Roland Emmerich siempre ha sido mejor director de lo que se ha dicho. De hecho, es un autor en toda regla que ha hecho de la explotación de ideas ajenas un estilo propio, y es indudable que su obra tiene unos rasgos muy característicos. El primero de todos ellos, la voluntad de mostrar la destrucción del mundo, siempre ejecutada con un entusiasmo contagioso, y también notable cierta capacidad de hacer sátira política, especialmente patente en sus películas de catástrofes del nuevo milenio. Pero también es un cineasta con tendencia a sublimar el ridículo, a creerse Spielberg por el solo hecho de imitarlo, a abusar tanto de determinados clichés que llega a dar risa sin pretenderlo. Un buen ejemplo de todo eso es Stargate. Una gran idea, grandes actores, gran diseño de producción, grandes escenas de acción, pero un tufo reaccionario, y una dramaturgia pueril, que te acaba creando una contradicción permanente. Lo mismo vale para Independence Day y su delirante secuela, o para Moonfall, su fracaso más estrepitoso, aunque es más divertida de lo que se dijo.

La comedia del verano

En Those about to die, su serie para Amazon, parece que se proponga hacer una síntesis del péplum, un género que clarísimamente le encanta. Hay guiños a casi todos sus títulos emblemáticos, desde Ben-Hur hasta Gladiator, pasando por La caída del imperio Romano. Pero, como pasa con sus peores trabajos, querer socializar tus gustos no te convierte necesariamente en el más adecuado para narrarlos, y la serie se acaba convirtiendo en la gran comedia involuntaria de este verano.

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Ni Anthony Hopkins salva este monumento a la vergüenza ajena

Este despropósito busca, para resumirlo, mostrar el imperio romano desde todas las perspectivas posibles y en todos los rincones imaginables. Hay intrigas palatinas, rivalidades sucesorias, esclavos que se convierten en gladiadores, conspiraciones clasistas, carreras de cuadrigas, batallas a cámara lenta y amores imposibles. Quiere ser provocadora en la violencia y explícita en el sexo, y también pretende que cada frase pronunciada resuene como un trueno. Pero Emmerich, también eventual director de la serie, y su equipo cometen un error primordial, que es tomársela demasiado en serio. Those about to die es un monumento a la vergüenza ajena por culpa de su CGI (imágenes creadas digitalmente), tan omnipresente como agotador; por sus diálogos, llenos de subrayados y de discursos impropios de quien los pronuncia; por sus intérpretes, todos terribles y comportándose como si la acción pasara unos cuantos años después (ni Anthony Hopkins se salva, ya que va con el piloto automático); y por su banda sonora, tan ampulosa e impersonal que parece de librería.

Roland Emmerich corre el riesgo de convertirse en un director de saldo que, incapaz de mantenerse en Hollywood, se dedica a replicar sin chispa sus hitos comerciales

Se le puede reconocer el intento de construir una narrativa coral y ambiciosa, y también la solvencia de algunas escenas de acción. Pero está mal explicada (esta voz en off que desaparece por arte de magia), los momentos más dramáticos rayan el ridículo y sus diez episodios de una hora se hacen eternos. Emmerich, si no vigila, acabará convertido en aquello que parecía en sus inicios, antes de dar el gran salto: un director de saldo que, incapaz de mantenerse en Hollywood, se dedica a replicar sin chispa sus hitos comerciales.