Recuerdo cuando buscaba sin descanso la mejor música. Como si fuese un tag, una categoría preestablecida, una verdad. Hubo un tiempo en que creí que había una música mejor que otra. Igual me pasaba con las zapas, las chaquetas o los embutidos. Mi opinión me diferenciaba. Lo hablaba todo hasta la discusión. Me encerraba en el cuarto diciéndole a mi padre que David Bisbal era un “producto” y me defendía cuando él me gritaba que Manel eran una copia de Jaume Sisa... "Música para pijos". Los dos teníamos parte de razón.

Hubo un tiempo en que creí que había una música mejor que otra. Igual me pasaba con las zapas, las chaquetas o los embutidos. Mi opinión me diferenciaba. Lo hablaba todo hasta la discusión

Enterré el pop catalán como el que guarda un billete en una chaqueta de invierno. Sabiendo que volvería. Enseguida encontré más motivos para distinguirme: el britpop, el post-punk, la música de raíz, la electrónica. Nadie podía rebatir que “la electrocumbia era única”. Bachata, dembow, merengue. Hasta que el reggaeton se hizo amo y señor de todo. Y yo un cascarrabias salido de Cuento de Navidad. “¿Balvin? Balvin es mucho mejor que Bad Bunny”. Siempre del lado de los que aciertan. Desde el día que me hice perico y no culé.

El hermano mayor

Una tarde. Sin yo tener ganas de guerra ni nada de eso, me enfadé con mi hermano mayor. Nunca compartimos sangre con mi hermano. Pero es uno de esos amigos que te saca diez años, un mundo cuando eres menor, y te ayuda a dar en el centro de la diana cuando decidir en qué bolo gastarte la pasta que le has rapiñado a tu única abuela es vida o muerte. El enfado fue por C. Tangana. Estábamos en un restaurante de comida china, en el barrio. Nos tocó la mesa con una bandeja giratoria enorme en el centro. Mi favorita. Cuando le escuché decir que "no tenía ni puta idea", dejó de importarme que pasara por delante de mí el pollo agridulce. "¡Tú qué sabrás!". Le hablé como tanto odiaba que lo hiciera mi padre.

El otro día recordaba la trifulca con él mientras escuchaba música. Saltó en Youtube una canción de Melocos. Había estado escuchando las nuevas versiones de Fran Perea de Uno más uno son 20 (2023) y el algoritmo hizo el resto. En su día no me gustaba la canción, pero me transportó a cuando volaba el flequillo como el cantante. Yo era emo, de My Chemical Romance. Él, seguramente, Cayetano. Me puse a bichear los comentarios. Es increíble la cantidad de gente que hizo suya la canción… ¡A modo de velatorio! Literalmente la habían usado en el entierro de sus seres queridos. ¿Quién les podía decir que la voz era histriónica o que la base, más antigua que la Navidad? Cada uno lleva la camiseta pop que quiere. Y la cambiamos más que las de Bershka.

Socunbohemio, encantador pop de smartbox rural

Los Melocos del mañana

Habían pasado los años, a mi hermano ya le gustaba C. Tangana. Era muy de El Madrileño (2021), y yo más. “¿Has escuchado lo nuevo de C. Tangana?”, me dijo, con sonrisa de oreja a oreja. Ese día me di cuenta que la música buena no existe. Existen los adolescentes, los jóvenes, los padres. Los enterados, los snobs, –variando el orden– los mediocres. Y los idiotas que separan por música buena y mala.

Ese día me di cuenta que la música buena no existe. Existen los adolescentes, los jóvenes, los padres. Los enterados, los snobs, –variando el orden– los mediocres. Y los idiotas que separan por música buena y mala

Los que están abiertos a que les cuenten cuentos, engatusadas múltiples, y los que no. Los que se pueden emocionar con Socunbohemio –cantautor y estudiante de física catalán tras la etiqueta, veintipoquísimas primaveras– y su pop costumbrista, nostálgico, de Smartbox rural. El gracejo de unos The Wave Pictures ralentizados. El de ser consciente del privilegio, pur plaisir, de la emoción naíf de un campo florecido, del ambiente que se respira en Call me by your name (2017). Y los que no. Los que saben que el Socbohemio, C. Tangana o Manel de hoy son los Melocos del mañana, y los que no.

Socunbohemio - El conte que mai s'acaba