En los últimos años ha habido una cierta reivindicación de la Barcelona chabolista; incluso se hizo una exposición sobre el tema en el Museu d'Història de Barcelona. Ahora, dos libros recuperan la historia y la leyenda del más mítico de los barrios de barracas barceloneses: el Somorrostro. El Ayuntamiento de Barcelona publica Somorrostro. Mirades literàries, una compilación de textos sobre el Somorrostro compilados por Enric H. March, con fotografías fantásticas del barrio. Los textos son de autores de tanta talla como Terenci Moix, Mercè Rodoreda, Xavier Benguerel, Josep Pla, Sempronio... Y van acompañados de fotografías de Pérez de Rozas, Colita, Josep Brangulí, Manel Gausa, Ignasi Marroyo, Jacques Léonard (fotógrafo mitad payo, mitad gitano)... Con menos pretensiones, la editorial Mediterrània, en la colección A la Caputxina, presenta Diaris del Somorrostro, de Laura de Andrés Creus. En esta obra se nos presenta la tarea que hicieron los capuchinos, y los voluntarios vinculados a estos, en el barrio del Somorrostro, desde 1948 hasta la destrucción del barrio, en 1966. Es un trabajo histórico basado en el testimonio de los catequistas y en la documentación preservada de los capuchinos. Y, además, ofrece algunas espléndidas fotografías del barrio del archivo personal de algunos de los voluntarios implicados.
Somorrostro: las chabolas más marítimas
El Somorrostro fue uno de los barrios de chabolas más emblemáticos de la ciudad de Barcelona. Se creó hacia 1875, en un lugar donde podría haber habido anteriormente barracas de pescadores. El barrio quedaba oculto a las miradas indiscretas, entre las fábricas y la vía del tren. En los años 1940 empezó a crecer, con inmigrantes procedentes de otras partes del Estado español, hasta convertirse en la "capital de la hojalata y del somier", que le llamaba Ruiz de Larios. En el Somorrostro vivía una importante comunidad gitana (la misma Carmen Amaya nació allí, y se convirtió en todo un mito para el barrio). La mayoría de los vecinos eran trabajadores, que salían por la mañana, se desplazaban al centro de la ciudad y volvían por la noche: trabajaban, pero los bajos sueldos no les permitían pagar un alquiler. Un problema muy actual.
La mirada literaria
El Somorrostro se convirtió en una especie de mito literario, porque constituía un destino de aventura para los intelectuales acomodados catalanes. Pero cuando leemos Somorrostro. Miradas literarias, nos damos cuenta de hasta qué punto Barcelona daba la espalda al barrio de chabolas. Muchos de los escritos son obra de autores que pasaron unas pocas horas en el barrio, y que probablemente no volvieron allí nunca más (como es el caso de Josep Pla). Se incluyen otros autores que probablemente no pisaron nunca el Somorrostro, como Mercè Rodoreda. E incluso en el libro se incorporan magníficos documentos, muy ilustrativos, pero que difícilmente se podrían considerar "miradas literarias". En el listado hay grandes nombres, y muy diversos: de José Hierro a Juan Goytisolo, pasando por Blai Bonet y Sempronio. Pero ninguno de ellos tiene una gran historia sobre el Somorrostro. Era un mundo demasiado distante del suyo.
La búsqueda de exotismo
Los turistas que viajan a África difícilmente se resisten a hacerse una foto con los niños "negritos". De la misma forma, muchos de los fotógrafos que pasaban por el barrio de barracas retrataban a niños, y los escritores también describían a niños. En parte se podía deber al hecho de que los niños, no escolarizados, jugaban por el barrio mientras los mayores trabajaban, pero también al hecho de que hubiera una mirada paternalista sobre las poblaciones de los suburbios. Mientras los adultos chabolistas eran percibidos como una amenaza, los niños generaban ternura (cuando no un abierto erotismo, como en el caso de Josep Pla). Las imágenes chocantes de suciedad, de miseria, de malos olores y de peligro que se encuentran en Somorrostro. Mirades literàries, a pesar de todo, no van asociadas a ningún tipo de empatía hacia los chabolistas. Puede haber denuncia, cuando hay, pero es excepcional la identificación con los habitantes del Somorrostro. Y eso es la gran hipoteca de estas Mirades literàries, claramente externas a la población del barrio.
La mirada caritativa
Los Diarios del Somorrostro parten de una ventaja clara: tener una fuente poderosísima de primera mano: los detallados diarios de Guillem Masana y Montserrat Serra, dos laicos vinculados a los capuchinos que estuvieron entre los impulsores de las campañas de evangelización de aquel barrio de barracas a finales de los años cuarenta, en plena posguerra. Además, Laura de Andrés ha podido entrevistar a algunos de los supervivientes de aquella iniciativa solidaria, que le han ofrecido datos de primera mano, cargados de emotividad. A pesar de todo, en este caso está claro que la prioridad del libro era estudiar la tarea solidaria de los voluntarios y los capuchinos, y no la propia vida del barrio. Una mirada que, obviamente, está cargada de limitaciones, aunque la ventaja es que la autora lo presenta claramente desde el principio, sin ambigüedades.
