El Decreto de la Nueva Planta borbónica, que en Catalunya entró en vigor el año 1717 -este año se cumplen trescientos años- representó la liquidación de las instituciones de gobierno del Principat y el inicio de la prohibición de la lengua y de la cultura catalanas. Estas son las consecuencias directas de la represión borbónica más conocidas. Pero hay otras que tenían el mismo propósito, que son menos conocidas y que, en cambio, tuvieron unos efectos tanto o más demoledores. Y tanto o más adoctrinadores en el imaginario de la sociedad catalana de la época. La nueva división territorial que impuso el primer Borbón español era una copia del modelo castellano. Las nuevas clases dirigentes -políticas y militares- y las nuevas líneas divisorias -corregimientos primero y provincias después- eran claramente castellanas. Catalunya era arbitrariamente descuartizada para convertirla en una simple extensión de la nación castellana. Para ahogarla definitivamente en la idea castellana de España.

 

Las vegueries

 

En 1714 el territorio del Principat estaba dividido en 16 vegueries -19 si contamos la Catalunya Nord- y un territorio autónomo: el Arán. Esta división obedecía a razones históricas íntimamente relacionadas con los orígenes y la formación del país durante los siglos a caballo entre el año 1000. Incluso, si contemplamos un mapa del pueblos antiguos que, antes de nuestra era, ocupaban el solar de la futura Catalunya, observaremos una sorprendente coincidencia entre los límites de aquellas naciones norteibéricas -los ilergetas, los layetanos, los ausetanos... - y los de las vegueries medievales y modernas catalanas. Pierre Vilar, figura señera de la historiografía catalana, ya lo hacía notar hace 50 años. Las vegueries respondían a una realidad histórica, social, cultural y económica que vertebraba el país. Explicaban los orígenes, la formación y la evolución de la nación catalana; desde una raíz anclada en la antigüedad remota, hasta la materialización de un espacio nacional. Y de un rompecabezas dialectal.

Mapa de Catalunya en veguerías, de 1660

Los corregimientos

 

Perder la guerra significó alguna cosa más que la desaparición del régimen foral catalán. Los borbónicos emplearon todos los recursos posibles a españolizar Catalunya. Las vegueries desaparecieron, y la distribución del territorio fue redibujada con criterios militares, o sea represivos. Las 16 vegueries fueron transformadas en 14 corregimientos, que pasaban a gravitar sobre una capital convertida en plaza militar de primera categoría: el sistema propio de una estructura de dominación. El caso más esperpéntico se produjo a Lleida, cap de vegueria que las tropas borbónicas habían convertido en un gran charco de sangre y en una inmensa acumulación de escombros. 12.000 habitantes y segunda ciudad de Catalunya antes de la guerra, y poco más de 2.000 pobladores años después de la carnicería del Roser. Los borbónicos valoraron la posibilidad de convertir a Monzón (Huesca) en cabeza de corregimiento y amputar a Catalunya el territorio del margen derecho del Segre y de la Noguera Pallaresa.

 

La estructura de dominación

 

A partir de 1714 se produjo un desembarco formidable de funcionarios castellanos y franceses -civiles y militares- destinados a proveer la nueva estructura de dominación. Básicamente en las principales ciudades del país. La figura del veguer -el representante político y judicial del poder condal- fue sustituida por la del corregidor, una figura claramente castellana que concentraba más poder. Los batlles y los jurats catalanes, que dependían de los veguers y administraban justicia a nivel local, también fueron fulminados. Y sustituidos por las figuras claramente castellanas del alcalde, de los concejales y del magistrado. Y los consells municipals y los consells comunals fueron sustituidos por la institución netamente castellana del Ayuntamiento. A partir de 1714, la estructura política, judicial y administrativa de cualquier lugar de Catalunya no difería en nada de la de cualquier lugar de Castilla. Se había consumado la asimilación política.

