Una aleta dorsal que incumple la Ley de costas. Fosas nasales dotadas para detectar una gota de sangre a kilómetros. Boca monstruosa con mogollón de dientes afilados. Los ojos como recién salido del after… Dentro del imaginario colectivo, el tiburón blanco es una spielbergiana metáfora de nuestros miedos y, a la vez, un ser maldito, un animal asocial, un pez inadaptado, un bully de playa… Pero lo cierto es que, pese a su mala reputación, este selacio con fama de solitario —en Alguer lo llaman ‘monjo’ (monje)— desarrolla vínculos afectivos y sociales para toda la vida. Además, se trata de un ser paleozoico que ha sido capaz de trampear extinciones masivas. Un survival. Un milagro de la evolución gracias a su extraordinaria capacidad de metamorfosis. Prácticamente solo tiene un depredador —que está a punto de extinguirlo—: la actividad humana. Todas —o casi todas— estas cualidades podrían trasladarse a Maude, la joven protagonista de Tiburón blanco (Sapristi / Editorial Finestres, 2023). Una chica que utiliza la música como escudo para protegerse del mundo y que, tras la muerte de su padre, con quien apenas convivió, deberá viajar, para vaciar la casa de este, hasta una pequeña isla cuyo mayor acervo cultural es el avistamiento, hace mucho tiempo, de un gran tiburón blanco.
Genie Espinosa (Badalona, 1984), la autora, se ha ganado el prestigio como ilustradora de vanguardia trabajando para publicaciones internacionales y grandes marcas. También ha hecho encargos discográficos, como la portada de Mafiosa, un sencillo de Nathy Peluso. Su primer tebeo, Hoops (2021), una utopía feminista y post-millenial protagonizada por tres amigas muy poco normativas, nos dejó a todos flipando: le concedieron el premio Miguel Gallardo, el de Autor Revelación, en el Saló del Còmic de Barcelona. Y ahora ha vuelto a sorprendernos con una historia muy distinta: el viaje de una chica algo anodina a las profundidades oníricas del duelo, la memoria familiar y las relaciones paternofiliales del cual solo conseguirá salir a través de la metamorfosis personal. Una mutación comparable a la de los grandes escualos. Al otro lado de la línea, quien sabe si mirando por la ventana al mar o al árbol de Navidad gigante de su ciudad natal, Genie responde, simpática y dicharachera, a mis preguntas sobre tiburones blancos y vínculos familiares mientras duerme a su bebé en brazos.
Para mí el cómic es experimentación, no tendría sentido hacer uno nuevo que se pareciera mucho al anterior
Has pasado de la sororidad y el girl power urgente de Hoops a una historia totalmente introspectiva y pausada, a la soledad, el tránsito de la adolescencia a la madurez, el trauma y el duelo encarnados en Maude, la única protagonista (casi el único personaje) de Tiburón blanco. ¿Qué te ha llevado a hacer ese viraje?
¡Pues sí! Para mí el cómic es experimentación, no tendría sentido hacer uno nuevo que se pareciera mucho al anterior. La historia comenzó cuando dibujé al personaje, con esa narizota que tiene, y pensé: "¿Qué podría pasarle?". Quería hacer una especie de road trip, pero que fuera transformador en el sentido de cómo te cambia el duelo. En el comic, el desconsuelo aparece como una partida de un juego de mesa. Pensé que sería interesante poder hablar así de un tema tan universal y triste. Pero no quería enfocarlo desde la tristeza, aunque tenga pasajes tristes, ni dar ningún mensaje. Solo quería que el lector estuviera al lado de la protagonista y rellenara los espacios con su propia experiencia del duelo. Por desgracia, todos hemos sufrido alguna pérdida. Pensaba que sería guay hacer el experimento y a la vez investigar cómo pueden trasladarse esos sentimientos. Se trata de un personaje muy introvertido, que usa la música como un muro entre ella y el resto. Y no entiende por qué le pasa, pero a medida que la lectura avanza se dan pistas. Habla de la herencia, de como un tipo de conducta pasa de padres a hijos… No sé, pensé que sería interesante y me lo he pasado muy bien haciéndolo, la verdad. ¡Me mola mucho haberte sorprendido!
Lo que sí que mantienes son los mundos oníricos y lisérgicos, los universos paralelos.
El cómic es un formato que te permite hacer lo que te de la gana. Mandas tú, eres tú quien crea el universo donde viven tus personajes. Pero si encima introduces el mundo de los sueños, ya es como rizar el rizo. No sé si tú sueñas muy loco, pero yo a veces tengo unos sueños que digo ‘Perdona, ¿pero este LSD cuándo me lo he tomado? ¿De dónde sale esto?’. A la vez me interesa explicitar que es un sueño. Por ejemplo, en la introducción, la protagonista va cambiando de forma: ahora lleva un peinado, ahora otro, va vestida de otra manera… Y hay otro personaje, una especie de Monopoly-Comecocos, que es muy fluido y va como goteando en el cómic: entra y sale, cambia de forma. Me interesa mucho experimentar con ese lenguaje cercano a la animación. Un sueño te permite hacer una intro en la que no hay reglas. Una cancionaza de fondo (en el sueño introductorio al que refiere suena nada menos que David Bowie), y que la historia empiece con el pitido de la alarma del móvil, que es como nos despertamos todos.
