Llegar hasta el Museu Nacional d'Art de Catalunya es como hacer una peregrinación. Desde Plaça Espanya ya visualizamos un edificio imperante que recorta su silueta en el cielo. Majestuoso. Solemne. Omnipresente. Pero para hollar la cumbre todavía hay que atravesar toda la avenida Maria Cristina esquivando aficionados del Barça que van al Estadi Lluís Companys, o señores con traje que salen de algún congreso en inglés. Subir largos tramos de escaleras de piedra porque las mecánicas a menudo no funcionan. Y una vez arriba, abrir paso entre la mandada de turistas que hacen fotos a la ciudad de Barcelona, que se rinde en sus pies (en todos los sentidos). Acceder al Templo del Arte en transporte público y a pata es casi un acto de penitencia. Pero ahora, con la exposición Zurbarán (sobre)natural (que podéis visitar hasta el 29 de junio), la experiencia religiosa continúa. A partir de aquí, de una manera diferente: más mística y menos dolorosa.
Zurbarán se hace presente
Las escaleras bajan a un piso soterrado, donde la luz es tenue y las paredes son oscuras. Parece que estamos dentro de una cripta. Una cortina blanca opaca cuelga del techo como una presencia que se ha inmortalizado. Sobre el tejido se proyecta el título de la exposición. Con todo, un primer impacto que resume muy bien la esencia del pintor del Siglo de Oro español, Francisco Zurbarán: luz, austeridad, potencia, materia, espiritualidad y teatralización. Pero en esta exposición el alma del artista no solo la podemos captar en la museografía y en sus pinturas. También se hace presente en las piezas de artistas catalanes contemporáneos que se han inspirado. Los comisarios Juan Yeguas y Àlex Mitrani intercalan las obras del maestro barroco con las de Antoni Tàpies, Aurèlia Muñoz, Josep Guinovart, Marta Povo, Alfons Borrell, Toni Catany, Joan Hernández Pijuan, Antoni Llena y Eulàlia Valldosera. Aún más, de las veintiséis piezas totales que se presentan, solo catorce fueron pintadas por el mismo Zurbarán.

En cualquier caso, esto tampoco resulta un problema, al revés. Comparado con las últimas grandes exposiciones temporales en el MNAC (absolutamente inalcanzables), la muestra es asumible e invita al público a mirar con calma y tranquilidad. Y, sobre todo, el diálogo propuesto fuera de las coordenadas espacio-tiempo es interesante y acertado, porque permite replantear el concepto de museo como una enciclopedia cronológica, como un cementerio de iconos, y, en cambio, hacer lucir la capacidad de los objetos artísticos para seguir hablándonos en el presente. Poner de relieve su posibilidad de ofrecer nuevas lecturas cuando los colocamos al lado de otras obras de arte. Así, los comisarios consiguen subrayar la perdurabilidad de Zurbarán y, a la vez, poner de manifiesto la universalidad en la inquietud de los artistas para representar el trascendente.
Visiones excepcionales: tres versiones de un Zurbarán, reunidas por primera vez
Tras la segunda pared, una aparición: tres pinturas de la figura de San Francisco de Asís parece que leviten en la profundidad de una sala oscura, como si los visitantes también fuéramos testigos de la visión del Papa Nicolás V al abrir la tumba y encontrarse el cuerpo incorrupto del Santo. Para el público, la presencia es todavía más impactante si consideramos que en la sala anterior hemos visto la misma escena de la leyenda pintada por dos artistas menos solventes del siglo XVII y XVIII. Es decir, los comisarios utilizan con eficiencia el orden y la combinación de las obras para enfatizar las cualidades de Zurbarán: un pintor que destaca por su destreza técnica y capacidad de síntesis, habilidades que, a diferencia de sus compañeros, lo ayudan a crear una mayor contundencia visual y, por lo tanto, más impacto emocional. Me fijo, precisamente, en que los visitantes mantienen la distancia con los fantasmas de San Francisco. La disposición de las obras y el claroscuro de la sala también consiguen que los espectadores sintamos un ligero miedo delante de lo increíble.
