A pesar de su nombre, hace mucho tiempo que los escoceses Teenage Fanclub dejaron atrás su adolescencia. También hace mucho de cuando su tercer disco Bandwagonesque acabó en el nº1 de las listas de lo Mejor del Año de la revista norteamericana Spin en 1991, por encima del legendario Nevermind de Nirvana. De hecho, la primera vez que vi los dos grupos fue el año siguiente en un concierto conjunto en Madrid, y los de Glasgow se comieron con patatas a los de Seattle jugando con sus mismas armas: distorsión a todo gas y melodías pop.
En estos más de 30 años, Teenage Fanclub, ahora unos respetables señores que se acercan a la sesentena, han ido bajando el volumen de sus guitarras para facturar discos menos inmediatos y más contemplativos. Su último trabajo Nothing Lasts Forever, publicado hace unos pocas semanas, es otra muestra de esta madurez bien entendida que, probablemente, les posibilitará seguir haciendo música y girando hasta que les apetezca. Es este disco el que nos ha permitido disfrutar del grupo de nuevo en una sala en Barcelona, la Paral·lel 62, desprendido de haber actuado solo en festivales en la última década. Inevitablemente sus seguidores también se han hecho grandes, y ahora agradecen poder ver el concierto sentados, pudiendo a ir a pedir una cerveza o al lavabo (cosas de la edad), sin empujes ni miedo a perder su sitio.

Como telonero actuó Sweet Baboo, nombre artístico del galés Stephen Black, a quien después veríamos como músico de acompañamiento de los propios Teenage Fanclub. Durante media hora, él solito con una guitarra presentó canciones sencillas sobre cosas sencillas, como ir a pasear el perro de un vecino durante la pandemia o caminar bajo la lluvia. Agradable, y poco más. Ya con el local lleno, Teenage Fanclub se plantaron en el escenario con los dos pilares del grupo, los cantantes y guitarristas Norman Blake, en el centro, y Raymod McGinley, a su derecha. A la izquierda, el bajista Dave McGowan y detrás el batería Francis MacDonald, el teclista Euros Child (antiguo líder de los extravagantes Gorky's Zygotic Mynci) y Stephen Black, quien alternaba la guitarra acústica, con los teclados y el saxo. Es curioso, pero la cantidad de músicos es inversamente proporcional al ruido que hacen. Aun así, todos parecen necesarios para dar vida a un sonido que ya casi no tiene nada de alternativo y en cambio sí mucho de clásico.
Nunca han sido un grupo demasiado físico, pero ahora son totalmente estáticos: confían en que el poder de sus canciones sea bastante para mantener la atención del público
Ninguno de ellos se movería de su posición durante toda la actuación. Nunca han sido un grupo demasiado físico, pero ahora son totalmente estáticos: confían en que el poder de sus canciones sea bastante para mantener la atención del público. Y tienen razón. Desde que empezaron con la nueva Tired Of Being Alone todo el mundo parecía hipnotizado por el efecto sedante de unas melodías y armonías que los conectan directamente con los Beatles o los Byrds. Sin querer caer en la nostalgia, el grupo armó el repertorio con un puñado de temas más recientes (Foreign Land, Endless Arcade, I'm In Love, See the Light, Everything's Falling Apart...), pero naturalmente fueron los más antiguos (About You, Alcoholiday, What You Do To Me...) los que recibieron una respuesta más entusiasta.
El momento más mágico llegaría al final. Con las luces encendidas y todo el mundo de pie, el grupo nos ofreció una electrizante versión de The Concept, la canción que abría Bandwagonesque con el inolvidable verso "She wears denim wherever she goes, Says she's gonna get some recuerdos by the Status Quo, Oh yeah Oh yeah". Una emoción que se repetiría en el bis, desprendido de hacernos sentarse de nuevo con Back In The Day y Middle Of My Mind, con una todavía más ardiente Everything Flows. El apoteósico duelo de guitarras final entre Blake y McGinley nos transportó a una época de camisetas a rayas y vio salir el sol en el FIB.