Sería bonito que no necesitáramos nada, solo mirarnos. Y mirarnos así de paso, por la calle, ahora que los dos estamos esperando en este semáforo. Porque ahora si te miro, si me fijo mucho, puedo hacer volar la imaginación e inventarte una biografía por si te has cortado o no el pelo, por cómo miras nerviosa la pantalla del teléfono, o por si has elegido esta ropa y no otra.
Pero con un chip sería todo más fácil, ¿verdad? Reconocernos a simple vista, como una epifanía, y así no habría que perder el tiempo en largas charlas, la mayoría de veces llenas de medias verdades y mentiras ostentosas, y no habría que perder el tiempo en excusas que, al fin y al cabo, solo sirven para disimular y durante muy poco rato.
Un chip y, antes de que el semáforo se ponga en verde, saber qué música te gusta y qué música detestas, un chip y averiguar por qué no te hablas con ningún hermano, qué no te dijo nunca tu padre y por qué no te dedicaste a tocar el piano que era tu gran pasión. Y entonces tú descubrirías en mí, - ahora que el semáforo está en ámbar- este almacén de frustraciones que disimulo bromeando cada vez, (que conmigo no se puede hablar seriamente). Y así podrías adivinar por qué me da miedo el mar, por qué me gustan estos libros que llevo en la mochila y por qué utilizo una máscara cada vez que alguien quiere que hablemos de nuestras emociones, que -entre tú y yo- no sé qué son las emociones.
Pero ahora ya no hará falta, ¿que no lo ves?, porque en este preciso instante, tú tienes toda la información que necesitas de mí, y toda la información que no necesitas de mí. Porque en este vertedero de datos, saber qué he comido, cómo hago las digestiones y mi insomnio solo te servirá para hacerte una idea errónea de mi alma, y ya está bien.
Y si tus datos y mis datos encajan, nos detendremos en medio del paso de peatones y sin dedicarnos ni una palabra, tendremos la certeza de que tenemos que seguir intercambiándonos información como lo hacen los mamíferos más primarios. Será precioso encontrarnos por el barrio y consumir nuestras identidades.
Pero entonces también tendremos que anticiparnos a lo que vendrá, y hacerlo todo aburrido y rutinario, y que tú no puedas esperar nada de mí de lo que no soy, y así no habrá malentendidos... Y quizás de esta manera cuantificable solo mirándonos de punta a punta de la acera sabremos qué vida habríamos podido tener juntos, cuántos ratos nos habríamos tronchado de la risa, pero también descubriríamos que después vendrían los reproches, y no sabríamos dejarnos sin hacernos daño. Un mal a veces innecesario y cruel, y eso lo borraría todo, y dejaríamos de mirarnos – ahora que el semáforo se pondrá en verde- y encontrarás en la próxima esquina una piel con un chip con muchas más posibilidades.