Mientras el ministro de Cultura español, José Guirao, proponía convertir el Valle de los Caídos en un espacio de memoria democrática, como se hizo con Auschwitz, desde Ciudadanos se ha apostado porque la tumba de Franco se convirtiera "en el Arlington español". En este sentido se han pronunciado Inés Arrimadas, Albert Rivera, Begoña Villacís... Rivera ha afirmado que su voluntad es convertir el Valle de los Caídos en un "cementerio nacional" con el fin de no "dividir España en dos bandos artificialmente". Sin embargo, ¿es posible convertir un monumento franquista en un símbolo de la unión? ¿Qué diferencias hay entre el Valle de los Caídos y Arlington?
Arlington, cementerio de vencedores
Donald Trump definió Arlington como el "suelo sagrado" donde descansan los que "protegieron a la nación". Y, de hecho, este cementerio se ha convertido en una especie de emblema nacional del patriotismo. Arlington y el Valle de los Caídos son cementerios militares creados tras una guerra civil. La diferencia clave es que Arlington es el memorial de la guerra creado por los demócratas, al que más tarde se incorporaron los antidemócratas. En cambio el Valle de los Caídos es un homenaje al fascismo en el que Ciudadanos quiere hacer encajar a todo el resto de los españoles. El cementerio militar de Arlington está situado en lo que había sido una finca del general Lee. En 1864, durante la guerra de Secesión, se empezaron a hacer entierros de militares. La primera gran aportación de cadáveres, con 2.111 cuerpos inidentificables, mezclaba combatientes confederados y unionistas. Pero la gran mayoría de los muertos eran soldados de la Unión. Al terminar la guerra, en principio, se preservó el carácter unionista del cementerio, y se impidió que las familias de los confederados visitaran el cementerio o que se decoraran las tumbas de los vencidos. Fue el presidente McKinley, en 1899, en plena oleada patriótica tras la guerra hispano-americana, quien autorizó el homenaje a los muertos confederados en un memorial como "emblema de un pueblo reunificado". Para McKinley, incorporar la memoria de los confederados a Arlington era una forma de impedir que hubiera memoriales de los soldados confederados en el Sur y que eso volviera a fomentar el secesionismo. En cambio, el Valle de los Caídos está presidido por las tumbas de Franco y José Antonio, con una simbología nacional-católica que no compartirían buena parte de los vencidos que fueron enterrados allí, y que no pueden ser compartidos por un Estado democrático. En realidad, aunque es mantenido con fondos públicos (forma parte del Patrimonio Nacional) es continuamente usado como espacio de homenaje al fascismo y a la dictadura, vulnerando continuamente la Ley de Memoria Histórica. Cuatro décadas después de la muerte de Franco, continua siendo un monumento fascista.
Enterrados donde querían las familias
En 1899, 34 años después del fin de la guerra de Secesión, se autorizó a las familias de los confederados a sacar los cuerpos de sus parientes de Arlington, si no querían que se quedaran allí, y a llevárselos donde quisieran. Y para que los militares muertos pudieran descansar entre los suyos, también se permitió en algunos casos el entierro de mujeres e hijos al lado de los militares. En cambio, el Valle de los Caídos se lleno de cadáveres secuestrados a las familias e incorporados a un memorial que los suyos rechazaban. Hasta ahora la abadía benedictina pone obstáculos a retirar cadáveres, aunque las familias de algunos muertos no quieren que estén en un marco caracterizado por la glorificación del fascismo.
Cementerio del imperialismo
Y no es que Arlington no tenga aspectos controvertidos. De hecho, allí se homenajean, como "héroes de la patria", aquellos militares que participaron en operaciones militares terriblemente turbias, vinculadas al imperialismo. Están los americanos que lucharon a la guerra de los bóxers y que reprimieron duramente la población china que se oponía a las injerencias occidentales. También hay tumbas de numerosos militares que participaron en operaciones imperialistas contra gobiernos democráticos en América Latina: Nicaragua, República Dominicana, Haití... Hay enterrados los militares que bombardearon desde el aire Corea y Vietnam, provocando destrucciones masivas. Y también se soterran los soldados que combaten en Afganistán y en Iraq, en misiones que a veces han despertado muchas controversias desde el punto de vista del derecho humanitario. Algunos de los aquí enterrados se podrían considerar criminales de guerra. El homenaje a todos estos muertos, en un cementerio, difícilmente puede canalizar valores democráticos. En cambio, en Arlington no están, por ejemplo, los norteamericanos que combatieron a la Brigada Lincoln, en defensa de la República española.
