Hubo un tiempo en que ganar el Premi Josep Pla significaba a alguna cosa, alguna cosa positiva quiero decir. Para darse cuenta de ello solo hay que observar la lista de los galardonados. Que entre Onades sobre una roca deserta (Terenci Moix, 1968) y La Vall de la Llum (Toni Cruanyes, 2022) se puede trazar una línea descendente con respecto a la calidad literaria, lo sabe todo el mundo. Lo que queda por determinar, sin embargo, es el instante exacto en el cual este descenso objetivo se convirtió en una caída libre. Yo no lo sé a ciencia cierta, aunque me atrevería a afirmar que fue en algún momento posterior a 1985, año en que el premio en cuestión se lo llevaron las Tretze biografies imperfectes de Gerard Vergés.

El farmacéutico tortosino, a quien la Editorial Comanegra ha retornado a las librerías cuando se cumple una década de su muerte, recogió el millón de pesetas que entonces confería Destino gracias a un texto particular, que, a pesar de su título, era de todo menos un conjunto de biografías. Sus primeras páginas lo dejaban lo bastante claro. Bajo el pretexto de explicarnos la vida del pintor Gustave Moreau (1826-1898), el autor acababa engendrando una especie de collage ensayístico donde se mezclaban recuerdos de adolescencia, postales de viaje, pinceladas de crítica cultural y reflexiones académicas sobre el papel asignado a la princesa Salomé en la literatura francesa del siglo XIX.

Los trece personajes del título, del más célebre al más humilde, se acaban convirtiendo en poco más que en excusas, puntos de partida más o menos sutiles para una serie de artículos

La receta era potente y Vergés se dedicaba a repetirla con cierta elegancia, convirtiendo un texto enciclopédico sobre Giorgio De Chirico (1888-1978) en una variación poética sobre la Europa de entreguerras, o una supuesta biografía de la maga Circe en un pretexto para hablarnos del artista Dosso Dossi (1489-1542) y, ya de paso, inventarse gran parte de su vida. Los trece personajes del título –del más célebre (William Shakespeare) al más humilde (el campesino Josep Cugat)– acababan ocurriendo poco más que excusas, puntos de partida más o menos sutiles para una serie de artículos que los miembros del jurado definieron como textos de "lectura amena y de divertida erudición".

La lengua bífida de las serpientes

A este mundo, sin embargo, no hemos venido tan solo a divertirnos y existe la posibilidad de que el autor del libro cultivara intenciones más profundas que la de hacernos pasar un rato agradable. Así lo afirma, como mínimo, Joan Todó, responsable de un postfacio –incluido en esta reedición– donde nos incita a buscar la "novela oculta" que se escondería tras las trece biografías y que estaría guiada por hilos conductores como "el tema de la figura femenina" o "la tensión entre vida y escritura". No me parece una mala idea, aunque, según mi opinión, la más interesante del volumen es su lectura política, que lo transforma en una condensación del pensamiento catalanista de las últimas cuatro décadas.

La más interesante del volumen es su lectura política, que lo transforma en una condensación del pensamiento catalanista de las últimas cuatro décadas

Ayudan los escenarios donde transcurren las vidas de los protagonistas, que vendrían a dividirse en Catalunya (lo que es), Castilla (lo que no se quiere ser) y Europa (aquello que se aspira a ser), y, también, las cuestiones que se tratan de forma más fervorosa. Con un estilo que recuerda al de Joan Fuster, el autor dedica gran parte del libro a hablarnos del atraso intelectual de España –tema principal de la "biografía" de Marià de la Pau Graells-, de las perversidades de la Inquisición –en el capítulo dedicado a Fernando Niño de Guevara- y de la inconveniencia del bilingüismo para la calidad de la literatura de un país, reflexión que cierra afirmando que "la lengua bífida solo la tienen las serpientes".

Corbarta de la reedición de Comanegra de les Tretze biografies imperfectes de Gerard Verges

Eso último nos lo dice hablando de Jaume Tió i Noé (1816-1844), escritor romántico de las Terres de l'Ebre a quién describe como un "poeta transferido a una lengua que no es la suya" y en quien parece tirar todas las críticas que querría hacerse a él mismo y a sus primeros textos, escritos en un castellano pedantesco propio de los años sesenta. El único problema del ataque –que queda complementado con la cita de Fuster sobre la frialdad del castellano escrito por los catalanes y nuestra supuesta incapacidad para engendrar nada de valor en esta lengua– es que obvia las profundas diferencias entre la diglosia de los catalanes del XIX, que aspiraban a gobernar España, y la de aquellos vieron entrar los tanques por la Diagonal.

Los traumas de la Guerra Civil, demasiado fuertes para ser superados, se trasladan a los siglos XVIII y XIX, dibujando nuestra tribu al estilo grupo de perdedores eternos

Nos encontramos, por lo tanto, ante un relato que no ofrece nada de nuevo y que sirve, tan solo, para incidir en nuestro papel como víctimas perpetuas de una España necesariamente castellana y malvada, forjada justo después de 1714 y donde los catalanes se habrían convertido en individuos sin voz ni voto desde el primer momento. Los traumas de la Guerra Civil, demasiado fuertes para ser superados, se trasladan a los siglos XVIII y XIX, dibujando nuestra tribu al estilo grupo de perdedores eternos, como si el General Prim no hubiera existido, como si Cambó no hubiera intentado catalanizar el estado o como si, en 1860, Tetuán no se hubiera llenado de soldados con barretina venidos de todo el Principado.

La culpa no es del autor, que hizo lo que pudo con lo que tenía y que, al fin y al cabo, acabó escribiendo un libro lo bastante inteligente y entretenido. Pero, a pesar de todo, es trabajo mío recomendar a todo aquel que quiera acercarse a sus Tretze biografies imperfectes, que lo haga con la precaución que caracteriza a los buenos arqueólogos. Cuarenta años no pasan en vano y hay concepciones del mundo que haríamos bien de dejar definitivamente atrás. Creo que todos juntos saldremos ganando, incluso al señor Vergés, que, como todos los pensadores, escribía para ser superado.