La celebración ayer sábado del Día de las Lenguas Extremeñas provocó muchas reacciones desde un españolismo recalcitrante que considera que cualquier desviación del monolingüismo oficial es un atentado contra la línea de flotación de una idea nacionalista de España.
El anuncio de un programa en Televisión Española —en desconexión en Extremadura— fue el detonante de una serie de críticas furibundas que no sólo niegan la existencia de otras lenguas en aquel territorio sino que consideraban que hablar cualquier cosa que no sea castellano es la semilla de la sedición y el separatismo. Sin mencionar Catalunya, se les entendía todo.
El caso es que, efectivamente, en Extremadura se hablan tres lenguas aparte del castellano, que es lo que habla la mayoría de la población y la única que tiene el rango de oficialidad. Estas tres lenguas son variantes dialectales de tres idiomas vecinos, el portugués, el gallego y el asturiano, tienen una territorialización bastante clara y ninguna de ellas disfruta de un estado de salud muy confortable. A este panorama se debe añadir, además, el castúo, que es el nombre que recibe el castellano hablado en Extremadura.
El portugués de Olivenza
La villa de Olivenza y la vecina Táliga, las dos en la provincia de Badajoz conforman el territorio del llamado portugués oliventino o rayano —de raya, la manera como se conoce la frontera entre España y Portugal—. Se trata de un territorio disputado históricamente entre los dos países y que los españoles conquistaron de manera aparentemente definitiva en 1801 aunque Portugal lo ha reclamado en varias ocasiones a lo largo de la historia.
La supervivencia de la lengua portuguesa es una muestra de la identidad de esta población, aunque actualmente se trata en un idioma en clara recesión, relegada sólo a las personas mayores de 65 años. Sin ningún reconocimiento oficial y con la transmisión familiar rota en favor del castellano, la única esperanza actual es la inclusión del portugués en los planes de estudio, ofrecido actualmente como segunda lengua extranjera al lado del francés.
El asturiano del norte de Extremadura
El asturiano o asturleonés se expandió históricamente hasta el norte de Extremadura, donde todavía quedan enclaves que conservan una variante de esta lengua, conocida con el nombre genérico de extremeño —estremeñu—. También hay algunas zonas de Salamanca que la mantienen, incluso con un cierto grado de reconocimiento a nivel municipal.
Su estado es todavía peor que el del portugués oliventino, ya que la UNESCO lo ha declarado en peligro de extinción. A la pérdida de la transmisión familiar y la nula protección de esta lengua se suma el status precario del propio asturiano, donde tampoco ha conseguido un reconocimiento oficial aunque actualmente hay una decidida acción social y política en este sentido. Una eventual oficialidad del asturiano en Asturias podría potenciar la lengua en Extremadura antes de que sea demasiado tarde.
El gallego extremeño
El caso de la llamada fala es, por suerte, un poco mejor que el oliventino y el estremeñu. Se trata de una variante del gallego que ha pervivido en una zona muy concreta de la provincia de Cáceres y de hecho, que haya quedado circunscrita en tres municipios, San Martín de Trevejo, Eljas y Valverde del Fresno ha servido para que su estado actual y su capacidad de sobrevivir sea una pizca mejor que la de las otras lenguas citadas.
Los tres municipios han desarrollado medidas de protección al considerarla parte de su patrimonio y la misma Junta de Extremadura lo ha reconocido como Bien de Interés Cultural. En estos enclaves, además, no se ha perdido la transmisión generacional e incluso una cierta rivalidad entre los tres municipios se ha convertido en otro aliado para el mantenimiento de la lengua.
Sin datos fiables
Al fin y al cabo, se trata de tres realidades lingüísticas que sobreviven a la presión del castellano. Sin datos fiables de hablantes pero sobre todo afrontando el reto de evitar que sólo las utilicen las personas mayores, las tres tienen el reto de agrandar el patrimonio lingüístico extremeño. Aunque el españolismo se ponga de los nervios.