“Si algún día publicamos que las vacas vuelan, créetelo”. Hace unos años, este era el claim de la campaña publicitaria de un periódico que señalaba la fiabilidad de sus noticias, por inverosímiles que parecieran. En realidad, ya habíamos visto volar vacas en Twister (Jan de Bont, 1996), una fabulosa película que mezclaba aventuras y desastres naturales, llena de encanto y sentido del humor, con los añorados Bill Paxton y Helen Hunt (él por su prematura muerte, ella por una carrera errática que nos dejó con ganas de verla mucho más) repartiendo química y carisma, en la piel de dos cazadores de tormentas, empeñados en aprenderlo todo de esos tornados que de vez en cuando barren todo lo que encuentran en estados como Oklahoma o Nebraska.
Steven Spielberg, Twister era un poderoso blockbuster, de aquellos que nos despiertan la maldita nostalgia (ya no se hacen pelis como aquellas y tal) con todos los ingredientes que hicieron grande Amblen, la factoría de los sueños creada por el director de Tiburón y En busca del Arca Perdida
Producida por Steven Spielberg, Twister era un poderoso blockbuster, de aquellos que nos despiertan la maldita nostalgia, ya no se hacen pelis como aquellas y tal, con todos los ingredientes que hicieron enorme a Amblin, la factoría de los sueños creada por el director de Tiburón y En busca del Arca Perdida. Vista hoy, además, mantiene inalterable el impacto de unos efectos especiales que hace tres décadas nos dejaban boquiabiertos y ojipláticos, ya fuera viendo vacas voladoras aspiradas por el vórtice de una gigantesca columna de aire o pueblos destruidos por sus efectos, y que todavía ahora resultan tremendamente eficaces a pesar de tener los ojos acostumbrados al CGI.
Siempre atentos a buscar ideas novedosas (no), los astutos ejecutivos de un Hollywood despistado por el cambio de paradigma en la distribución y la exhibición han pensado que sería interesante recuperar ese viejo éxito de los 90 y hacerle un lavado de cara. De ese Twister en singular pasamos a un nuevo Twisters en plural que se hace complicado definir como remake, secuela o reboot. No encaja con ninguna de las etiquetas, pero si nos ponemos poco exigentes con el significado de los conceptos, podría ser las tres cosas a la vez. Por un lado, Twisters, que hoy llega a las salas de cine, apuesta por recuperar el esqueleto del original: dos grupos de cazatornados se juegan la vida en nombre de la ciencia con el motor de la adrenalina desatada que despierta el peligro extremo. Armados de ordenadores más potentes y de tecnología más desarrollada que sus colegas de hace 30 años, pero sin haber avanzado demasiado en el conocimiento de cómo funcionan estos peligrosos fenómenos naturales, los protagonistas pierden el sentido de la autoprotección cuando divisan un tornado en el horizonte, y se echan de cabeza, con la voluntad de enviar sensores que expliquen sus secretos, o, ahora, lanzando polímero para conseguir desactivar sus amenazas.
En medio de la competitividad casi infantil de las dos bandas de científicos enloquecidos por la adicción al riesgo, y entre las idas y venidas persiguiendo columnas de aire, Twisters nos habla de asuntos como el intento del ser humano de dominar una naturaleza que hoy, en plena transformación climática del planeta, se rebela más que nunca
Y, en medio de la competitividad casi infantil de las dos bandas de científicos enloquecidos por la adicción al riesgo, y entre las idas y venidas persiguiendo columnas de aire, Twisters nos habla de asuntos como el intento del ser humano de dominar una naturaleza que hoy, en plena transformación climática del planeta, se rebela más que nunca. O de la desvergüenza de empresarios poderosos que se aprovechan de los dramas ajenos para llenarse los bolsillos. Reflexiones que quedan semiescondidas en un todo por el show que, no nos engañemos, es la razón de ser de la película.
Terror llama a terror
Decíamos que resulta difícil adjudicarle a Twisters una etiqueta respecto al clásico que la inspira. En realidad, la historia no tiene ningún vínculo directo con el original, aparte de la premisa y de un puñado de guiños: por ejemplo, el artefacto que debe enviar sensores al interior del tornado vuelve a llamarse Dorothy, en homenaje a la Judy Garland de El mago de Oz. También escucharemos a la protagonista repitiendo la mítica frase de Bill Paxton, I'm not back. E igualmente encontraremos un efecto espejo con la que era, quizás, la mejor escena del primer Twister: ese momento en el que vemos la destrucción de un autocine que proyecta El resplandor, con la pantalla barrida en el mismo momento en el que Jack Nicholson revienta a hachazos la puerta del lavabo donde se esconde Shelley Duvall. En el nuevo Twisters, decenas de personas buscan refugio en un viejo cine donde se puede ver Frankenstein mientras el local se va haciendo pedazos. Terror llama a terror.
Como suele ocurrir cuando Hollywood mira atrás y decide que lo ya conocido y aplaudido se puede hacer mejor, los resultados son decepcionantes
Ahora bien, como suele ocurrir cuando Hollywood mira atrás y decide que lo ya conocido y aplaudido se puede hacer mejor, los resultados son decepcionantes. Ninguna sorpresa. Si no sabes torear, pa qué te metes. De entrada, el alma disfrutona de Twister desaparece en esta nueva versión de la aventura, que se toma a sí misma mucho más en serio de lo necesario, y de lo que, obviamente, hacía la primera película. La elección de Lee Isaac Chung como director, tras rodar films íntimos y humanistas como la nominada al Oscar Minari. Historia de mi familia (2020), parece querer acercar el espectáculo puramente lúdico a las emociones, y la mezcla chirría por todas partes. De acuerdo que hablamos de desastres naturales que cada año provocan tragedias en cientos, miles, de familias en todo el mundo. Bromitas las justas. Pero los hechos evidencian que la equivocada decisión de tono es un lastre que arrastra a Twisters a la intrascendencia.
Twisters no pasa de entretenimiento ligero, digno pero sin personalidad ni magia
Tampoco los esfuerzos de la pareja formada por unos entregados Daisy Edgar-Jones (maravillosa protagonista de la maravillosa adaptación en formato serie del Normal People de Sally Rooney) y Glen Powell (el nuevo guaperas oficial del cine estadounidense, gracias a Cualquiera menos tú y a Hit Man) hacen olvidar la chispa que encendían Helen Hunt y Bill Paxton. Así pues, Twisters no pasa de entretenimiento ligero, digno pero sin personalidad ni magia. Es lo que tienen las copias basadas en algoritmos, y que sólo deberían servir para que algunos y algunas descubran, o vuelvan a disfrutar, de la inspiración original. En este caso aquel primer Twister, hijo de una época gloriosa del cine de entretenimiento que provocaba colas interminables en las puertas de las salas. Y que hacía volar a las vacas.