En un momento de La sustancia, un poderoso magnate de la televisión se reúne para comer con la presentadora del mediático show de ejercicios de fitness que él produce. Una especie de Jane Fonda (o de Eva Nasarre) con una reconocida carrera interpretativa a la espalda, incluida una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood Boulevard, que se ha tenido que reinventar. Mientras él zampa marisco como si limpiara sus últimas horas en el corredor de la muerte, tragando sin cerrar la boca, ella tiene que escuchar sin vomitar cómo las audiencias han bajado, cómo ya no es la que era, y cómo, y abrimos comillas, "a partir de los 50, las mujeres ya no tienen nada más que hacer". Ver a Dennis Quaid comiendo gambas con la educación de un troglodita es, posiblemente, la escena más repugnante de una película que, precisamente, no es nada sutil a la hora de mostrar litros de sangre, hígado e intestinos. Firmada por la cineasta francesa Coralie Fargeat, que ya impactó al personal con su fabulosa ópera prima Revenge (2017), La sustancia lleva provocando alboroto desde su estreno en el Festival de Cannes (y, después, en Donosti y en Sitges).
Ver a Dennis Quaid comiendo gambas con la educación de un troglodita es, posiblemente, la escena más repugnante de una película que, precisamente, no es nada sutil a la hora de mostrar litros de sangre, hígado e intestinos
El irresistible punto de partida de esta película fantasea con un producto que se vende de forma clandestina: se trata de la sustancia del título, dirigida a mujeres maduras que, al inyectársela, conseguirán rejuvenecer milagrosamente, encontrándose, y volvemos a abrir comillas, con "la mejor versión de sí misma". Caída en desgracia y despachada con efectos inmediatos, la actriz-presentadora (y musa de mujeres de mediana edad que hacen gimnástica mirando la tele) ve una salida a su nueva realidad, marcada por el sexismo patriarcal, y se tira de cabeza. Las instrucciones de uso del suero son muy claras y, para conseguir un pleno rendimiento, hay que seguir unas normas inamovibles, que no se pueden romper bajo ninguna circunstancia. A partir de este momento, empieza un festival lleno de humor negro, sátira salvaje y gore desatado.
El sensacional retorno de Demi Moore
No parece nada gratuita la elección de la actriz escogida para protagonizar La sustancia: Demi Moore también lo había petado, había sido una celebridad sideral, icono imprescindible del cine de las décadas de los 80 y los 90, gracias a películas como S. Elmo's, punto de encuentro (1985), Ghost (1990), Algunos hombres buenos (1992) o Una proposición indecente (1993). Y, con Bruce Willis, formó una de las parejas más mediáticas de la historia. Sin embargo, a partir de un determinado momento, empezó a perder la confianza de la industria. En su caso, se mezclaban fracasos, algunos de tan descomunales como los de La teniente O'Neil (1997) o Striptease (1996), con el paso del tiempo y la mirada inquisidora de tantos señoros que mandan y toman las decisiones en Hollywood. Con el cambio de siglo y su llegada a la cuarentena, la calidad de los proyectos que le ofrecían bajó en picado. Se convirtió entonces en objetivo de la prensa sensacionalista más cruel, dedicada a hacer escarnio de sus operaciones estéticas y de los quince años de diferencia de edad que la separaban de Ashton Kutcher, su tercer marido, con quien vivió una tempestuosa relación que la llevó al alcoholismo. Es sencillo, pues, encontrar paralelismos entre ficción y realidad. Como ella, el personaje principal de La sustancia sufre la presión insoportable de una rebeldía imposible contra el paso del tiempo: "Una de las ideas equivocadas de la gente es que a mí me gustaba mi cuerpo, pero en realidad aceptaba proyectos que me permitían sobreponerme a mis inseguridades. Sencillamente, estaba intentando liberarme del espacio de esclavitud donde yo misma me había metido", diría la actriz.
Como Demi Moore, el personaje principal de La sustancia sufre la presión insoportable de una rebeldía imposible contra el paso del tiempo: "Una de las ideas equivocadas de la gente es que a mí me gustaba mi cuerpo, pero en realidad aceptaba proyectos que me permitían sobreponerme a mis inseguridades. Sencillamente, estaba intentando liberarme del espacio de esclavitud donde yo misma me había metido", diría la actriz
En La sustancia, la protagonista se inyecta el suero y despierta reconvertida en una atractiva jovencita con la cara y el cuerpo de Margaret Qualley (Érase una vez en... Hollywood). Enseguida provoca la resurrección de las audiencias y el entusiasmo del devora-gambas y su consejo directivo. Sin embargo, igual que Cenicienta olvidaba que se le acababa el hechizo a medianoche, la mejor versión de nuestra heroína perderá la realidad de vista y abrirá una caja de Pandora de consecuencias inimaginables. Es aquí donde la audacia feminista de la directora y guionista Coralie Fargeat suelta, y, con las armas del body horror más extremo, su fábula sobre las frustraciones y violencias sufridas por las mujeres desde que el mundo es mundo, consecuencia de la eterna cosificación, de la cultura tóxica de la belleza, de la inevitable transformación física, de la obligada necesidad de validación externa, se transforma en una orgía de mutaciones y toneladas de sangre. Tan repugnante como divertida. Tan punzante como gamberro. Tan desacomplejada como política. Tan inquietante como poderoso.
Demi Moore pone toda la carne en la parrilla, se desnuda físicamente y espiritualmente, se expone con una insólita valentía. De alguna manera, su retorno tendría que tener el mismo impacto que el de John Travolta en Pulp Fiction
Y gracias a la mirada visionaria de Fargeat, Demi Moore pone toda la carne en la parrilla, se desnuda físicamente y espiritualmente, se expone con una insólita valentía. De alguna manera, su retorno tendría que tener el mismo impacto que el de John Travolta en Pulp Fiction. Quizás, sin embargo, aquello mismo que La sustancia critica y satiriza sea lo que no permita que la actriz viva una nueva y saludable etapa profesional. Quizás lo que necesitamos es, en realidad, una inyección que resetee los cerebros masculinos.