Hasta su cuarta temporada, The Crown se había erigido en una de las mejores series en emisión porque conseguía explicar una historia real sin tener que depender en exceso de sus literalidades. Es decir, que se hacía justicia a los acontecimientos con mayor o menor medida, pero lo que realmente importaba era la dimensión dramática de lo que se narraba. Por eso obraba el milagro de hacerte interesante un tema como la monarquía o bien dotar de densidad a personajes que en la vida real nunca han tenido tanta. De hecho, The Crown ha mejorado cuando se ha dedicado a construir su universo sin mirar las hemerotecas, visualizando cosas que solo sabíamos de oídos y generando conflictos que ayudaran a perfilar a los protagonistas.
Todo eso cambiaba hacia peor en su quinta temporada. Centrada mayoritariamente en el drama de Lady Di, una persona que tiene que gestionar la destrucción de su intimidad mientras asciende a icono global, cometía el error de renunciar a un relato con identidad propia para hacer una ilustración forzada y poco creativa digna de revista del corazón. A pesar del gran trabajo de Elizabeth Debicki, se podía decir que su Lady Di acababa con The Crown tal como la conocíamos, ya que los responsables de la serie se olvidaban de explicar una historia para limitarse a mostrarnos la historia. Eso es lo que la ha hecho caer del pedestal. Y eso es lo que marcan los cuatro primeros episodios de su temporada final.
Los cuatro episodios estrenados (el resto llegarán el 14 de diciembre) funcionarían como retrato independiente de los últimos días de Diana. No sería necesariamente malo si no fuera porque, vistos en relación a la serie, resultan sintomáticos de un problema que las últimas dos temporadas empezaban a apuntar: la irrupción del personaje en escena desdibuja el resto de tramas y, en consecuencia, la fuerza dramática de los que hasta ahora habían sido sus protagonistas. Aquí también pasa, y la prueba es que el mejor episodio, el cuarto, sea el que vuelve a una mirada más coral y entra de nuevo en los laberintos de la intimidad real.
Hay largas escenas en que los personajes parecen hablar para adecuarse más a la percepción colectiva de un hecho que no a analizar sus causas
No es que Diana esté mal explicada, es simplemente que lo que se explica de ella es tirando a rutinario. Tiene buenas ideas (como la de mostrar la tragedia fuera de plano y desde el principio), pero hay largas escenas en que los personajes parecen hablar para adecuarse más a la percepción colectiva de un hecho que no a analizar sus causas. The Crown, pues, queda reducido a un correcto pero poco trascendente melodrama de sobremesa que sigue brillando en algunos momentos, pero de manera más esporádica de lo que lo había hecho hasta ahora. No ayuda mucho que la historia de amor que retratan estos cuatro episodios sea, seguramente, lo menos interesante de toda la serie.