Las vacaciones y sus contratiempos son un tema recurrente en televisión. Pero hay dos maneras de aproximarse: la que busca hurgar en los enredos sentimentales y sacarnos al cotilla vocacional que llevamos dentro (el modelo The Love Boat, para entendernos) y la que aprovecha la ocasión para mostrar que cuando viajamos y nos relajamos sacamos lo peor de nosotros mismos.

También somos falsos

The White Lotus no solo pertenece en este último apartado, es que directamente se ha convertido en su título más emblemático. Su creador, Mike White, se ha propuesto trasladar cada temporada a un nuevo escenario e ir cambiando de personajes, pero, al final, el objetivo, idéntico en cada caso, es sacar las vergüenzas de una serie de personajes encarcelados por la frivolidad y las apariencias que, cuando se tienen que relacionar con un entorno exótico y desconocido, muestran su verdadera cara. Y esta, como no podía ser de otra manera, es una cara oscura y perversa, o también un glosario de sus profundas frustraciones y debilidades. Las dos primeras temporadas supieron poner el dedo en la llaga con historias que tenían denominadores comunes, como la lucha de clases, las relaciones tóxicas y las familias disfuncionales. Y la tercera, recién estrenada en Max, arranca con el mismo brillantez y mala leche, presentándonos una galería de individuos que, cuando llegan a un complejo turístico de Tailandia, ya dan síntomas de ser mucho más imbéciles y falsos de lo que ya parecen.

Foto The White Lotus 1
Este lunes se ha estrenado la tercera temporada de The White Lotus

The White Lotus ha alcanzado la categoría de serie a la que solo le pides que ejerza de ella misma

Si los otros están peor que tú, tus problemas te parecen menos importantes

La tercera de The White Lotus empieza fuerte, con una sesión de meditación interrumpida por un misterioso estallido de violencia. Inmediatamente después vienen las presentaciones. Aquí tenemos, entre otros una familia de padres y tres hijos a los cuales se define como normales, pero que incomodan cada vez que abren la boca; tres amigas de la infancia en que una de ellas marca el ritmo porque es una estrella televisiva; un matrimonio de edades descompensadas que parece tener agendas muy diferentes para su estancia; y unos trabajadores del establecimiento que no pueden creerse lo que están viendo. Puede parecer, y es así, que la estructura y el tono son exactamente los mismos que los de sus predecesoras, pero The White Lotus ha alcanzado la categoría de serie a quien solo le pides que ejerza de ella misma. Una vez más, los diálogos son excelentes tanto por creíbles como por venenosos; las sutilezas son un arte narrativo (solo con los silencios de un personaje ya crea ml incógnitas) y transmite la sensación que las cosas se pueden torcer en cualquier momento. Es esta aureola de humor negro y mal ambiente que hace que las diferentes historias se vuelvan imprevisibles y altamente adictivas, hasta el punto que la hora y pico que duran los capítulos llegue a hacerse corta. La serie saca jugo a una antigua máxima: si los otros están peor que tú, tus problemas te parecen menos importantes.