La primera temporada de The Bear te ponía en situación con una rapidez desarmante. Después de una pesadilla que resumía su conflicto emocional (y vaticinaba, además, el curso de los acontecimientos) veíamos Carmy Berzatto trabajando en el restaurante familiar, herencia de un hermano que se había quitado la vida, luchando contra todo tipo de contratiempo y teniendo que gestionar un personal acostumbrado a otro tipo de liderazgo. Carmy se había alejado de su familia para convertirse en el chef de uno de los mejores restaurantes del mundo. Pero en el local de Chicago todo es muy diferente: caos, gritos, pulsión urbana, pedidos equivocados, deudas inacabables y la sensación de que el abismo está allí, esperándote.
Caos, gritos, pulsión urbana, pedidos equivocados, deudas inacabables y la sensación de que el abismo está allí, esperándote
La serie estrenada en Disney Plus tiene muchas virtudes, pero las principales de todas ellas es que convierte la vida entre fogones en un ejercicio de suspense que te puede dejar sin uñas (todo para hablar, con propiedad y sensibilidad, de la confrontación entre creatividad e inmediatez, que funciona para la cocina y también para la vida) y que consigue, aunque el episodio se centre en una historia concreta y costumbrista, que el arco dramático de los personajes avance con mucha solidez. A veces con revelaciones que golpean o con gags y diálogos que te hacen sonreír, pero siempre con sutilezas que te hacen sentir parte de la jornada laboral de los protagonistas.
La segunda temporada de The Bear, como pasa con todas las expansiones de grandes series, tenía el reto de mantener el interés sin tener que repetirse más de lo necesario. Y, efectivamente, este segundo plato consigue incluso superar el primero. En gran medida porque sus responsables han entendido que uno de sus ingredientes fundamentales es esta sensación de verdad tan hipnótica y genuina. Todos y cada uno de los episodios, sin excepción, se hacen cortos.
No nos limitamos a ver más de lo mismo, sino a explorar los rincones pendientes de todos los personajes y sentirnos parte de una evolución dramática que siempre tiene un nuevo matiz por enseñar
La segunda de The Bear responde a dos máximas de las buenas secuelas: ofrecer un poco más del mismo, pero mejor, y salir de la zona de confort sin traicionar las esencias. El camino fácil era seguir con la misma narrativa desde el principio, redundar en las heridas emocionales y hurgar en la proximidad que transmiten los personajes. Pero va mucho más allá. Como ya conocemos a los trabajadores del local, los autores de la serie han decidido que ahora los veremos desde perspectivas renovadas. Sí, se palpa la tiranía del tiempo (la estructura no deja de ser la de una cuenta atrás) y sí, hay aquella inmersión casi asfixiante en las tensiones cotidianas, pero aquí el foco no radica tan en el contexto como en sus espléndidos protagonistas. No nos limitemos a ver más de lo mismo, sino a explorar los rincones pendientes de todos los personajes y sentirnos parte de una evolución dramática que siempre tiene un nuevo matiz por enseñar. Todo ello haciéndonos conscientes en todo momento que estamos ante un cambio irreversible (el local en reformas como metáfora de nuestras transformaciones) y haciendo que cada episodio tenga una entidad propia aparte de encajar perfectamente en el conjunto.
Hay sorpresas, giros y grandes cameos, pero nunca distraen del esencial porque cada capítulo es una gozo, un plato irrepetible que querrás volver a probar. Y tiene esta banda sonora y estos maravillosos intérpretes encabezados por Jeremy Allen White. Llega a costar creer que sean actrices y actores, hasta aquí llega el grado de verismo de la serie.