Reunir las tres pinturas por primera vez no solo es un hito histórico por el que colgarse la medalla, ni una manera de crear una ilusión óptica en la espectadora, sino también una forma de contrarrestar la concepción general que "las grandes obras" son únicas, expresiones irrepetibles aisladas de una etapa o de un proceso artístico
Zurbarán pintó tres versiones de esta obra, pero nunca se habían expuesto juntas. Una viene de Boston, la otra de Lyon. La tercera, propiedad del MNAC desde 1905, vuelve a ver la luz después de un proceso de restauración. Una tarea a menudo poco divulgada que en esta exposición se nos detalla y se valora. Porque nos demuestra que cuando el arte, la ciencia y la investigación histórica van juntas, pueden cambiar totalmente las concepciones del pasado que dábamos por ciertas. En este caso, de pensar que era un fraile en éxtasis a descubrir que se trataba del cuerpo de San Francisco. Reunir las tres pinturas por primera vez no solo es un hito histórico por el que colgarse la medalla, ni una manera de crear una ilusión óptica en la espectadora, sino también una forma de contrarrestar la concepción general que "las grandes obras" son únicas, expresiones irrepetibles aisladas de una etapa o de un proceso artístico. Es más, en el caso de Zurbarán, el objetivo de reproducir sus obras era menos místico y más material: engrasar la cartera.
Las artistas: nuevas aproximaciones a la espiritualidad
Con respecto a las obras contemporáneas, destaca la Gran tela grisa per a Documenta (1964) de Tàpies. La tonalidad, las arrugas y el tejido marcado recuerdan al hábito de los monjes franciscanos, evocan al voto de pobreza y al mismo tiempo expresan las sensaciones de materialidad, sacrificio y trascendencia por las dimensiones de un lienzo que casi nos engulle. Disponerla en enfrente de las pinturas de San Francisco, ayuda a generar una correspondencia por ella misma, dando así protagonismo a los objetos artísticos y apelando a la inteligencia del público para trazar las relaciones. También despuntan, por su potencia escenográfica y reflexiva, las obras de Eulàlia Valldosera y Aurèlia Muñoz. En la instalación Maria: a Francisco de Zurbarán (2024), Valldosera utiliza la sombra que proyectan unos cacharros (que recuerdan a los bodegones del pintor) y unos objetos de limpieza cotidianos (o de una cotidianidad que históricamente ha sido femenina), para construir la silueta de Inmaculada Concepción. Parece expresar que la espiritualidad también la podemos encontrar en los objetos banales y, quizás, que todos juntos creamos relatos y proyectamos fantasías desde los rincones más remotos de nuestra mente y realidad material para dar respuesta a la contingencia humana.

Por último, una obra final espectacular: nos chocamos con una estructura de macramé marronácea que cuelga del techo y traza un camino, jugando con el volumen y la luz, igual que hacía Zurbarán. Por el color y la textura recuerda a la sencillez de los hábitos franciscanos, y para tratarse de trozos de tela unidos, evoca a la vida monástica. Pero más allá de la religión, con la escultura Ens social (1976), parece que Muñoz da valor a la comunidad como un espacio para alcanzar un estado del bienestar interior. Así, con estas artistas se nos abren otras formas de representar y entender la espiritualidad. Sin embargo, es precisamente aquí cuando echamos de menos que los textos de sala subrayen este cambio con respecto al discurso masculino y nos inviten a la reflexión crítica, que no es tan evidente. Aun así, la potencia majestuosa de la obra final nos reconecta con el principio de la exposición, que también se inicia con una tela contundente, trazando entonces un círculo simbólico y físico que nos incita a volver a empezar. Con todo, podemos concluir que Zurbarán (sobre)natural es una propuesta evocadora, coherente e interesante. Y constatar que, siempre y cuando el cuerpo lo permita, vale la pena pasar por la penitencia del camino para visitar esta exposición. ¡Ánimos y a(diós)!