Cuando llegas a la treintena, a muchas mujeres se nos aparece una divergencia: nuestro reloj biológico no va al mismo ritmo que el personal. Esperamos la maternidad para cuando estemos económicamente, socialmente y emocionalmente más estabilizadas y, a veces, a los 30 (digo 30 como podría decir 32, 34 o 36), es cuando todo vuelve a empezar.
Por ejemplo, cambios en el trabajo que no esperábamos y nos implica un descalabro e incluso una inestabilidad agudizadas; un entorno que ya nos gusta que no piense en el más allá, ni planifique y haga todo aquello que con 20 y algo no se podía por una cuestión económica; o rupturas previas a dar el paso adelante familiar que te obligan a hacer un paso atrás. Este último caso es curioso porque es el clásico que siempre te ha dado pereza y cuando por fin te decides te viene una hostia que no sabes qué procedencia tiene y piensas: "¡Cojones! (Ovarios para dejar el lenguaje androcentrista que sitúa al hombre como el centro de las cosas) Ahora que me había decidido!". Y es fuerte porque una. que siempre le había resbalado el tema de la maternidad, de golpe pasa a ser ultra mega tope importante por el simple hecho de no poder tenerlo o, cuando menos, en aquel paisaje que te habías configurado desde hacía tiempo.
Y es entonces cuando priorizas tus ovarios por encima de todo. De entrada, si no quieres ser madre soltera, te conviertes en una especie de scout donde sólo ves posibles inseminadores antes que la misma persona y piensas, "uf, para perder el tiempo, paso" y vas tirando oportunidades de divertimento o conocer personas que, quién sabe si pueden ser interesantes, porque tienes complejo de Risto Mejide en los años de OT. Esta visión tiene un punto psico que puede derivar en un trastorno obsesivo y lo tenéis que parar a tiempo: en la vida no todo son tus ovarios.
En este orden de prioridades también está tratarlos como si fueran las Siete Bolas de Dragón. Es decir, de golpe, te explican que tus ovarios tienen una fecha de caducidad y que a los 35 el tema empieza, de verdad de verdad, a bajar en picado. Después te encuentras casos que con 40 son madres y pasas de los "bricoconsejos" de los expertos pero allí tienes el sonsonete, grabado en la cabeza, que tus ovarios se están despidiendo de ti. Y una quiere preservar algunos, de aquí la importancia de las Siete Bolas de Dragón.
Para conseguirlo, de entrada, puedes hacerte una prueba para ver tu nivel de reserva ovárica. Dicho así parece que nuestro sistema vaginal sea una sabana africana pero tenemos que ser prácticas y tienes tres opciones: una especie de ecografía, una analítica y la prueba antimulleriana que sería la top. Las primeras, si eres de una mutua, son gratuitas. La última, que es tan precisa que sólo hace falta que le ponga nombre y apellidos a los ovarios que te quedan, te sitúa en qué momento estás. También se hace por extracción de sangre y prepara más de 100 euros para saberlo y pagarlo. Además, teniendo en cuenta que te dice cómo estás ahora pero no planifica cómo estarás dentro de seis meses: los ovarios están muy locos y puede ser que desaparezcan de forma más rápida de sopetón. Pero aquello ya te puede servir para hacer una previsión y ver si las Siete Bolas de Dragón las tienes que conservar en un banco de ovarios. Para el banco prepara más de 2.000 euros tan sólo por hacer el tratamiento, te los guarda de forma indefinida y tienes que pensar en un coste extra anual para que estén congelados como Walt Disney y resuciten cuando te apetezca. Es una inversión que quizás no sirve de nada: la vida es eso al fin y al cabo, no saber qué pasará mañana.
Pero si tu grado de previsión y planificación es elevado sabes que te lo acabarás pensando. Y si no también, incluso las personas más caóticas de la vida pueden tener muy claro que quieren vivir la maternidad. Y cuando llegas a los 30, como decían en la gran serie Aída, no tienes "el chichi para farolillos".