. Yo aprendo, me educo y me educan cuando me doy cuenta de las cosas, no cuando las hago porque me obligan.