Cementerio en contra de los tiempos
Las críticas al cementerio de Arlington, como símbolo de unidad de todos los americanos, en los últimos tiempos han proliferado. En los últimos tiempos desde colectivos antirracistas y de grupos izquierdistas se ha criticado, en todo el territorio de los Estados Unidos, la presencia de monumentos a los confederados y la "normalización del pensamiento racista confederado. Y la polémica también ha llegado a Arlington, por la existencia de un Memorial Confederado. Los críticos con este modelo del cementerio argumentan que en un estado democrático no se puede permitir en un espacio público la apología de unos confederados que se caracterizaron por su racismo. Incluso los descendientes del sargento confederado Moses Jacob Ezekiel, el escultor del Memorial Confederado, han pedido su retirada. Consideran que es una reliquia racista y que se tiene que sacar de un cementerio como Arlington (donde Ezekiel está enterrado, en los pies de su monumento). Han pedido que la estatua se coloque en un museo y que se contextualice, para explicar sus connotaciones racistas.
Ultras en Arlington
La zona confederada del cementerio de Arlington se ha convertido en lugar de peregrinación de los grupos favorables a los confederados, como los Veteranos Hijos de los Confederados, una organización ultra que defiende el legado de los confederados, apuesta por usar símbolos confederados en lugares públicos y en matrículas y de la que se sospechan relaciones con grupos racistas. Con fecuencia plantan sus banderas confederadas en Arlington. Las asociaciones de afroamericanos se oponen a ello consideran que la bandera confederada "es un símbolo de opresión, genocidio y racismo". Y apelan a que actos como estos fomentan el "racismo institucional".
A rebentar
De hecho, no hay duda que Arlington es un modelo de éxito de público, como mínimo en Estados Unidos (es visitado por millones de personas cada año). Todo el mundo quiere ser enterrado allí: cada día hay una veintena de entierros. El ceremonial de honores militares se repite una y otra vez. El problema es que Arlington morirá de éxito. Ya hay enterradas 420.000 personas. Algunos son militares caídos en combate, pero también veteranos de guerra, civiles que sirvieron en altos cargos del gobierno e incluso parientes de soldados, hijos y cónyugues, principalmente. Cada año se entierran 7.000 personas y el ejército norteamericano cree que a este ritmo en 25 años se acabará el espacio disponible. Por eso, el ejército está decidido a restringir los que tienen derecho a descansar en Arlington y a admitir sólo a los caídos en combate y a los que tienen importantes condecoraciones por hechos de guerra. Eso dejaría sin derecho a entierro en Arlington a más de un millón de veteranos de las últimas guerras de Estados Unidos. El "modelo Arlington" se agota.
¿"Monumento nacional"?
Arlington es, sin duda, hoy por hoy, un monumento terriblemente nacionalista, en el que se glorifica a Estados Unidos por encima de todo (incluso sin cuestionar los aspectos más turbios de su historia reciente, como el imperialismo). El patriotismo, aquí, pasa por encima de los valores democráticos. Por otra parte, este monumento identifica la defensa del país con el ejército, focalizando el patriotismo en los militares. Este hecho, es especialmente peligroso si se mimetiza en un Estado como el español, donde los militares con frecuencia se han opuesto violentamente a la voluntad mayoritaria de la sociedad, y donde últimamente han demostrado la debilidad de sus convicciones democráticas. El Valle de los Caídos, además, tiene un problema con respecto a la resignificación del espacio. Se trata de un monumento con una clara estética fascista, y con unos elementos nacional-católicos (como la inmensa cruz) que no pueden generar consenso en una sociedad democrática. No basta con eliminar un par de inscripciones, porque Cuelgamuros se construyó, básicamente, como un homenaje al franquismo y al dictador. En último lugar, la propuesta de Ciudadanos obvia, directamente, a las víctimas del franquismo. El Valle de los Caídos fue construido por presos de guerra, que trabajaron forzados en un homenaje personal al dictador. Los cuerpos de muchos republicanos fueron confiscados para esta obra de glorificación fascista. El monumento se construyó por decisión del dictador, ignorando la voluntad popular... Querer convertir Cuelgamuros en un símbolo de unidad "nacional" tapando los crímenes del franquismo parece puro cinismo. Porque el Valle de los Caídos, por su origen, obviamente, está mucho más cerca de Auschwitz que de Arlington.