De series sobre periodistas ya tenemos unas cuantas, pero de buenas, no tantas. La mítica Lou Grant estableció un canon difícil de superar, y la mayoría de las que han venido después han cometido el error de sublimar el oficio o bien fiárselo todo a los grandes discursos, con la contradictoria The Newsroom al frente. Por eso cuando llega una nueva tiendes a desconfiar, porque temes encontrarte la enésima visión enaltecida y faltada de matices en que los personajes se comportan como si su verdad fuera única e inalcanzable. No es el caso, afortunadamente, de la serie australiana The Newsreader, que con sólo seis episodios se corona como una de las mejores ficciones sobre periodismo de los últimos años.
Situada en los años 80, se centra en los conflictos diarios de los trabajadores de una cadena televisiva que tratan de superar los eternos techos profesionales de este trabajo. La estructura de cada capítulo es tan sencilla como arriesgada: partiendo de un caso real que sacudió el oficio durante aquella década, la historia se adentra en las consecuencias que cada crónica tiene en la vida personal y laboral de los protagonistas. Y todo con una acertadísima recreación estética, un ritmo que nunca decae a pesar de entretenerse en los detalles, y una extraordinaria capacidad para hablar de temas pretéritos que se erigen en la perfecta metáfora del mundo actual.
The Newsreader, pues, brilla en unos cuantos frentes. Con respecto a su radiografía del periodismo, hace una magnífica incursión en los conflictos sobre el enfoque de una noticia, sus repercusiones morales y la necesidad de distanciarse de una realidad para poder informar con rigor. Habla de compromiso, de personalismos, de corporativismos y de responsabilidad. De la dureza de difundir informaciones con las que no estás de acuerdo y de la contención de las emociones ante una tragedia. La serie consigue que cada debate, sea íntimo o colectivo, interpele al espectador, a quien se dan bastantes herramientas como para que se sienta parte de las conclusiones. Con respecto al estudio de personajes y su rol dentro de los abismos de la profesión, la serie todavía sobresale más: su aproximación a temas como el papel de la mujer, el choque generacional o las tensiones jerárquicas está trabajada con tanto cuidado que consigue armonizarse con las tramas sin que seas del todo consciente de que te habla de otro tiempo y otro lugar.
Al final, el gran mérito de la serie es que te hace darte cuenta que los conflictos del periodismo de hace más de tres décadas son exactamente los mismos que los actuales. Se expresa a partir de las crisis y disyuntivas de unos personajes que se hacen muy creíbles gracias al trabajo de todos los intérpretes, y muy especialmente Anna Torv. Tradicionalmente, el periodismo ha hablado mucho de él mismo pero se presta poco a transformarse, y la serie se adentra en aquellos elementos que se enquistan los viejos debates. Por eso resulta tan elocuente, tan redonda y tan recomendable.