Imaginaos que una empresa ha encontrado la manera de determinar cuál es tu media naranja. Es suficiente con una muestra de tu ADN. Una vez hecho el match, sólo se trata de buscar a la persona en una gran base de datos y ponerse en contacto para empezar el resto de vuestra vida. ¿Sin embargo, realmente lo haríamos? De acuerdo que nos ahorraría muchos sufrimientos y nos permitiría saber si realmente hay alguien allí fuera para nosotros, pero en el fondo también renunciaríamos al ensayo y error, a la posibilidad de decidir libremente si nos equivocamos o no. Este es el debate sobre lo que se sustenta The One, una serie británica de Netflix que tiene aires de Black Mirror pero que, quizás por la voluntad de alargarse ocho episodios, acaba desdibujando mucho su atractivo punto de partida.
Dicho sea de entrada que es un thriller funcional y entretenido, sabe dosificar la mayoría de sus giros (aunque algunos son muy predictibles) y tiene algún apunte lo bastante malévolo sobre la obsesión colectiva para fiárselo todo al mundo virtual. Pero no deja de ser decepcionante que sus responsables desperdicien tantas ideas prometedoras a beneficio de algunas tramas (como la que tiene que ver con una policía y su match de Barcelona) que caen en clichés incluso ruborizantes. Pero, y por eso no se puede menospreciar del todo, cualquier producto audiovisual que te genera preguntas es bienvenido, y es cierto que este te lleva sistemáticamente a plantearte qué harías tú en el lugar de los personajes.
La trama de Rebecca Webb
The One tiene vocación de serie coral. Se nos presentan un puñado de personajes que acaban confluyendo de una manera directa o indirecta; en algunos casos, este vínculo está bien encontrado, porque responde a su discurso sobre hasta qué punto hemos empequeñecido el mundo con las redes sociales, pero en otros tienes que hacer un esfuerzo por creerte lo que te quieren vender. Todas estas historias tienen su propio tono y pretenden representar una posición hacia el debate moral que se plantea en la serie.
Una de las más interesantes es la de la chica que, insegura ante los sentimientos reales de su chico, le hace la prueba a escondidas y descubre que ella no es su media naranja. Y peor todavía, se acaba haciendo amiga de la chica que sí está destinada a estar con él. Es una de las tramas más sugestivas, porque está llena de (tensas) situaciones que apelan a la esencia de lo que tendría que haber sido la serie. También resulta adictivo el personaje Rebecca Webb, la creadora de la empresa que ha creado el test. Su engañosa intimidad está bien dibujada porque el guion presta mucha atención al detalle, pero sobre todo porque se nota que la actriz que lo interpreta, Hannah Ware, se lo pasa pipa dotándola de ambigüedad. Pero a la serie le falta alma, y lo notas porque cuando llegas al final no hay sensación de catarsis, ni te acaban importando lo suficiente algunas desgracias. Ahora bien, como mínimo por el camino nos deja unas reflexiones bastante pertinentes sobre el mundo que nos está quedando.