En estos momentos, en pleno siglo XXI, una oleada de mujeres iraníes se está cortando el pelo —y quemando el velo— para protestar contra el conservadurismo extremo de su gobierno. Todo empezó tras el asesinato de Mahsa Amini, una mujer kurda de 22 años que fue apresada por la policía de la moral por llevar mal puesto el velo. Tras ella, más protestas y más gritos y más muertes. Un ejemplo extremo de violencia contra la mujer que demuestra que los casos extremos existen, aunque para la gran mayoría de sociedades haya sido más sencillo instalarse en el discurso vacío del ahora estamos mejor. Porque ni la misoginia es historia ni las mujeres estamos tan cerca de conseguir la igualdad negada desde el día cero de nuestra existencia. De ello son conscientes Clara Segura, Cristina Genebat, Marta Marco i Carlota Olcina, que se lanzaron a contar la historia de tres mujeres nacidas y criadas en diferentes países y culturas con la solvencia de una empatía unida por un hilo invisible. De este sentimiento de sororidad ha nacido la adaptación teatral de La trena, la novela de Laetitia Colombani que pulverizó los éxitos de ventas en Francia con medio millón de ejemplares vendidos y casi treinta traducciones en curso, y que puede verse en el Teatro Goya de Barcelona hasta el 27 de noviembre.
El texto aborda el anhelo de libertad de tres personajes femeninos que conviven con sus propios fantasmas, algunos de ellos legitimados por unas estructuras sociales y culturales concretas en función del lugar en el que han nacido; otros, comunes por el simple hecho de ser mujeres. Desde la India, pasando por la bella Palermo y llegando a Canadá, esta producción de La Perla 29, que dirige la propia Segura, apoya su hilo conductor en una simple trenza: un matojo de pelo que va retorciéndose en sí mismo para hilar las diferentes experiencias que sufren sus protagonistas hasta convertirla en una sola. Se hace evidente a través de los puntos de vista de Smita, Giulia y Sarah que un paraguas invisible cobija a todas las mujeres y que la lucha por nuestros derechos, más que una evidente necesidad, es una obligación que solo podemos liderar nosotras.
La obra empezó a andar el día que Clara Segura, Marta Marco, Cristina Genebat i Bet Orfila, productora de La Perla 29, se contaron que habían leído el libro de Colombani casi a la par. Como si fuera obra del destino, se pusieron manos a la obra, y sumaron a Olcina a la ecuación. Segura se quedó con el papel de narradora, matizando algunos detalles cuando es debido, casi todo el rato fuera de escena; como una apuntadora noble cuya misión es estar al tanto de todo. Las otras tres actrices llevan el peso de los tres rostros de mujer, cada una poniéndose en la piel de una, pero también son constantes los cambios de vestuario para mutar en personajes complementarios, ya sean críos o maridos, amigas o transeúntes. Las tres, con la ayuda ambiental de la directora, manejan el argumento a contrarreloj y con un ritmo osado, atreviéndose a todo, como una oda metafórica a la valentía de tantas otras mujeres que no son ellas, pero también.
Las casuísticas concretas de cada personaje aparecen no como una tortura, sino como una oportunidad
Sorprendentemente, las casuísticas concretas de cada personaje aparecen no como una tortura, sino como una oportunidad. La enfermedad, la huida, la destrucción de los convencionalismos conservadores. Por muy canutas que las pasen, por mucho que duela verlas en el ostracismo vital y social más absoluto y decadente, injusto, deleznable, un puñal en el alma, sus problemas se convierten en retos superlativos que ellas deciden voluntariamente aprender a gestionar. Podrían dejarse arrastrar por el maltrato del tiempo y dejarse absorber por un conformismo patriarcal que silencia todos sus anhelos, pero no lo hacen. Enfrente de un palco totalmente gobernado por mujeres, Smita, Giulia y Sarah son la representación interseccional de todas nosotras, en lo que es un guiño absoluto a los peligros de diversificar la lucha feminista y alimentar debates contradictorios y excluyentes hasta puntos de no retorno.
Laetitia Colombani ha creado con La trenza una descripción minuciosa de los que deberían ser los pilares universales de todo el movimiento feminista: la sororidad, la interseccionalidad y la pérdida del miedo. Encima del escenario, las intérpretes llevan estas sensaciones al máximo exponente. Increíbles todas en sus diferentes papeles, atreviéndose incluso a completar pasos de danza contemporánea o de mímica con una seguridad envidiable, las actrices se mimetizan con las historias que cuentan como si hubieran conocido a esas mujeres y necesitaran predicar su mensaje como profetas comprometidas con la causa de conquistar todo lo que se nos ha arrebatado, que también es la suya, y la de todas.