La nueva producción de HBO es una perversa aproximación a un subgénero tan viejo como la misma tele: las series ambientadas durante las vacaciones. Una revisión con mala lache de un estilo clásico, que ha hecho de The White Lotus una de las sensaciones catódicas del verano.
Todos los ingredientes pero un sabor diferente
Quizás sin ser del todo conscientes, la televisión nos ha ido alimentando de representantes de un subgénero que ha ido evolucionando al cabo de los años: las series ambientadas durante las vacaciones. Desde la inmortal Vacaciones en el mar hasta productos de sobremesa protagonizados por policías en bicicleta, esta tendencia ha sido, como pasa con toda ficción, un síntoma de su tiempo que se ha transformado al mismo ritmo que lo han hecho los contextos sociales y políticos. Y claro, hoy en día es impensable encontrarse con un producto que apueste por unas vacaciones tradicionales y se limite a exprimir nuestras ganas de evadirnos o de viajar desde el sofá.
The White Lotus, estrenada recientemente en HBO a razón de episodio por semana, es un muy buen ejemplo. Tiene todos los ingredientes de la serie veraniega clásica: un retrato coral, un escenario paradisiaco, enredos amorosos, afanes de superación... sin embargo, como la misma modernidad, un aliento de perversidad y mala sombra recorre buena parte de sus poros. Las sonrisas son postizas, las relaciones son aparentes y la felicidad es artificial. Por eso tiene todos los números para convertirse en uno de los grandes éxitos de estas segundas vacaciones pandémicas, porque el mundo que nos enseña, a través de apuntes malévolos y diálogos corrosivos, se parece al nuestro. Muchi más incluso de lo que nos gusta admitir.
Como las pequeñas grandes mentiras
No es ninguna casualidad que The White Lotus empiece al estilo de Big Little Lies, es decir, con la toma de conciencia de un cadáver de lo que desconocemos la identidad y que acabará siendo uno de los motores de la narración. Acto seguido, la serie nos presenta un grupo de personajes muy heterogéneo que, a pesar de disponerse a pasar unos días en el paraíso, parece una bomba de relojería. La gracia de todo es que la estructura se parece a la de muchas otras series del mismo estilo, pero el tono y el rumbo enmiendan esta sensación una vez y otra. No hay ni un solo personaje verdaderamente empático ni una sola situación sin una lectura maliciosa. Apunta contra la familia, a la lucha de clases, la hipocresía recalcitrante, las terapias alternativas, los matrimonios precipitados y las tiranías laborales, entre muchas otras cosas, y además se permite el lujo convertir tan idílico escenario en la singular antesala de una pesadilla.
Lo mejor de The White Lotus, pues, es como coge diferentes estadios de un relato aparentemente ligero y lo va convirtiendo en una inmersión en las grietas y silencios de unos individuos que nunca dicen lo que realmente piensan. Los méritos se tienen que repartir entre todos los implicados. Por una parte, su creador, Mike White, guionista de School of Rock y director de la muy reivindicable Qué fue de Brad, que tiene un don para elevar materiales que sobre el papel podrían resultar la mar de convencionales. Por el otro, su extenso y eficaz reparto, con Alexandra Daddario, Connie Britton, Jake Lacy y Murray Bartlett (su personaje merecería una serie aparte, incluso) al frente.