Modelo incómodo
Laura de Andrés Creus presenta en algún momento las contradicciones del modelo evangelizador del Somorrostro: una acción diseñada a favor de las poblaciones, pero sin su participación, con una óptica completamente paternalista. A veces no queda claro si la ayuda estaba condicionada a la evangelización, o si la colaboración con la población dependía de su participación en los planes de la Iglesia. Se trataba de un proyecto asistencialista, que renunciaba a denunciar los orígenes reales de la situación; una iniciativa que dependía de la buena voluntad y de la disponibilidad de tiempo de los voluntarios... Evidentemente, se trataba de un proyecto limitadísimo, que chocó incluso con la crítica de los activistas católicos del Somorrostro, como Rafael Hinojosa, quien denunció en un acto pública, la Semana del Suburbio, "Yo también fui catequizado y fui alumno de un catecismo (...) Yo obedecía a aquellos señoritos porque siempre sacaba algo: dulces, algún libro. Pero nada más: una enseñanza a fondo nunca la tuve". Aunque agradecía la buena voluntad de los jóvenes que les ayudaron, exigía sobrepasar la simple beneficencia y lanzarse a la transformación social; más adelante se pasaría a los grupos cristianos de la JOC.
Ocultar el problema
La voluntad de Laura de Andrés de no remover los temas más escabrosos limita terriblemente su trabajo histórico. Lo más sorprendente es cuando explica que en 1957 se instalaron al Somorrostro tres "hermanos", uno de los cuales daba clases en la zona. Apunta que "Desde el principio, la figura de estos frailes estuvo rodeada en todo momento de polémica" (sin concretar el porqué). Al hermano Manuel, "le imputaron reiteradamente acusaciones muy graves" (sin más datos); explica que fueron investigadas por el obispo auxiliar Narcís Jubany, pero que el hermano pasaría seis años más en el barrio de chabolas. Supongo que los documentos aportarían más detalles de este caso (pederastia, posiblemente). No estaría nada mal poner al descubierto los secretos más ocultos del barrio, porque es un acto de justicia. Y porque permitiría explicar que el Somorrostro recibía también los abusos de la Barcelona en teoría más solidaria.
El fin de un barrio
El Somorrostro acabó como menos se esperaba. Después de años de planes para reubicar a sus habitantes, que nunca acababan de cuajar, en junio de 1966 se derribaban a toda prisa las barracas de este barrio. ¿El motivo? A principios de julio Franco presidía, allí mismo, la Primera Semana Naval, unas maniobras militares anfibias que incluían un desembarque en el Somorrostro. Algunos de los vecinos fueron reubicados en pisos de Sant Roc, en Badalona, y en otras viviendas. Pero muchos otros fueron ubicados "provisionalmente" en el estadio de Montjuïc, en el Palacio de las Misiones y en el Pabellón de Bélgica. Pasarían años y años en estos edificios municipales, como denunció en la época el periodista Josep Maria Huertas Clavería. Las instalaciones del Ayuntamiento se habían convertido en una monstruoso barrio de chabolas, que tardaría mucho al dejar paso a viviendas dignas.
¿Nuevas miradas?
Durante demasiado tiempo hubo una mirada estigmatizadora sobre los barrios de chabolas. Como muestra el libro Somorrostro. Mirades literàries, el régimen franquista estigmatizaba a los chabolistas y se planteó el problema del chabolismo con mentalidad bélica, como una continuación del combate librado de 1936 a 1939. Pero muchos de los que visitaron el barrio en realidad asistían con una mirada exotista. Pisar un barrio con fama de inhóspito, sucio y peligroso era su aventura particular. Se pisaba el Somorrostro para tener una historia apasionante para explicar a los lectores o a los amigos. Y después, el autor se desentendía de sus habitantes. La alternativa era el paternalismo de los sectores más progresistas de la Iglesia, que fueron los únicos que intentaron ofrecer algún servicio al Somorrostro. Pero siempre como si hicieran un favor, nunca reivindicando el derecho de estos barceloneses a disfrutar de todos los servicios.
No todo tiempo pasado fue mejor
En cierta manera, al reproducir los mensajes exotistas y paternalistas del pasado, se corre el riesgo de revitalizarlos. Está el peligro de una mitificación de la vida en las barracas, especialmente ahora que han desaparecido del panorama urbano. Que el baile de la Carmen Amaya en la fuente, los juegos de los niños en la playa y las procesiones de los chabolistas no hagan olvidar lo que supone vivir en un barrio de chabolas: el frío en invierno y el calor asfixiante en verano; las colas para ir a buscar agua; la suciedad por todas partes; las familias que perdían su hogar por un temporal; la estigmatización social de los chabolistas... Un apunte de los diarios de los catequistas que visitaban la zona es muy revelador: "24 de julio de 1962: En una barraca, una rata se comió el pie de un pequeño de 8 meses, hijo de Antonia Cortés ('Lila'). Inmediatamente fue llevado al hospital. Al poco rato, falleció".