La diversidad es un plato que se sirve frío. Todavía era de día cuando The Blessed Madonna llegó con sus gafas de pasta, su camiseta estampada con los rostros de La piedad de Miguel Ángel y su personalidad apabullante y puso la normatividad patas arriba. La vida es menos difícil con el toqueteo leve de unas zapas contra el suelo, y Marea Stamper bien debe saberlo: de joven sufrió bullying y ahora lleva el duende dentro para compartir su espacio con quien lo desee. La americana demostró con soberbia humilde que lo sufrido siempre puede reconvertirse en algo bonito. Para muestra, un botón: lideró una fiesta plagada de bailarines, cultura drag, abanicos color arcoiris LGTBIQ+ y mucha purpurina para reivindicar la normalidad de lo diferente. Los que pisaron el escenario fueron los protagonistas en mayúsculas de la segunda jornada del Sónar de Día con una sesión tan loable como bailable a ritmo de disco, pop y techno. Porque esa precisamente es la gracia de Stamper, que te samplea unos hits a golpe de base electrónica y pone a bailar hasta al acompañante más desnutrido.
La sesión se desencadenó con una explosión suprema de amor, sororidad y camaradería eterna que no se apagó en las dos horas que duró el jaleo. The Blessed Madonna creó un ambiente cercano en el que pasar un buen rato dejando los problemas en la puerta, reproduciendo su saber estar con armonías legendarias y con la compañía de una corte de bailadores fieles encima del escenario. Personas racializadas, queer y de estética variopinta conquistaron el pequeño universo histriónico de un festival que cumple 30 años convertido en pionero de casi todo. En eso, Marea se parece al Sónar y quizás por eso su vínculo crea auténticos terremotos sensoriales con los que empatizar sin fisuras: porque cuando tú vas, ellos ya han llegado.
Esta DJ es una de las que más resuenan en la contemporaneidad de las salas. Se mueve a dúo con Dua Lipa o Missy Elliott, es la cotitular de temazos millonarios en Spotify —el tema Marea (we've lost dancing), con el gran Fred Again.., tiene ya más de 215 millones de reproducciones— y el año pasado fue la encargada de cerrar el Sónar de Noche. En esta ocasión volvió a las andadas e invocó el poder del baile sobre el césped verde del recinto, con miles de piernas multigeneracionales en movimiento, en una sesión festivalera que repartió amor por doquier y que ya la convierte en una de las jefas superiores del Sónar. A todas las personas que estuvieron les gusta esto.
Nadie puede sentirse fuera de lugar en el Sónar
Inauguró esta segunda jornada la propuesta de Selectya Glossy y su fusión de reggaeton, experimental y creación de imaginarios, para seguir con un jovencísimo Ralphie Choo, que salió de su habitación para firmar un gran atrevimiento creativo e instrumental. Resonó también en una tarde de bochorno y sudor Merca Bae, productor de estrellas locales como Bad Gyal —que encabezará el cartel del Sónar de Noche de este sábado— y que se estrenaba con el show en solitario 2048 sin que acabara de cuajar entre un gentío contundentemente genuino que no espera demasiado cuando solo espera techno, bombo y baffle. Y por supuesto volvieron a verse gafas de sol a patadas, rejillas, transparencias, outfits muy trabajados y también alguna que otra bermuda de estar por casa, porque sentirse fuera de lugar en este festival no es una opción.
Por supuesto volvieron a verse gafas de sol a patadas, rejillas, transparencias, outfits muy trabajados y también alguna que otra bermuda de estar por casa, porque sentirse fuera de lugar en este festival no es una opción
Lo cierto es que no hubo ni un ápice de desasosiego en la versión diurna del festival, seguramente fue totalmente lo contrario. Jolgorio, fluidez, desatamiento, éxtasis hasta el infinito. El Sónar tiene algo que lo hace diferente. Lejos de ser un encuentro como cualquiera, ha sabido conjurar con holgada maestría una fórmula que le ha funcionado durante tres décadas y que sigue consolidándole como un sitio al que ir como poco una vez en la vida. Porque siempre es un buen momento para recorrer los metros cuadrados del recinto —preparado para la efeméride y con un confort algo readaptado, vale decir— y dejarse sobornar por la increíble sensación de estar flotando.