Todos tenemos –o hemos tenido– motivos para desaparecer. Para empezar de cero. Seguramente por haber nacido con un router pegado a la espalda, con todos mis datos volcados en Internet desde pequeñín, siempre me ha fascinado lo de los cambios de vida repentinos. Y siempre me los he creído muy poco cuando nos los cuentan en una ficción. El otro día terminé una seriucha, Vivir sin permiso (2018), donde estaba Luis Zahera, básicamente esa era la excusa, volver a ver al gallego haciendo de malote. También había un agente secreto –no revelo nada, calma– al que le dan una nueva identidad después de unos cuantos follones. Qué absurdo. Qué difícil. Estamos tan grabados, tan publicados, tan expuestos... ¿Cómo vas a darle a alguien nombres y apellidos renovados solo por plantarle un bigote de postín en un pasaporte? Google te encuentra al día siguiente.

Ya no es el Sr. Oda

—¿Es usted el Sr. Oda? —le preguntan los “mudanceros” mientras sube al protocolario coche negro.

—Sí.

—Pues ya no lo es.

Chispea en la noche japonesa. El Sr. Oda no carga más que una mochila. Está nervioso. Una “mudancera”, a su lado, a cara descubierta, le toca la mano para tranquilizarlo.

—Ahora está usted seguro. Estoy orgullosa de usted —añade la “mudancera” que conduce. El tipo huye de su ex. Dice que ha enloquecido de celos.

En Japón desaparecen 80.000 personas al año. Muchas vuelven. Las hay que son forzadas a desaparecer. Pero otras, miles, lo hacen por motu proprio. Son los llamados johatsu, "evaporados", aquellos que dejan atrás todo lo que tienen. Por lo general, deudas, historias turbias con la mafia, relaciones poco deseables, como la del Sr. Oda. El fenómeno se retrata en Johatsu - Into thin air, documental que ha pasado este año por el DocsBarcelona.

Desaparecer y empezar una nueva vida es una medida casi tan extrema como morir o suicidarse

Desaparecer y empezar una nueva vida es una medida casi tan extrema como morir o suicidarse. En cierto modo, para hacerlo hay que acabar con todo, con un pasado plomizo, y mirar, en parte. Es por eso que descubrir que en Japón esa práctica no solo es posible, sino que es más habitual de lo que pensamos, es inquietante. El film es turbador.

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Cada año desaparecen en Japón 80.000 personas sin dejar rastro, son los "johatsu"

Asumiendo la mirada exótica que cada uno le aplique a lo nipón, en mi caso bastante, la realidad es que esas ciudades llenas de neón, esos planos generales, esos callejones, esos rincones… Son raros. Hasta acojonan un poco. Las personas que ayudan a los “evaporados” son las empresas de "mudanza nocturna". Y los “mudanceros” son tu padre y mi madre. Tan normales, que todavía lo hacen todo más normal y, por tanto, tétrico. El documental sabe cuándo intimidar y cuándo ser contemplativo. Cuándo ser explícito y cuándo dar repelús; por ejemplo, tapando las caras de los anónimos. Por algo responden a ese título, para ello pagan, para que nadie los delate.

El documental sabe cuándo intimidar y cuándo ser contemplativo. Cuándo ser explícito y cuándo dar repelús

Pero por lo general no es un metraje taciturno, siquiera oscuro, pasa casi todo a la luz del día. Y a cara descubierta, ese es su mérito (algunos de ellos con nombres y lugares cambiados, claro). Es tan anodino que la gente declare sobre desaparecer… ¡Parece mentira que toque el tema que toca, con toda la implicación emocional que arrastra! Tal vez abuse –eso sí– de los bustos, de los testimonios. Pero sería una epopeya acceder a todas las historias tan bien dramatizadas como la del Sr. Oda. Eso es una suerte caprichosa. No quiero imaginar el proceso de investigación y trabajo de fuentes tras una trama tan rocambolesca como esta. La película, colaboración germano-japonesa, la firman Andreas Hartmann y Arata Mori (residente en Berlín), y no necesitan más de 85 minutos para quitarte de la cabeza que eso de desaparecer no puede traer nada bueno consigo. Porque, no nos engañemos, no desaparece el que quiere, sinó al que no le queda más remedio.