Yo tuve una lamparita de esas chiquitinas. De las que se conectan directas al enchufe y se encienden cuando cae la noche. Para que la oscuridad no atemorice. Era una bonita medialuna. Y daba una luz cándida que me relajaba. No era un niño muy miedoso. Pero ya era obsesivo y tenía dos pesadillas recurrentes: Eduardo Manostijeras –por razones obvias– y Curro. Sí, el muñeco de la Expo‘92; tenía una sonrisa perversa, de ir tripado. Y eso que no sabía lo que significaba ir tripado y mucho menos el miedo que podía dar alguien tripado.
Álex de la Iglesia ha capitalizado esa –me alegra no ser el único– inquietud hacia el emblema del certamen de Sevilla. Y lo ha malogrado. Es algo que el director lleva haciendo unos cuantos años: desaprovechar corazonadas. Tener buenas ideas, innegable en su carrera, como esa de los payasos vengativos (Balada triste de trompeta, spoiler, termina siendo un sinDios), y mandarlas al garete cargando las historias de clichés.
El último de los despropósitos pirómanos del bilbaíno ha sido 1992, estrenada hace unos días en Netflix, y que relata una serie de asesinatos y como leitmotiv, el pájaro con patas de elefante, una gran cresta y pico cónico multicolor
El último de los despropósitos pirómanos del bilbaíno ha sido 1992, estrenada hace unos días en Netflix, y que relata una serie de asesinatos y como leitmotiv, el pájaro con patas de elefante, una gran cresta y pico cónico multicolor creado por Heinz Edelmann (El submarino amarillo). Curro, en referencia al nombre de Francisco en andaluz y nombre del chihuahua (Francis) de su autor, el citado Edelmann, es un marciano que flipas. Era una época, la de principios de los noventa, en que la mezcla entre cubismo y LSD reinaba entre los símbolos de grandes eventos. Poco antes había nacido Cobi, el perro de los Juegos de Barcelona.
En el peor sentido
1992 es un thriller de manual (en el peor sentido): una gran explosión, un crimen de pequeñas pistas orquestado por un maníaco, un policía alcohólico y una amistad que se confunde con amor. Hasta ahí, mira. La cosa se pone innegociable cuando De la Iglesia lo reboza todo de fuego, no deja un segundo de metraje sin música de tensión, recurre a estúpidos flashbacks e incluso se atreve a jugar con los objetivos de la cámara, añadiendo ojos de pez a las escenas. Borrachera de creatividad. Todo –mal– milimetrado.
De la Iglesia lo reboza todo de fuego, no deja un segundo de metraje sin música de tensión, recurre a estúpidos flashbacks e incluso se atreve a jugar con los objetivos de la cámara, añadiendo ojos de pez a las escenas. Borrachera de creatividad. Todo –mal– milimetrado
Se dice que España es cantera de mediocentros en el fútbol; si hubiera que apostar a una analogía en el audiovisual últimamente, ese sería el thriller policial. Los hay a patadas y de altísimo nivel, originales y vistosos, en la gran pantalla, La isla mínima, y también en plataformas –más palomiteros– como El cuerpo en llamas, pasando por El silencio, La chica de nieve, Segunda muerte, la reciente y genial Última noche en Tremor o la malograda, lástima del final interrumpido, Baruca.
La miniserie de Álex de la Iglesia no tiene nada de las historias citadas. Ni verosimilitud, ni riesgo, ni actores (tal vez el papel más pírrico de la actriz Goya 2013 por La herida, Marian Álvarez). Una lástima. Porque Curro merecía terror a la altura del esperpento que supuso la Exposición Universal de Sevilla de 1992, un macroevento que, como acostumbran a pasar, estuvo cargada de corrupción, decisiones absurdas a cholón, como intenta abordar la miniserie hecha un panfleto, y algún acierto como el AVE (constante emplazamiento publicitario en la ficción de Netflix).
Álex de la Iglesia no para de echar tierra sobre un legado que, entre el terror, la serie B, el humor y la fantasía, gestó en sus inicios lo que parecía un género en sí mismo
Lo peor no es que se haya difamado la memoria de la mascota más terrorífica de la historia, sino que Álex de la Iglesia no para de echar tierra sobre un legado que, entre el terror, la serie B, el humor y la fantasía, gestó en sus inicios lo que parecía un género en sí mismo, raro, castizo y encandilador: El día de la bestia o la desternillante Muertos de risa. De ser un pionero a ser un pirómano van unas pocas malas decisiones audiovisuales.