Empecé a escribir este artículo el lunes, el día de San Juan. Con sueño por la verbena y con una idea que hacía días que me daba vueltas por la cabeza: mis finales de junio son como un abismo. La ventaja de la experiencia es la repetición. Ya me lo conozco. Problemas de ser profesora y tener dos meses de vacaciones, debéis pensar. Sí, todo lo que queráis. Pero seguro que me entendéis si os digo que julio puede ser un vacío y un tendido de tiempo que no puedes no saber aprovechar. El final de una vuelta: haz todo lo que durante el curso has pensado que harías en verano. Y si decides no hacer nada apaga la vocecita del remordimiento. Pero el azar quiso que el mismo día que lo empezaba a escribir sucediera un giro de guion: se iniciaban unas nuevas obras en la R8 y la R4, la línea entre Manresa y Sant Vicenç de Calders (la mía) y habría un tramo cortado. Del 24 de junio al 11 de septiembre. Dos fiestas muy nuestras y 80 días de un autobús entre Castellbisbal y Molins de Rei, primero, y Molins de Rei y Martorell, después. Servicio alternativo por carretera, según dicen ellos.

Total, que quería hablar del tiempo y hablaré de él igualmente. Y el tiempo de este verano será un poco más perdido, un poco más incierto en nuestra RENFE de cada día. Tengo suerte de ser una persona paciente. Me resigno ante los embates inesperados y la fuerza mayor. Todavía tengo más suerte porque cuando cojo este tren no voy al trabajo, sino al Penedès de visita o de fin de semana. No me espera un aula de adolescentes ni un horario por cumplir. No se puede hacer nada, pues esperaremos. Miraremos a la gente, miraremos el móvil. Pero una cosa es esperar puntualmente (qué idea tan poética y contradictoria) y la otra convertir en una odisea un trayecto que se tendría que hacer en cincuenta minutos. Ya hace unas cuantas semanas que, como este tren no llegaba a Sants (por el robo de cobre), he ido hasta Cornellà en metro. Y allí en tren hasta Sant Sadurní. Ahora lo podré coger en Sants, pero solo hasta Molins. Y allí bajaremos y cogeremos un bus y haremos la carretera hasta Castellbisbal, donde bajaremos y entraremos apilados, andando deprisa, y cruzaremos la vía con aquel calor y cogeremos otro tren.

Ya ha pasado otras veces (en otros tramos). Ya me lo conozco, también. Y me sé las coyunturas que tienes que tener en cuenta: las maletas y los cochecitos en el portaequipaje del bus y esperad un momento, que no sabemos por qué no lo abren, y ahora somos demasiada gente y el bus está lleno, esperad, que enseguida vendrá otro (y si has cogido el primer bus y ya estás en el tren espera un poco más, que no sale porque espera que lleguen los del segundo bus). Y a veces en Castellbisbal no hay bus porque es el que viene con la gente de Molins y llega tarde porque el tren también iba tarde. Parece un chiste, pero es la RENFE. Y he escrito el verbo esperar cuatro veces en cuatro líneas. Sé que la vida es una espera constante y que esperar te hace imaginar y crear y llegar a lugares insólitos. ¿Pero sabéis qué? Esperando te mueres un poco, también. Por eso espero que aprovechen las obras para ir construyendo un monumento en alguna de las treinta y siete estaciones de la R4 dedicado a todos los usuarios que estas noches tórridas de verano soñarán trenes en llamas.

Espero que aprovechen las obras para ir construyendo un monumento en alguna de las treinta y siete estaciones de la R4 dedicado a todos los usuarios que estas noches tórridas de verano soñarán trenes en llamas

Eso lo sabemos: no hay nada que una más que compartir un rato (aquí un rato largo) de desgracia. Te miras con la gente (del tren al bus o del bus al tren o esperando en un sitio o en otro) y sueltas un poco de taco y haces que no con la cabeza. La comunión con aquellos con quien seguramente no compartes mucho más que el espacio-tiempo de unos andenes desiertos. Nada en el mundo hermana tanto como tener un enemigo común, como sentir el mismo odio contra alguien. A veces incluso se canaliza injustamente hacia los pobres trabajadores que dan la información y que no tienen culpa ni del corte, ni de las obras ni del bus que tendría que estar y no está.

Quería hablar de eso tan abstracto del vacío de julio y he acabado bajando a lo terrenal de unas vías hirvientes donde nunca sabes a qué hora pasará el tren. Aquí no hay vacío, al contrario, llegas al destino bien lleno, hasta las narices de la excursioncita llobregatense. Acalorado, cansado, perdido. La RENFE es la injusticia repetida y la amargura cíclica. De hecho, ya hace tiempo que cada vez que la nombro añado, antes de las siglas, un sintagma peyorativo que no puedo escribir. Ponedle imaginación.