“Eisenhower ha expresado que desearía que el Presidente Lumumba del Congo caiga a un río con cocodrilos”. Con el batequeo de Max Roach, y la lectura con la conversación de quien era su mujer y cantante de jazz Abbey Lincoln con Maya Angelou, para tramar el encuentro en la ONU como protesta al asesinato de Patrice Lumumba (con la connivencia del gobierno belga), comienza este documental tan necesario. Un film centrado en las problemáticas sociales y políticas en los sesenta en colonias como la del Congo.

A continuación, la declaración sobrecogedora del mercenario Bruce Bartlett y la de Louis Armstrong (figura que utilizaron en sus visitas al Congo para sacar uranio y meter armas) en las que admitía que a los rusos no les gusta el jazz. En tanto que él no sabía el propósito, cuando lo supo quiso renunciar a la ciudadanía americana. A partir de ese momento, reparto de cromos y la presencia de Nikita Khruschev en un primer plano: “Cuando escucho jazz, es como si tuviera gas en el estómago”, decía. En cambio, a la cuestión sobre su posicionamiento, Patrice Lumumba es claro: “Yo no soy comunista, soy africano”. Y con ese recelo hacia el jazz, pero al mismo utilizándolo como un instrumento de intercambio, los ejecutores de esa estrategia repetían con cierta sorna: “Allá donde hoy tenemos un saxofón, mañana habrá un espía”. La radio, en esa estancia, tampoco era bienvenida, muchos la veían como un invento de los blancos. Por aquel entonces, se creía que los cambios sufridos en Naciones Unidas había cambiado África, tras la admisión de dieciséis nuevos países.

Éramos la banda negra kamikaze, enviada a cada puesto problemático”. Esas eran las palabras del recién fallecido Quincy Jones,  un hombre que era muy consciente de su función

El arma más cool

“El arma que usamos, que es la trompeta, es la más cool”, respondía Dizzy Gillespie. El hombre que acuñó aquello de "el ritmo es mi negocio", lo usó como antídoto a la Guerra Fría. Mientras, y bajo las notas de Wild is the wind de Nina Simone, la más rebelde y contestaría de las artistas americanas (también muy concienciada con la causa africana y más concretamente con Nigeria), el relato de Andreé Blouin (hay fragmentos de su libro My country Africa), jefa de protocolo de Lumumba. Es más, la acción de un espía belga, la acerca a la muerte. E incluso el embajador checo la llama recomendándola que salga cuanto antes del Congo.  A todo esto, la rebelión en Hungría, el viaje de Khruschev a Nueva York o el papel de Allen Dulles de la CIA. “¿Por qué no salvar el dinero y comprar juntos nuestra inteligencia?”, decía Dulles. Además, guiños jocosos a Disneyland por parte del mandatario ruso, la defensa de los valores en las Naciones Unidas de Miriam Makeba (bandera de la música en África) y la resolución de la primera conferencia de color con representación de países como Indonesia, India, Egipto o China. Ahí cabía de todo: socialistas, capitalistas y comunistas.  El lema era: “No somos anti-Este, ni anti-Oeste, no estamos alienados con nada”. También se ve como los músicos hacen giras y se acercan a destinos que antes no estaban en su itinerario, el rey del bebop Dizzy Gillespie viajó de Pakistán a Yugoslavia. “Quiero ser mejor emisario que Kissingeer”, comentaba. “Éramos la banda negra kamikaze, enviada a cada puesto problemático”. Esas eran las palabras del recién fallecido Quincy Jones, arreglista en esa gira y, visto el panorama, un hombre que era muy consciente de su función, y de la situación que vivían y lo qué representaban.

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Soundtrack To A Coup D'Etat ha ganado el premio al Mejor Documental Internacional del festival In-Edit 2024 

De los 150 minutos que dura Soundtrack To A Coup d´Etat, no sobra nada, ni una sola declaración y cita de libro, ni un solo fotograma o actuación musical

Por tanto, de los 150 minutos que dura Soundtrack To A Coup d´Etat, no sobra nada, ni una sola declaración y cita de libro, ni un solo fotograma o actuación musical (por aquí también circulan John Coltrane o Thelonious Monk), como también esos grafismos impactantes que permiten que el relato respire. Todo suma, todo cuenta. Forma parte de la historia. El mérito es de Johan Grimonprez, quien en su día ya dirigió Double take, la historia ficticia del doble de Hitchcock, Ron Burrage. El ritmo del documental es frenético, pero no por ello caótico. Todo está diseccionado al detalle y, conforme avanza, te revela información y desvela secretos. En cierta forma, este documental que también recibió el Premio Especial del Jurado en Sundance o una nominación en los Premios Gotham, tiene una puesta en escena innovadora, muy exhaustiva en lo informativo y, sobre todo, es tal cual un disco de jazz. Hay riesgo, experimentación, cambios de ritmo, energía y la idea de que cuanto más libres, más creativos somos. Un monumento que tiene como epílogo, la canción Triptych (Prayer protest peace), y la entrada en el parlamento de la ONU con ese grito desesperado y atronador.