El nombre con el que se comieron el mundo lo augura: chicas picantes. En eso querían convertirlas los tipos que las presentaron, y no solo en una inocente girl band necesaria en el mercado musical: probablemente creyeron que cinco veinteañeras beberían el agua de la sordidez. Eso es lo que la mayoría del mundo recuerda: a cinco tías buenas alimentando la provocación y el morbo para hacerse un hueco en una industria minada de hombres. En el imaginario colectivo también se suele pensar que las Spice Girls, pobrecitas, pasaron de puntillas por la historia de la música con un solo himno - un Wannabe maravilloso que aún cantamos por bulerías, pero que solo es uno - y una excepción no hace la regla. Pero esto no es exactamente así: suman más de 100 millones de copias vendidas y pese a su corta etapa como quinteto se continúa hablando de ellas. Las spice son causa y efecto de todas las revisiones sociales y de género que se deben hacer.
¿Picantes por sexualización o por atrevimiento? ¿Bitches o valientes? Dada la perspectiva del hoy, con la concienciación feminista a todo trapo, las gafas violetas nos ofrecen un campo de visión diferente y totalmente alejado de las leyendas urbanas que se han vendido sobre estas cantantes en los últimos 25 años. También ayuda activamente la información recopilada por documentales como Spice Girls: El precio del poder (Movistar Plus), con contenido que en los 90 raramente llegaba a nuestras manos: ni existían las redes sociales ni apenas Internet, y los de mi generación teníamos el cerebro de la edad de un guisante. Incluso ahora las más feministas debemos entonar el mea culpa del prejuicio entre hermanas que contribuimos a alimentar.
Cuando la unión femenina hace la fuerza
Desde el principio, Geri, Mel B, Victoria, Mel C y Emma se entendieron perfectamente. Era 1996 cuando reventaron la listas musicales con su tema más famoso, una oda al colegueo y a la sororidad entre amigas. No les interesaba hablar del amor porque de eso cantaba todo el mundo; ellas querían acercarse a un público nada acostumbrado a ver cómo los grupos de mujeres se tendían la mano, se respetaban y se defendían de críticas ajenas. Como cuando en pleno rodaje, las chicas se encararon sin ningún temor a unos tipos que las insultaron con comentarios obscenos; o en aquel programa de televisión holandés, donde Mel B (con solo 22 años) critica una muestra de racismo cultural ante el presentador y es apoyada por toda la banda.
No les interesaba hablar del amor; ellas querían acercarse a un público nada acostumbrado a ver cómo los grupos de mujeres se tendían la mano
Hacían lo que les daba la gana. Eran ellas mismas, jugaban con los medios a su antojo y no atendían a las reglas de sumisión y dominación características del sistema patriarcal. Y todas eran prototipos diferentes de mujer: tonteaban con la transgresión y referenciaban las diferentes feminidades con el objetivo de naturalizar cualquier rasgo de la mujer. Ya no hacía falta ser la dama blanca, devota, limpia, sensual y perfecta que una debía ser - aunque también jugaban bien las cartas de la época, siguiendo selectivamente las reglas de la presión estética. Y se convirtieron en ídolos por todo eso, porque hicieron evidente que la unión femenina hacía la fuerza: las cinco construyeron una única voz que ponía entre las cuerdas al machismo.
Llegó también el girl power, el grito de guerra que acuñaron y que las spice se hicieron suyo, aunque no era la primera vez que una banda musical lo hacía: a finales de los 80, el mismo lema fue creado por el movimiento punk y feminista Riot Grrrl y su máxima representante, Kathleen Hanna, para reivindicar que a las productoras culturales - y a todas las mujeres - se las tomara en serio. Fue como un relevo generacional que se ha traspasado a otras generaciones de artistas contemporáneas.
Prensa manipuladora y mujer como sujeto rival
Con la enorme mediatización de la banda británica también llegaron las persecuciones públicas en plena ebullición del fenómeno paparazzi - que se agravaría a partir de los 2000. Bulos, mentiras y rumores alimentaban a la prensa sensacionalista inglesa, y aunque al principio las cinco se mantuvieron firmes y aliadas, los resquicios no tardarían en llegar: debe ser complicado lidiar con tus demonios internos cuando fuera apremia el lobo. Geri se acabó apartando en 1998, en mitad de una gira mundial, sin avisar y tras ponerse a llorar en medio de un concierto, y siguió con su carrera en solitario. Las demás siguieron unidas pero también empezaron a saborear proyectos individuales, hasta que se separaron definitivamente un par de años después.
Todo se fue al garete por las manipulaciones irreverentes de la prensa y los medios de comunicación. Lo que se escribía no era periodismo: eran suposiciones que copaban portadas fingiendo ser noticia. La intimidación positiva que habían causado las chicas dio paso al sexismo más absoluto, a humillaciones físicas y cuestionamientos sobre el comportamiento, la profesión, la maternidad o el peso - en una entrevista, a Emma incluso le llegaron a poner una báscula para que se pesara en directo, Halliwell padeció bulímia y a Mel C le preguntaron si era lesbiana por llevar el pelo corto. Así era el mundo real para las mujeres y el sistema les quería dar la bienvenida sin edulcorante. Además ya no eran un grupo: derribar a una era mucho más sencillo que intentar disparar contra cinco.
La historia nos suena: no es nada distinto a lo que aguantaron Britney Spears o Amy Winehouse antes de tocar fondo. Se dio rienda suelta a la rivalidad entre mujeres: no solo eran los hombres quienes atacaban, eran tías criticando a otras tías y burlándose de ellas, por cualquier cosa, fieles al automatismo de enemistarnos entre nosotras porque así se nos ha enseñado desde siempre. En ese sentido y por parte de sus ex compañeras, Geri se llevó la peor parte. El relato sentenció a las spice y las convirtió en instigadoras de los siete pecados capitales. Quedaba entonces clara la lección pública del patriarcado: cuando las mujeres se juntan, todo acaba mal.
You gotta get with my friends
Las Spice Girls, juntas y por separado, siempre lucharon contra el estigma de ser las mujeres que querían ser. No se echaban atrás. Mel B no bajó la cabeza cuando Eddie Murphy la puso en entredicho públicamente diciendo que tenía dudas sobre la paternidad de la criatura que ella esperaba. Fue a los tribunales y le calló la boca al oscarizado actor. Aguantó malos tratos por parte de su marido, pero tiró adelante, una madre soltera exprimida por la popularidad. O Victoria, que se negaba a ser “la mujer de” pese a que la prensa amarilla la culpara de la supuesta infidelidad de David Beckham con Rebecca Loos. Como se dice en el documental de Movistar Plus, el cuerpo de las mujeres es un campo donde se libran todas las batallas.
En el último concierto de reencuentro que dieron en 2019 - y sin Victoria -, Geri Halliwell se disculpó. "Lo siento. Lo siento por haberme ido, fui una estúpida. Es tan bueno estar de vuelta con las chicas que quiero…”. Se acababa así un culebrón atiborrado por la prensa más rastrera durante casi 20 años. Y la pija, la salvaje, la sexy pelirroja, la deportista y la ingenua permanecerán en la cultura pop como mucho más que unos motes marketinianos inspirados en la diversidad femenina: son el reflejo de una generación de mujeres que empezó a construir referentes fraternales sólidos, a confiar en la compañera y a generar espacios de curación para soportar la misogínia del día a día. Porque if you wanna be my lover, you gotta get with my friends.