Tengo una bestia en la cabeza que me recuerda cada día que he gastado de vacaciones y me confirma que las podría haber aprovechado más. Cada noche me hace hacer un repaso de las cosas hechas: he ido a la piscina, he leído, he echado la siesta, he mirado una película. Nunca le parece suficiente. No has ido a ningún festival, ni a una playa escondida ni a cenar a algún sitio con velas en las mesas. Y no has escrito mucho. ¿No harás ningún viaje? Entonces me repito (porque me parece que así hiero un poco a la bestia) que vivimos encadenados por esta lógica de trabajar para hacer un gran viaje, para hacer check, visto, asumido. Una experiencia y un crecimiento. Cuando lo defiendo, en el bar de la piscina, y digo que eso es la mentalidad del capitalismo, me lo creo. La bestia incluso me cuestiona que no sea productiva cuando justamente va de eso, estar de vacaciones. Pero no sé si la hiero mucho porque antes de ir a dormir saca la cabeza y me dice en voz baja que ahora que me lo puedo permitir, que no tengo hijos, que tengo tantos días, no entiende del todo qué hago en la piscina. Quizás no tiene ánimo de ofender y lo pregunta por curiosidad. Pero siembra la duda en todo.

No sé qué os dicen, a vosotros, vuestras bestias. Quizás no tenéis (espero, por favor, que alguna sí). Yo ya entiendo que tiene que estar y que es el mecanismo de mi cerebro para no conformarme, para ser exigente, para escoger bien. Pero está tan perfeccionada que se sobrepasa de su función y a veces no me deja estar contenta con nada de lo que hago. ¿Seguro? ¿Quieres decir? La inconformidad es una combinación terrible. Me empecé a dar cuenta con mi hermano, una época en que vivimos juntos y destinábamos tanto rato a decidir qué película mirábamos que acabábamos sin poder ver ninguna porqué pasaba el rato y se nos hacía tarde. La necesidad de que la elección fuera óptima nos hacía acabar en la inacción. No me diréis que no es perturbador. ¿Esta peli? Ahora, un thriller da un poco de pereza... Cuando dos cerebros se retroalimentan en las dudas, el mundo colapsa. ¿Cómo puede ser mejor equivocarte, mirar una que te guste menos y si hace falta cambiarla a la mitad que quemar el tiempo decidiendo? Dos bestias luchando a través nuestro, llamándonos a la oreja: ¡puedes encontrar una mejor, busca un poco más!

He leído que tiene un nombre técnico: parálisis por análisis, que además, rima. Acabas reuniendo tanta información que cada vez resulta más complicado tomar la decisión correcta. Y por miedo de equivocarte, no haces nada. Con mi hermano nos pasaba lo mismo escogiendo un queso en el supermercado o decidiendo qué podíamos hacer para comer. Estirar el tiempo como si fuera infinito y, sobre todo, como si eso quisiera decir tener la garantía de acertarla. Escoger quiere decir, quizás, perder la mejor opción. Quizás. Al final, mi hermano me explicó que había leído estudios y que hay un elemento biológico, una parte del cerebro menos desarrollada en los indecisos. Me tranquilizó. Pero eso no quiere decir que no anhele la vida sin la duda. Hay gente que lo sabe hacer. Llega a un restaurante y mira el menú diez segundos. Las vacaciones, ocho meses antes. Es una clarividencia permanente. Sabe qué tiene que hacer, lo sabe enseguida. Y sobre todo, lo más importante, después no hay ninguna voz que lo martirice (y si lo hace, la suya chilla más y ni la escucha ni la oye). Debe ser un descanso y quizás incluso una peligrosa embriaguez de poder. Sueltan a la bestia a passeig, como decía el Quimi Portet.

Cuando dos cerebros se retroalimentan en las dudas, el mundo colapsa

A mí, la que tengo dentro me pone en duda las puntuaciones de los exámenes, lo que explico en clase, lo que escribo aquí en los artículos. De hecho, no creo que esté nada contenta hoy que hablo de ella. ¿Quieres decir? ¿Y esta frase la escribirás así? Un experto me diría que me lo tengo que permitir, que cuanto más importancia le doy, mayor se hace. Cuando dejas que ronde por aquí como si nada y no le haces mucho caso es cuando menos te fastidia. Lo que pasa es que a veces me gustaría ponerla en modo avión o en mute. Sobre todo ahora, por vacaciones, que no para de insistir. Como hemos quedado en que la mayoría de vosotros también tenéis, propongo que nos pongamos de acuerdo y las ahoguemos en la piscina. Que ya nos han enseñado lo que nos tenían que enseñar. Fuera. Ahora oigo que dice que no tengo que acabar el artículo con esta frase. Que me lo repiense. Ni caso, que le quedan horas. Las mismas que malgastaré desperdiciando el verano y las vacaciones, me dice.