Mapa de Catalunya dividida en corregimientos, de inspiración castellana

La provincia

 

De los corregimientos se pasó a las provincias. Era el año 1833. Había pasado más de un siglo desde la promulgación de la Nueva Planta borbónica. Y durante este siglo largo habían pasado muchas cosas en el mundo: el triunfo de las ideas ilustradas, las revoluciones americana y francesa y las guerras napoleónicas. Todo ello, la divisa de la corona funeraria sobre la tumba del Antiguo Régimen, que significa sobre los regímenes feudales y señoriales de raíz medieval. En la España unitaria fabricada a sangre y fuego por los Borbones, liberales y tradicionalistas se debatían en los campos de batalla, porque con toda la sangre que se había derramado en tiempo de la carnicería de Bonaparte no era suficiente. Cuando menos a criterio de las oligarquías dirigentes. El destino inevitable de la piel de toro que, más adelante, lamentaba Machado; causado por la irradiación inmisericorde del sol y el consumo abusivo de vino candente. Con el triunfo ajustado de los liberales se liquidaron los corregimientos y dieron paso a las provincias.

 

El cuarto de vuelta

 

Era el cuarto de vuelta definitivo para españolizar definitivamente a Catalunya. Los liberales españoles sentían una seducción enfermiza por el jacobinismo revolucionario francés. Y rendían culto al binomio cultura española-modernidad, que, automáticamente, convertía en reliquias medievales a todas las identidades y las culturas no castellanas que hospedaba el territorio nacional. Entonces ya se hablaba de nación y sobre todo de la única nación española edificada, naturalmente, sobre las tesis borbonistas que, un siglo antes, había engendrado la Nueva Planta. Un claro ejemplo de todo ello es que, en Catalunya, los 14 corregimientos pasaron a ser las 4 provincias que conocemos, con la particularidad de que -inicialmente- al territorio de Barcelona le asignaron el nombre de Cataluña, y a los de Girona, Lleida y Tarragona los bautizaron con el nombre de sus respectivas capitales. Una maniobra digna de los mejores reductores de cabezas -los Shuar amazónicos- adaptada a los consejos de ministros españoles.

Mapa de España durante el franquismo

Arán, Cervera y la Cerdanya

 

Con tanta euforia pretendidamente igualitarista -en realidad asimilacionista- se olvidaron del Arán, un país que, a pesar de haber sido declaradamente austriacista en la Guerra de Sucesión, los Borbones se habían olvidado de castigar convenientemente. Entonces no existía todavía Baqueira y los araneses, sin hacer ruido, habían conservado sus instituciones hasta que al ministro Burgos le sobrevino el ataque de histeria pretendidamente modernizadora. Como se olvidaron también de Cervera, declaradamente austriacista que, acabada la guerra, tuvo la habilidad de venderle el burro -sin las alforjas- o la moto sin manillar al Borbón, a Macanaz y a Patiño -los que engendraron la Nueva Planta-. Arán perdió sus instituciones, y Cervera perdió su condición de cabeza de corregimiento. Dos realidades sociales, culturales, políticas, económicas y jurídicas diferenciadas que quedaron graciosamente y arbitrariamente integradas en la provincia de Lérida. Disparates equiparables al caso de la Cerdanya -troceada entre España y Francia con la Paz de los Pirineos (1659)- que era absurdamente divida entre Lérida y Gerona.

 

Cuatro identidades provinciales

 

Entre la Nueva Planta borbónica (1717) y el invento diabólico de Burgos (1833), Catalunya había sido una provincia única del imperio español. La división provincial catalana -el troceo de Catalunya- tenía el claro objetivo de minar la identidad -entonces ya regional- catalana. El propósito -que nunca ocultaron- era crear cuatro identidades provinciales que compitieran entre ellas y que se relacionaran con las otras provincias españolas en una impostada y perversa igualdad. Un viaje hacia el autoodio que tenía que conducir inevitablemente hacia la asimilación definitiva. La desaparición de la Catalunya catalana y el triunfo definitivo de la idea castellana de España. "Barcelona, Tarragona, Lérida y Gerona" se convirtió, también, en un ridículo sonsonete escolar muy recurrente en las clases de geografía doctrinaria española, que fue vigente -reveladoramente- hasta las postrimerías del régimen franquista.

Mapa político de España de 1850