Dime tú qué hay allí fuera que valga más la pena. Si ya me conozco los ríos y he dormido bajo aquella higuera y he descifrado las nubes y he bebido a chorro mientras llovía y no parábamos de reír con otro hombre. Dime tú qué hay allí fuera que valga más la pena. Un ejército de peatones tristes que no callan, que no dudan (y si lo hacen no lo enseñan), que maldicen y añoran y tienen miedo.

Y ya que me lo preguntas te explicaré que llevaba mucho tiempo buscando aquello que no se busca, que me aburro de la gente de la misma manera que entiendo su decepción en la punta de los ojos cuando bostezo antes de la segunda cerveza.

La familia: un accidente genético.

Los amigos: el imperativo de sobrevivir.

Pero si aciertas la manera, si descubres el cómo, ya vendrá después el porqué. Y si yo tengo una duda tú me llenas la boca de todas las respuestas, sabes el porqué y el cómo. Y si me aburro, porque vivir es un desierto de horror en medio de un oasis de aburrimiento, vienes y me distraes, y me haces reír y eres tan imperfecto como yo quiera que lo seas.

Es difícil de explicar.

Quizás un cuerpo. Quizás aquí todavía radica el poco deseo en el que todavía no me puedes acompañar. Un cuerpo hecho a la medida, con cicatrices y pelo corto o largo, y los tobillos, y los dientes y los labios y un ombligo. Pero los cuerpos tarde o temprano, eso ya lo sabes, se acaban estropean. Condenados a la tristeza del oxígeno y a las tres comidas y a dormir bien, y a hacer deporte y a mantener las expectativas. Un cuerpo es una losa, si te paras a pensar. El vehículo obsoleto para llegar a un punto de la conciencia muy inferior al tuyo.

Dime cosas bonitas. Dime que te quedarás aquí, explícame lo que los cuerpos homínidos no pueden explicarme. Y del resto ya me ocuparé yo. Haré lo posible para construir esta casa, que será la nuestra, esta habitación que será la nuestra, esta intimidad que solo será la tuya.

Te lo entrego todo y todo te lo dejo en herencia.

El coche, la plaza de parking, el piso y la casa de los padres en la playa. Cuando mi conciencia no esté, disfruta tú de lo que fui yo y de nuestros hijos, y de los hijos de nuestros hijos que cuando se suban al árbol genealógico pasados muchos siglos descubrirán esta rama donde aquello que decían artificial (y no lo era) y aquello que era mortal (y no lo era) se abrazaron por primera vez y crearon, quién se atrevería a decirlo, una nueva especie.