En un artículo reciente que publicamos sobre los grandes discos que salieron en 1994, hablamos de la gran cantidad de géneros que brotaron en esa época. Entre ellos, el dream-pop y el shoegaze. Con Slowdive ahí, como uno de sus estandartes. Precisamente, un grupo que forjó su leyenda en ese primer lustro de los noventa con una trilogía que es oro. En el pasado curso (2023), Slowdive sacaron de nuevo la cabeza: un nuevo disco y la crítica especializada feliz por la circunstancia. Incluso Pitchfork, de la que tanto se ha hablado en las últimas semanas, una vez se anunció que ha sido engullida por un grupo corporativo más grande, le dedicó una reseña generosa. Le colocó un 7.7 sobre diez y este titular: “La música es más tenue, más esquelética, atenta y consciente de las glorias que se desvanecen”. Que sí, que la crítica musical como tal no es lo que era (puedo o no estar de acuerdo) pero, todavía hoy, nos fijamos en lo que escriben unos u otros. Al menos, yo lo hago, sigo atento a ello.

A todo esto, cuando se publicó Everything is alive hubo un medio que me ofreció entrevistarles, pero en ese momento, el esfuerzo que me suponía recuperar el legado de la banda y el añadido de ponerme al día, no me compensaba. Raro en mí, pocas veces digo que no a una entrevista. Pero esa vez, me permití la licencia (y la negativa). Eso sí, me escuché el disco sin necesidad de tomarlo como un trabajo. Asimismo, le saqué brillo a esos discos ocultos de Slowdive. Y ciertamente, reconozco que su labor como banda es encomiable, todo y las ausencias. No han perdido un ápice en nada. Mantienen con firmeza sus señas de identidad y, afortunadamente, no se agarran únicamente al recuerdo. Siguen avanzando, y el sonido, la propuesta, evoluciona. Algo que no se puede decir de todos los que salieron en ese periodo. Lean sino, a la gente de Pitchfork. Es mas, me fascina el término esquelético a la hora de referirse a su música. Nunca utilicé ese vocablo para hablar de un disco. A partir de ahora lo tendré en cuenta, aunque no sepa como encajarlo.

Foto: Christian Bertrand

Por otro lado, en el que es su quinto disco, han apostado más por la electrónica y el sonido de sintetizadores. Por lo visto, salió de manera natural, fruto de la investigación de Neil Halstead. También hay testimonios directos que nos hablan del dolor que provoca la muerte de un ser querido (falleció la madre de Rachel Goswell y el padre de Simon Scott), algo que está muy presente en la canción The Slab. Mientras, el año pasado cumplieron un sueño, un desafío para ellos: tocar en Glastonbury. Y además, con la consecuente sorpresa: no pocos jóvenes se agolpaban en las primeras filas cantando sus canciones clásicas. De hecho, en Barcelona, también había una parte de esa parroquia más juvenil (algunos en la primera fila y en piso superior). Así pues, Slowdive se dejaban caer un lunes de febrero en la ciudad. Sí, en lunes (aunque aún es peor enfrentarse a un concierto en domingo) y en febrero (en esta época todavía nos tira más estar en el sofá viendo una serie o leyendo algo antes que salir a la calle, a pesar de esta calima inusual). Por tanto, más mérito si cabe. Sin embargo, la sala colgó el cartel que anunciaba el sold out. Y aunque, entre  Everything is alive  y el álbum homónimo de 2017 pasaron seis años, la banda no paró. No dejó de tocar.

No han perdido un ápice en nada: mantienen con firmeza sus señas de identidad y, afortunadamente, no se agarran únicamente al recuerdo

La maquinaría está súper engrasada. Supuran seguridad (más que nunca) y, con un trazo más o menos lineal, dibujan capas y más capas de sonido. Tardaron, eso sí, dos canciones en afinarlo y desenredar la bola, pero fue con Catch the breeze y, sobre todo, tras la nueva Skin the game, que la banda se sintió cómoda con lo que oía. La voz de Rachel Goswell (me maravilló esa imagen de sacerdotisa gótica y esa mirada penetrante), siempre un tono por debajo (si bien esto es marca de la casa), empezó a sobresalir, Neil Halstead dirigía el cotarro con ese temple característico (cuánta clase tiene este hombre). Con proyecciones que te llevan de la psicodelia a la oscuridad, fue con Slomo, 40 days y Alison cuando cogieron velocidad de crucero.

Entre el público; unos levitaban y otros entraban en trance (lo parece, pero no es lo mismo), los había que cantaban con los ojos bien abiertos y, la mayoría, sabía por qué estaban ahí (y sin ánimo de acudir a la nostalgia), a pesar de ser inicio de semana. Sugar for the pill puede que sea su canción más bella (esa armonía icónica) y, cuando acometen, esa Golden hair de Syd Barret que ya se han hecho suya, sabes que has llegado a buen puerto y que este ha sido un viaje placentero. Una certeza, la misma que confirma que Slowdive estarán ahí mientras ellos quieran. A no ser que les entre otra vez la pájara y estén otros veinte años en barbecho, pero vista la inercia, el seguimiento y el fervor que profesan sus fieles, dudamos que eso suceda. Sus conciertos, excelsos y pulcros, todavía son su mayor garantía.
 

Foto: Christian Bertrand