Joan Campmany Gallart fue abandonado por su familia en el orfanato el año 1931, cuando tenía solo cuatro años. No era un caso único. El orfanato estaba lleno de niños que tenían padres, tíos o madres, que por problemas económicos o por cuestiones familiares eran dejados allí. La diferencia es que este niño, Joan Campany, a los 17 años escribió una especie de biografía para mostrarle a su prometida cuáles eran sus orígenes. Ahora, este texto, transcrito por su hija Rosa, ha sido publicado por la editorial Pol·len con el título Sol(s). Y constituye a un testimonio brutal de los abusos de nuestra sociedad contra la infancia. Algunos episodios tienen la dureza de las historias de los niños soldados de Liberia o de Sierra Leone. Este libro constituye en sí mismo una denuncia de los maltratos que sufrieron algunos niños con el visto bueno del conjunto de la sociedad y de la todopoderosa Iglesia católica.
Abandono
Sorprende, sobre todo, que los niños internos en el orfanato fueran deliberadamente separados de su familia y que se promoviera esta separación. Campmany fue aislado de su hermana, que también había sido internada, y se pasó años sin verla. Con suerte, los internos podían ver a sus padres una vez por semana, pero a veces eran castigados sin poder recibir visitas. De esta forma, los que controlaban a los niños tenían un poder absolutamente discrecional sobre ellos. Y garantizaban que muchas de las cosas que pasaban dentro de los muros del internado no trascendieran. Los niños a menudo no osaban comunicar los problemas que tenían, pero a veces, cuando lo hacían, los que tenían que protegerlos, sus padres y los gestores del patronato, no los escucharon y permitieron que continuaran oprimidos.
Tras los muros
El Patronato Ribas, en la Vall d'Hebron, donde estuvo internado Campmany, es un edificio impresionante. Y Joan Campmany en su diario explica que tenía unos equipamientos increíbles. Y, a pesar de todo, este niño, y muchos de sus compañeros, fueron extremadamente desgraciados en el internado que gestionaban las monjas. Sufrieron abusos sexuales, palizas, maltratos, hambre, humillaciones, enfermedades, abandono... Si huían, eran capturados por la Guardia Civil y devueltos a los mismos que abusaban de ellos. Las personalidades designadas para defenderlos los trataban como enemigos; incluso tenían prohibido tratar a los niños con demasiado amor. Y la mentira, la violencia y la hipocresía lo tapaban todo. Los niños no solo pasaban hambre, sino que se les castigaba si decían que pasaban hambre, y los responsables del orfanato se pasaban el día insistiendo en que les sobraba la comida. Joan Campmany, entre los 4 y los 17 años, pasó de todo, y vio todavía más cosas. Y su libro es un paseo por los horrores de su infancia. Una situación reservada, básicamente, a los niños de las familias más desfavorecidas o a los que eran abandonados por los suyos, porque su situación era considerada intolerable incluso por sus coetáneos.
La guerra, el paréntesis imposible
En un primer momento, la revolución que acompañó al estallido de la guerra civil favoreció a los niños de los internados. Después de un breve periodo de descontrol, llegó un nuevo personal, mucho más sensible a los problemas de los niños, que intentó acompañarlos, atenderlos, curarlos, alimentarlos... Un paréntesis de crecimiento humano, afectivo y personal que todos los niños agradecieron. Pero la continuación de la guerra volvió a complicar la vida de los niños internos. Fueron trasladados a otras instalaciones, donde sufrieron los bombardeos franquistas. Algunos alumnos, como el mismo Campmany, serían llevados a zonas rurales, donde en teoría estarían protegidos de los bombardeos y tendrían más comida. Pero al fin pasaron todo tipo de padecimientos: se quedaron sin alimentos, sufrieron bombardeos, etc. Para sobrevivir hubieron de recurrir a las armas y a la violencia, cuando ni siquiera tenían catorce años. Muchos de los compañeros de Campmany murieron, entre ellos algunos de los que él consideraba como sus hermanos de verdad. La guerra dejó al niño abandonado todavía más solo de lo que estaba.
Venganza contra los niños
El fin de la guerra permitió el retorno de los niños a Barcelona. Acabaron siendo instalados en el Patronato Ribas, renovado para la ocasión. Pero recibieron el mismo trato brutal que habían recibido durante la República, a veces por parte de los mismos que los habían maltratado años antes. Y los abusos se agravaron porque algunos de los sacerdotes, monjas y cuidadores veían a los niños como prolongaciones de los enemigos vencidos en la guerra. Campmany y sus compañeros fueron obligados a trabajar desde muy jóvenes, pero eso, en realidad, les supuso una oportunidad de escapar al estricto control de sus carceleros. A pesar de todo, cuando salieron del orfanato se encontraron con una sociedad que les estigmatizaba por el hecho de haberse criado en un internado. El maleficio los perseguía.
Donde no llega la memoria histórica
Los padecimientos de los presos políticos y de los resistentes antifranquistas han sido muy recordados en los últimos años, porque sus respectivas fuerzas políticas se han esforzado en dignificar su memoria. Pero ha habido poco interés en recordar los maltratos contra los niños. Los que sufrieron abusos en los internados todavía están, como dice el título del diario de Campmany, solos. Los debates sobre la memoria histórica apenas les han afectado. Pero los padecimientos sufridos interrogan a toda a la sociedad catalana. ¿Qué modelo social teníamos, en el que se permitía que los niños estuvieran encerrados y maltratados? ¿Qué régimen político era este que pensaba que construir lujosos orfanatos era bastante para garantizar el bienestar de los niños? ¿Qué instituciones religiosas tenemos, que promovieron el maltrato sistemático y nunca se han arrepentido? ¿Qué sistema político tenemos, que ofreció impunidad a los maltratadores y que no ha ofrecido ninguna reparación a los maltratados? Una reflexión que debe ir más allá de la crítica a un sistema político, el franquismo, porque los abusos ya existían antes, durante la República. Que el Memorial Democràtic acogiera la presentación de este libro es una buena noticia: los padecimientos de estos niños se consideran, ya, un asunto de todos. Y, pese a todo, hace algunas semanas los cuidadores de casas de acogida de niños de Catalunya denunciaban que algunos de los niños acogidos sufrían abusos que no habían sufrido antes. Parece ser que los niños abandonados continúan siendo una asignatura pendiente.
Más que un testimonio
En los últimos años se ha incrementado mucho la información sobre los internados franquistas. Un magnífico documental de Montserrat Armengou y Ricard Belis para TV3, Els internats de la por, dio pie a la publicación de un muy buen libro. Pero Sol(s) es una publicación que va mucho más allá. En primer lugar, Joan Campmany se revela como un narrador fresco, pero extraordinariamente preciso, con un catalán rico y con un gran ojo para la anécdota relevante. Su libro no es solo un listado de los abusos sufridos, ni una denuncia contra un sistema podrido. Es mucho más que eso: un llanto por el amor perdido, una lucha interna permanente entre el odio y el aprecio por el padre, una protesta por los abusos de su familia paterna... Y sobre todo, un canto a la solidaridad, a la hermandad entre algunos de los internos que les facilita la vida en aquel infierno. Dicen que Joan Campmany creó una familia y cuidó a los suyos con deleite, como nunca lo habían cuidado a él, y en eso, esta también es una historia de superación: de alejamiento del mal. Sol(s) es un libro extraordinario, cargado de pasión, de amor, de odio, de rencor, de dolor. Un libro que se lee como una buena novela. Y que el lector, en muchos momentos, querría que fuera una novela, fruto de la portentosa imaginación del autor.