La pandemia fue muy mala. Una pedrada. Nadie salió mejor. Ni reforzado. Siquiera ellos. Aunque hicieran su agosto durante el confinamiento. Difícilmente podían dejarte indiferente. Los vio todo Dios con el 4G. Lo primero que cantaron fue una bossa, en portugués. Insoportable. Y el tufo a marketing en un momento en que no había negocio posible era grande. Ese prejuicio, y el del falso entusiasmo, se ha extendido a lo largo de la carrera de Stay Homas. Desde el balcón hasta Homas (2023), su segundo disco.
En la pandemia estábamos todos con las defensas bajas. Incluso Manu Chao, Pablo Alborán, Macaco o Michel Bublé, que acabarían colaborando con ellos. Todo lo que pasa alrededor de Stay Homas, ese grupo nacido en una terracita y entre stories, se mueve entre la ternura y la sospecha. El documental Stay Homas, la banda que no debería existir (2024), estrenado en la 14a edición del Atlàntida Mallorca Film Fest, deja claro que la banda debía existir, que sus canciones hacen bien a muchos, pero que tal vez su carrera artística tendría que haber desoído gurús y terceros.
El documental Stay Homas, la banda que no debería existir deja claro que la banda debía existir, que sus canciones hacen bien a muchos, pero que tal vez su carrera artística tendría que haber desoído gurús y terceros
¿Dónde está la cara amarga?
Del mismo modo pasa a tramos con este metraje dirigido por Oriol Gispert, Nick Bolger y Ramon Balagué. Explica el relato interesado, el de la banda efervescente. Y tarda demasiado en ponerse con los sinsabores. Se queda a medias. Solo sobrevuela la cara amarga, con coraje –al rey lo que es del rey– hacia el final del largo, pero lo hace demasiado tarde y de puntillas. El film, a nivel narrativo, explora muy poco el conflicto: nos lleva desde casa, el maldito cubo azul con su cuenta en redes pintada en permanente, hasta los conciertos por medio mundo. Pero la tensión es muy autoimpuesta: demasiada cotidianidad. De la hora y veinte de metraje, un tercio es una celebración de la vida. Solo hay una forma de hacer un documental musical: narrar el viaje, ya nos lo enseñó Searching for Sugar Man (2012). Pero el viaje necesita caída. Extrañeza. O una historia, como la de Sixto Rodríguez, ilustre –mínimo– como Montserrat. Todo el documental sobrevuela la pregunta sobre cuándo empezó lo espontáneo, si es que lo hubo, y cuándo terminó. Hay una frase clave que dice uno de ellos: “Si parece que no somos músicos… Mejor”.
De la hora y veinte de metraje, un tercio es una celebración de la vida. Solo hay una forma de hacer un documental musical: narrar el viaje, ya nos lo enseñó Searching for Sugar Man. Pero el viaje necesita caída
Hay otra: hace demasiado poco de 2020, 2021... De la pandemia y de la salida de ella. No sé si volver a ver mascarillas y PCRs es asumible audiovisualmente; saber los resultados de una PCR no es un motivo narratológico, eso seguro. Y que se suspenda un Apolo, primera actuación como lugar cerrado, y pase luego al Grec, sinceramente tampoco. Sí que lo es una reunión entre ellos e Ixent Sampietro (Exits Management), peso pesado en la industria catalana, hablando sobre el fichaje de una empresa de booking. Les aprietan entre todos por un nuevo álbum. Esa presión, ese intríngulis de la industria, se ve menos.
Uno de los momentos con más verdad ante el objetivo es cuando unas fans les piden que les “acojan” en casa –la casa de todos– porque han perdido el tren. O cuando hacen un stage y no tienen las “vibes”, acaban hablando de pasta como grupo (motivo por el que rompen tantísimos). Pero por lo general, se trata de una película Disney-musical-documental. Poco gusto a hierro. ¿El momento más caliente? La caída de Rai Benet, agotado por el trajín de la banda y, en consecuencia, ese piso que todos vimos en pandemia, fue desmontado para salvar a la banda de la autodestrucción.
El documental peca de lo mismo que sus canciones, exceso de entusiasmo: es una oportunidad perdida para visitar más lo profundo. La cara amarga. El lado oscuro de la vocación
Deberían ahondar mucho más en el momento de desgaste. Porque ahí hemos estado todos. La magia de cuando empiezas motivado por un proyecto y todo es feliz, el drama de cuando a las cosas hay que darle estructura y se responde a las preguntas con un raquítico “estoy un poco cansado”. Hay que reconocer que ellos son tiernos. Sus cantos mántricos en la gira, asegurando que han pillado hora de psico para tener los pies en el suelo. El documental peca de lo mismo que sus canciones, exceso de entusiasmo: es una oportunidad perdida para visitar más lo profundo. La cara amarga. El lado oscuro de la vocación.