En uno de los muchísimos momentos de La Sociedad de la Nieve, la nueva película del cineasta catalán Juan Antonio Bayona, que llega mañana a las salas de cine, que ponen un nudo en la garganta, uno de los protagonistas, recién fallecido, esconde un papel en la mano. Sus compañeros se lo pasan, uno a uno, y lo leen: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Pocos minutos antes, y consciente de su estado, el mismo personaje ha mantenido una conversación de despedida: "Estoy en paz, preparado para lo que viene, y me pone muy feliz saber que ustedes sí lo van a lograr". La película se acerca a su clímax y verbaliza lo que ya llevamos viendo desde el principio: aquello que decían los tres mosqueteros de Alexandre Dumas, uno para todos y todos para uno.

Empecemos por el principio. La Sociedad de la Nieve recrea lo que se conoció como la Tragedia de los Andes, o el Milagro de los Andes, según los titulares de la prensa que recogían el accidente que el 13 de octubre de 1972 sufrió un equipo de rugby uruguayo, sus acompañantes y la tripulación, cuando el avión que les llevaba hasta Chile se estrelló en las montañas nevadas de la cordillera andina. Durante los 72 días siguientes, el número de supervivientes fue menguando: por el propio choque del aparato contra las rocas, por el frío, por los temporales, por deslizamientos inesperados, por el agotamiento, por heridas que no se podían curar, por la hambre y por la sed.

Frente Web Bayona
Mañana se estrena la esperada nueva película de J.A. Bayona, La sociedad de la nieve

Un diálogo entre los vivos y los muertos

Contaba Bayona al arriba firmante que, tras mil y una conversaciones con ellos, tenía la fundamentada percepción de una herida abierta de los supervivientes, de su necesidad de volver a contar la historia desde otra perspectiva. Hasta ahora, el foco se había puesto en el heroísmo, en el valor, en la fuerza mental, de los dieciséis que lo consiguieron. Los mismos dieciséis que siempre han sentido que, en realidad, son muchos más, porque las almas de sus amigos fallecidos les han acompañado hasta hoy. Con La Sociedad de la Nieve, el director barcelonés entiende perfectamente que esta no es una epopeya sobre la resiliencia, ni sobre héroes que vencieron a los elementos y al destino, sino un diálogo entre los vivos y los muertos. La asignatura pendiente era dar voz a quienes no salieron de esa trampa nevada, porque, en el fondo, cada uno de los que sí lo consiguió se los llevaron con ellos para siempre, todos ellos miembros de una sociedad inquebrantable.

Con La Sociedad de la Nieve, el director barcelonés entiende perfectamente que esta no es una epopeya sobre la resiliencia, ni sobre héroes que vencieron los elementos y el destino, sino un diálogo entre los vivos y los muertos

En el libro de Pablo Vierci en el que se basa el film hay una frase reveladora: “Acepten en paz que vivamos su vida por ustedes”, y no es un hecho casual que el narrador casi omnisciente, también el faro moral, escogido por Bayona sea Numa Turcatti, uno de los que murió en los Andes. La decisión del cineasta es bien coherente con sus objetivos: la brutal experiencia física y emocional de aquel grupo de (casi todos) jóvenes perdidos y desesperanzados en medio de la nada, entregados a una muerte segura por mucho que se empeñaran en aguantar, supuso también un trascendente camino espiritual para entender qué implicaba que el grupo fuera uno solo, y viceversa. El entregarse al otro sin coartadas ni medias tintas, el subir y bajar montañas nevadas y atravesar tormentas por todos aquellos que ya no tenían fuerzas: “vos tenés las mejores piernas del equipo, tenés que caminar por los demás”, le dicen a Roberto Canessa, también el hecho de regalar el cuerpo para que los demás pudieran alimentarse.

J.A. Bayona prefiere sugerir que mostrar, y huye (aunque las rodó) de secuencias explícitas, a pesar de que, así funciona la mente (y la magia del cine), el público se queda con la sensación de haber visto más de lo que realmente se ha visto

Porque sí, mediáticamente, la Tragedia de los Andes fue también la de una supervivencia caníbal, y todos lo sabemos. Pero, en ese sentido, J.A. Bayona prefiere sugerir que mostrar, y huye (aunque las rodó) de secuencias explícitas, aunque, así funciona la mente (y la magia del cine), el público se queda con la sensación de haber visto más de lo que realmente se ha visto. Cuando ingerir cordones de zapato o cigarrillos no va a ninguna parte, el pequeño paso para el hombre (desesperado, hambriento, psicológicamente roto) y gran paso para la humanidad que supone alimentarse de carne humana sí genera un encendido debate en el grupo: ¿Es legal? ¿Es pecado? ¿Iremos a la cárcel? ¿Iremos al infierno?

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J.A. Bayona expone todo su talento como cineasta en La sociedad de la nieve / Foto: Quim Vives / Netflix

Una película visceral y física

No es la primera vez que Bayona aplica a una tragedia real ese “asombro”, ese sentido de la maravilla, que le poseyó cuando, de niño, vio el Superman de Richard Donner. Es delicado transmitir lo que te deja con la boca abierta, lo extraordinario, cuando explicas hechos tan dramáticos como el tsunami que destrozó parte del sudeste asiático o como este accidente de aviación. Una década después de rodar Lo imposible, el efecto espejo entre ambas películas nos dice que el cineasta ha crecido de forma extraordinaria, dejando de lado toda tentación de tocar determinadas teclas emocionales en el espectador, la historia ya es suficientemente potente para utilizar infalibles recursos cinematográficos.

Una década después de rodar Lo imposible, el efecto espejo entre ambas películas nos dice que el cineasta ha crecido de forma extraordinaria

Aunque la magnífica música de Michael Giacchino subraye algunos de los momentos más impactantes o duros del film, Bayona abandona cualquier truco narrativo, mostrando una madurez como creador que también se ve en la secuencia del accidente: la sabia utilización del sonido y el silencio, del reflejo de la luz del sol, de los trozos del avión que se van desmantelando, de las caras aterradas de los pasajeros, del fundido a negro... Otra muestra de las intenciones del largometraje se encuentra en el brutal epílogo, el terror sigue tras el rescate: el uso de ópticas que deforman los rostros, los planes de la suciedad bajo la ducha y de los cuerpos consumidos, resultan tan impactantes como la propia peripecia de 72 días perdidos entre cimas heladas.

Una película visceral y física que explora la tragedia desde el humanismo, desde un enfoque filosófico de preguntas sin respuesta y de encontrarle un sentido a una experiencia imposible de comprender, también desde levantar un puente entre los vivos y los muertos

La Sociedad de la Nieve también destaca por el excelente casting de un grupo de actores desconocidos, completamente comprometidos con un proyecto que les obligó a una transformación física, a sufrir frío y soledad, y a conseguir una tremenda comunión con los compañeros de reparto. Todo esto está presente en una película visceral y física que explora la tragedia desde el humanismo, desde un enfoque filosófico de preguntas sin respuesta y de encontrarle un sentido a una experiencia imposible de comprender, también desde levantar un puente entre los vivos y los muertos. En 1993, Frank Marshall llevó los hechos al cine a la popular Viven!. J.A. Bayona amplía el foco, y de alguna forma hace justicia ampliando la lista de supervivientes con los nombres de todos aquellos que se quedaron atrapados para siempre pero que sí siguieron presentes en la memoria de los dieciséis que lograron volver a casa.