Quizás la protagonista es como yo transitando Badalona de adolescente: con los cascos puestos e intentando no oír, ver, ni sufrir las cosas de alrededor
Maude, a través de la muerte de su padre, se enfrenta a sus orígenes. Tengo entendido que, tras vivir durante varios años a caballo entre Bristol y Barcelona, hace poco que has regresado a tu ciudad natal. ¿Qué hay de autobiográfico en esta historieta?
Hay un montón de cosas que es inevitable plasmar cuando estás trabajando en un cómic, que es un proceso muy largo, así que, seguramente, su retorno es también el mío, como dices. También sufrí la pérdida de mis abuelos, el clásico de cuando eres adolescente, que debería ser el primer contacto con la muerte para todos. Pero luego, hace seis años, murió uno de mis mejores amigos, y cuando le pasa a alguien de una edad tan cercana a la tuya (él era dos años más joven que yo), es como que no lo entiendes. Nos costó mucho a todo el grupo de colegas enfrentarnos a esa pérdida, y cambiamos todos. Él era lo que nos unía y el grupo se rompió un poco. Eso me hizo pensar en cómo te transforma una pérdida así, como sales del duelo siendo otra. La transformación en el cómic tiene una resolución un poco surrealista… ¡Pero no quiero contar el final! Maude empieza el cómic de una manera y acabará de otra.
Creo que en tu obra hay una reivindicación de lo periférico en un sentido amplio. ¿Te consideras de algún modo una autora periférica?
Inevitablemente, sí. Badalona no es una ciudad pequeña, pero hay poca cosa: panaderías y el Condis, poco más. Siempre hay cosas que se reflejan. En Hoops se notaba más, en la manera de hablar de los personajes, por ejemplo. En el nuevo, quizá la protagonista es como yo transitando Badalona de adolescente: con los cascos puestos e intentando no oír, ver, ni padecer las cosas de alrededor.
Es tu primer tebeo traducido al catalán, ¿verdad?
Sí, es la primera vez y estoy supercontenta, la verdad. ¡Me ha hecho una ilusión! En plan "es tu lengua", ¿sabes? Claro que yo estoy muy acostumbrada también al castellano, por el cole y tal, pero tener algo en lengua catalana ha sido, joder… Recibir la caja en casa y abrirla fue como haber dibujado un cómic nuevo. No sé, me hizo un montón de ilusión. Además la edición de Finestres es espectacular, se la han currado muchísimo. ¡Huele superbién en catalán! ¡Huele distinto!
Escucho música mientras dibujo, y a la vez pienso en una banda sonora que refuerce lo que le esté pasando al personaje
Algunos te conocimos a través del submundillo de la autoedición, cuando editabas el fanzine Raras. ¿Qué han supuesto para ti los fanzines? ¿Ahora que te publican cosas con ISBN, piensas seguir autoeditando?
El fanzine fue un medio genial para empezar a hacer cómics. No tenía a nadie que me supervisara, fue experimentación total. El mundo del fanzine tiene eso, tú te lo guisas y tú te lo comes. Entonces, claro, cuando empecé a hacer cómics en plan ISBN, como tú dices, ya venía con una especie de punkismo en la mochila que el editor se tuvo que comer. Por suerte, Octavio Botana (de Sapristi) es genial y toma riesgos para la editorial. Quiero seguir haciendo fanzines. De hecho, empecé el tercero de Raras con la pandemia y se me quedó colgado, pero lo quiero recuperar en cuanto pueda. Lo último que saqué lo llevé al Gutter Fest de este año, en mayo, una recopilación de fanzines antiguos junto a algunas historias nuevas. Es bastante tochillo, impreso a color en DIN A4, y quedó superbién. Aunque compré más que vendí. ¡La gente hace unas cosas espectaculares!
Bowie, los Talkin Heads, Frankie Valli & The Four Seasons, Daniel Johnston, los Stones… La protagonista de Tiburón blanco es una melómana que, como decías, utiliza la música para aislarse del mundo. Pero hay un cierto decalaje entre su edad y la música que escucha, ¿no?
¡Tengo como un cacao mental muy heavy con la música! Hay canciones que para mí son temazos que me remiten a algún momento de mi vida y se me han quedado grabados. Y por mucho que ahora escuche música más contemporánea, yo que sé, la Rosalía, C. Tangana o Jungle, por alguna razón siempre vuelvo a los clásicos. Es como mi zona de confort. Ahora mismo estaba arreglándome y arreglando al pequeñajo, y he puesto a los Beatles y bailaba delante del crío para que no llorara mientras me ponía los pantalones. Es otra de las cosas de las que hablábamos, como el ser del extrarradio o el transmitir rasgos de tu personalidad a tus personajes, algo que para mi es inevitable vincular al mundo del cómic. Escucho música mientras dibujo, y pienso en una banda sonora que refuerze lo que le esté pasando al personaje. Por ejemplo, cuando Maude entra en casa de su padre por primera vez, suena Girl Afraid de los Smiths. De hecho, tengo una playlist hecha en Spotify para escuchar mientras se está leyendo el có… (unos llantos leves, gemidos agudos y vocálicos, interrumpen la conversación) … ¡Que se me despierta el enano!
¡Vuelve a ponerle a los Beatles!