En la primera frase del relato, Arnau y Bruna tienen dieciséis años. Van a la misma clase y cuando salen de fiesta, todo el mundo sabe que se gustan. Lo que no saben los compañeros es que se envían mensajes en privado y se escriben las metáforas más cursis que os podáis imaginar. Para ellos, en aquel charco de frases de autoayuda azucaradas está toda la sabiduría, todo el deseo (todavía no saben distinguirlo del amor) que puede caber en un pecho de un mamífero de su edad.

En el segundo párrafo Bruna ya ha hecho diecisiete y hoy es el cumpleaños de Arnau. Ha soplado las velas, ha abierto los regalos, y antes de ir a dormir ha recibido otro mensaje de Bruna. Bruna no le explicará nunca el motivo real de aquellas palabras. El mensaje, en cambio, insinúa que le gusta mucho estar con él (ya lo sabíamos) y que sería bonito ir juntos a hacer alguna cosa. Este "hacer" dispara las múltiples lecturas. En medio de la propuesta hay stickers y emoticonos que complican al narrador distinguir el grano de la paja.

En el tercer párrafo entramos dentro de las inseguridades de Bruna. Lo ha visto tan contento en la fiesta de cumpleaños y con una complicidad tan fascinante con Jana, que los celos han decidido no perder más el tiempo. Aquí, se tumban en un parque. Hablan de una serie que ha visto Arnau y Bruna promete que mirará hoy mismo cuando llegue en casa, pero antes de llegar a casa, a mitad de la frase adversativa, Arnau le da un beso torpe en la boca. Es un beso que toma medidas, bien de intención, exagerado de intensidad, mejorable en la ejecución. El beso se alarga. Cuando separen los labios alguna cosa habrá cambiado, como quien se adentra en una parte de la casa que no conoce.

En el cuarto párrafo les vienen las prisas. Quieren darse más besos (muchos) y quieren hacer el amor. El amor, los dos, por primera vez. ¿Dónde? No lo saben. En casa imposible. Meditan lugares y hacen bromas enviándose localizaciones. Desde hoteles por horas, hasta segundas residencias de los padres. Al final de esta frase, llegarán a la conclusión que todo eso pide demasiada logística.

Así que en el quinto párrafo, gracias a una llamada de la tía, Arnau propone su casa porque "hoy mi madre estará todo el día fuera". Bruna utiliza exclamaciones. Se mezclan los adjetivos. Están nerviosos e ilusionados. Han visto pornografía, saben de algunos amigos que ya lo han "hecho", pero la mitología de la primera vez los agobia.

Ahora sí, ya empieza el final. Los besos son cada vez más perfectos y llevados por la euforia del verano, y el sabor de la boca dentro de la otra boca, escogen hacer el amor en la habitación de los padres. La descripción es precisa. Hay aire acondicionado y una cama ancha. Arnau se mueve con prisas y coloca una toalla encima de las sábanas. Es un acto de prudencia que lo condenará. Una vez desnudados, Bruna pregunta por el preservativo. Todo se detiene. Arnau había entendido que lo llevaba ella. Silencio incómodo. No. ¿Cómo que no? Ahora el deseo se vuelve un reproche. Tú eres el tio. Dijimos que lo haríamos juntos. Yo ponía el piso y tú... Las frases quedan entrecortadas porque oímos el sonido de la cerradura y la voz de la madre que grita: Holi. Alargando la "i".

El de antes tenía que ser el último párrafo, un coito inexperto, entrañable, quizás un final feliz. Pero los whatsapps de la madre que no ha leído Arnau hacen que Bruna ahora corra aterrada a vestirse. Salen de la habitación con la cara roja y los ojos dilatados. Disimulan. La madre no dice nada y lo sabe todo. También finge una naturalidad impostada, sobre todo para que Bruna no se sienta incómoda. Los adolescentes respiran aliviados, convencidos de que aquí nadie ha notado nada. Mientras están en el comedor jurándose que la próxima, irán a casa de ella y él llevará los preservativos, la madre, en la última frase del cuento, con un tono de voz que no os sé describir, pregunta: "¿Qué hace esta toalla aquí?".