En uno de los cantos del Infierno de la Divina Comedia, Dante dice que aquellos que murieron sin ningún tipo de creencia en nada "son los que no abrazaron la fe/, ni para protegerse de la incertidumbre". Desde siempre, el ser humano se ha aferrado a soluciones inverosímiles para afrontar el miedo o la desazón hacia la cosa desconocida, por eso también hoy, en plena crisis del coronavirus, son muchas las teorías que corren para desinformarnos y hacernos creer en remedios milagrosos capaces de asustar a las partículas de la Covid-19.
El coronavirus ha dado pie a las falsas creencias y a las soluciones mágicas para combatir la pandemia, como por ejemplo que beber agua caliente ayuda a prevenir la enfermedad o que caminar por la calle con una bolsa de plástico en la cabeza impide contagiarse. La semana pasada el CAC obligaba a retirar varios vídeos en los cuales se explicaban falsos remedios naturales que protegían del virus y en Francia el Ministerio de Salud se tenía que apresurar a negar rotundamente que la cocaína provocaba la inmunidad ante la enfermedad, pero las fake news no son un territorio abonado sólo en tiempo de coronavirus, ya que desde hace siglos siempre han existido particulares teorías y curiosas creencias para hacer frente a las grandes epidemias que han asolado la humanidad.
La peste de 1348: teología versus ciencia
Aunque la humanidad ya había conocido en la antigüedad pandemias como la Plaga de Atenas o la Plaga de Justiniano en Roma, la Peste negra del sXIV fue todavía más mortífera que la Peste del sV, coetánea de la caída del Imperio Romano. Cuando el año 1347 buena parte de Europa empieza a infectarse, el grueso de la población, atemorizada y profundamente cristiana, recurre a la fe para encontrar una solución: según la Iglesia, la peste era un castigo divino que había que combatir colocando sapos o sanguijuelas encima de la piel, por ejemplo.
El primer documento médico escrito en catalán fecha de aquella época y lo firma Jaume d'Agramunt, un científico leridano que fue el encargado de escribir al Regiment de preservació de la pestilència, un tratado dirigido a la Paeria de Lleida y en el cual este catedrático de Medicina de l'Estudi General detallaba las formas de combatir la epidemia: confinamiento de la población, desinfección de las calles, ventilación de las casas y varias medidas que todavía hoy son vigentes en la lucha epidemiológica. A pesar de eso, la población hizo más caso a la teología que a la ciencia y no sólo la peste arrasó sin paliativos, sino que buena parte de los remedios propuestos para combatirla fueron los causantes de otras brotes en el futuro.
Beberse la orina o matar caballos, soluciones sevillanas contra la peste de 1649
Si la Peste negra había sido un castigo divino, la Peste bubónica del sXVII fue considerada por la Iglesia como una conjunción astral que hacía enfermar a la gente a través de la mirada. La plaga, que el año 1647 arrasó Valencia y Aragón para llegar el año 1649 en Sevilla, es todavía hoy la epidemia más grande nunca vivida en la capital andaluza, dejando casi a medio millón de muertos a su paso. Mientras la ciencia recomendaba guardar reposo en espacios alejados de la insalubridad, las ratas y la humedad, la población sevillana hizo caso a las recomendaciones que afirmaban combatir la enfermedad bebiéndose la orina, sacrificando caballos u ofreciendo cada día una procesión por las calles de la ciudad, cosa que hizo aumentar todavía más el número de infectados.
Beber whisky y fumar, soluciones contra la Gripe española
La epidemia de gripe de 1918 ha sido la más mortífera de la Edad Contemporánea, causando más de 50 millones de muertes en todo el mundo que, además, coincidieron con los millones de bajas provocadas por el conflicto bélico de la I Guerra Mundial. En pleno sXX la medicina y la ciencia ya habían dado pasos de gigante respecto de las otras grandes infecciones de la historia, pero aunque en esta ocasión la población tomó conciencia de la necesidad de protegerse de la enfermedad, diversas fueron las soluciones absolutamente surrealistas que aparecieron para combatir esta letal gripe.
La enfermedad no se originó en España, pero se llamó "española" porque las grandes potencias activas en el conflicto bélico quisieron ocultar en todo momento las noticias sobre la epidemia, por eso decidieron bautizarla con el nombre de uno de los pocos países que no combatía. Con afectaciones que empezaban como los de una simple gripe pero se complicaban de forma letal hasta la muerte, las medidas de prevención fueron evitar el contacto humano y el uso de mascarillas, pero con el paso de los meses empezaron a aparecer soluciones curiosas: beber whisky, fumar más de quince cigarrillos al día o hacer una dieta basada sólo en la cebolla.
La medida más estrambótica y sorprendente, sin embargo, la publicó el prestigioso rotativo inglés The Times, cuando el año 1918 afirmó que la Gripe española era una pandemia mental provocada por el cansancio de tantos años de guerra y, por lo tanto, caer enfermo era indudablemente antipatriótico. El año 1920, dos años después de la finalización de la Gran Guerra, la Gripe española desapareció de la capa terrestre, aunque exactamente cien años después nos ha tocado vivir una pandemia de alcance similar pero características diferentes. Han cambiado los síntomas, las medidas de prevención y los medios para informarse, pero aparte de las mascarillas, por desgracia hay una cosa que sigue tanto o más vigente que entonces: las fake news como un método de intoxicación más peligroso que la intoxicación provocada por cualquier virus.