“En mis años hera (sic) el rey del volante” y, debajo, enmarcado en una especie de nube, quien sabe si la bocanada de humo de un tubo de escape a todo gas, su mote: el Vaquilla. Este es uno de los tatuajes talegueros que nuestro delincuente juvenil más mediático muestra ufano a cámara, y que, junto con las marcas de autolesiones, recorren la piel apiñonada de su cuerpo a medio hacer, un cuerpo de niño que —por mucho tirón de bolso que tenga en su haber— no ha acabado de dar el estirón. Choca el contraste entre su juventud y un físico ya tan modelado por el medio carcelario, así como sorprende la aceptación de que sus tiempos de gloria como piloto de carreras, siempre a lomos de algún Seat 124 ajeno, han quedado atrás. Y es que nuestro protagonista de hoy robó su primer coche con 10 añitos, antes de cumplir los trece ya burlaba a la policía en espectaculares persecuciones y, a sus 17 años, la edad que tenía en esta foto, acababa de pasarse tres y medio a la sombra del penal de Ocaña, sin contar las decenas de entradas y fugas de reformatorios.
“Yo le dije al Antonet que ya sabía conducir un poquito y robamos un 600. Le metimos una espadilla, una llave de foie-gras de esas, y nos lo llevamos con la primera. No sabíamos cambiar y lo estrellamos contra la casa de un gitano que salió amenazando con llamar al 091. Antonet le dijo «venga, ayúdanos a empujar y enséñanos a poner la marcha atrás» y nos fuimos a pasear. Cuando se acabó la gasolina lo dejamos y cogimos otro y otro y otro...” Así relata el Vaquilla sus prácticas de conducción en la autoescuela de la calle, cuando para llegar al volante tenía que ponerse un par de ladrillos sobre el asiento.
El Vaquilla ha quedado fijado en nuestro imaginario como el quinqui-star por antonomasia, el delincuente juvenil químicamente puro
El robacoches precoz
La instantánea del precoz robacoches, tomada por el fotoperiodista catalán Paco Elvira, ilustraba el reportaje publicado originalmente en la Interviú del 30 de agosto de 1979. Se trata de la primera entrevista que Juan José Moreno Cuenca, aka ‘El Vaquilla’ (Barcelona, 1961 - Badalona, 2003), concedía a los medios. El texto lo firmaban Pedro Costa Musté, ex cronista de sucesos de El Caso, y el periodista de investigación Xavier Vinader, a quien servidor ya está tardando en dedicarle un ‘Criaturas Ocultas’, pocos meses antes de que publicara la serie de reportajes en que denunciaba el terrorismo de extrema derecha en el País Vasco que lo llevaron a ser juzgado y condenado por la Audiencia Nacional. “Cuando busco proyectos para publicar, acostumbro a buscar en mercadillos: revistas antiguas, libros… En los reportajes de las revistas, siempre se acaban publicando un par de fotos o tres, pero el fotógrafo tira todo un carrete. Como Paco Elvira murió hace unos años, contacté con su hija para poder ver el resto de material, gestionar los derechos y sacar el libro.” Quién me explica esto es Gabriel Alberti, espeleólogo de mercadillos, ex librero y editor de El Vaquilla. 14 de agosto de 1979 (Ojos de buey, 2022). Se trata de un estuche con dos libretos que recuperan, por un lado, la entrevista, y de otro, las muchas fotografías inéditas que Paco Elvira capturó en el transcurso de aquella jornada estival.
Todos estos productos culturales han ayudado a tejer un mito ambivalente que oscila entre la fascinación, el rechazo y el chiste, y que solo puede entenderse como fruto de una realidad social muy determinada
La editorial de Alberti tiene solo un año de andadura, pero su catálogo cuenta ya con ocho espléndidas publicaciones centradas en el archivo de fotografía documental de nuestra historia reciente, entre las que se cuentan las fotos tomadas por Pilar Aymerich a las presas de la antigua prisión de mujeres de la Trinitat, o las de Tino Soriano a los internos del Institut Mental de la Santa Creu. El mismo nombre de su editorial, Ojos de buey, apunta a cierta voluntad de asomarse a la ventana de lo que permanece sumergido. “Se trata de una serie de publicaciones en las que cada una es una pequeña ventana a una parte de nuestra historia. Sobre todo, me interesa lo que se denomina ‘intrahistoria’, es decir, aquellas pequeñas cosas que quedan al margen de los relatos oficiales, pero que tienen un valor cultural que me parece fascinante.”
El Robin Hood de La Mina
Las gestas del Vaquilla son harto conocidas por todos, y quien se acabe de bajar de una higuera puede encontrarlas relatadas en una serie de películas (Perros Callejeros I y II, Yo, el Vaquilla, Los últimos golpes de “El Torete”, Tres días de libertad...), hitos todas del cine quinqui de los 80, amén de una infinidad de canciones, de Los Chichos a Borbón 4 pasando por Joan Garriga y el Coleta, que cantan a la generosidad y los buenos sentimientos de este Robin Hood de La Mina. Incluso pueden consultar el libro El Vaquilla. Hasta la libertad, una biografía que encontrarán en el mercado de segunda mano al módico precio de un ojo de la cara.
Todos estos productos culturales han ayudado a tejer un mito ambivalente que oscila entre la fascinación, el rechazo y el chiste, y que solo puede entenderse como fruto de una realidad social muy determinada: la de los criados bajo el chabolismo vertical y las leyes y políticas sociales tardofranquistas. “Me parece fascinante, a nivel sociocultural, como un delincuente puede convertirse en una superestrella —continúa Alberti—. Todo el mundo conoce al Vaquilla como personaje, pertenece a nuestra memoria colectiva, pero poca gente conoce a la persona que hubo detrás. Este reportaje revela muchos aspectos íntimos de su vida, la dureza de su infancia, los abusos por parte del Estado, la policía y la Iglesia… Empezó a delinquir porque no tenía otra opción, era su única forma de vivir, casi como un juego, sin pensar en las consecuencias. Hay algo entro la valentía y la inconsciencia.” Y es que, en referencia a su primera detención, a la tierna edad de 11 años, el Vaquilla relata en la entrevista que recoge el libro: “No vale la pena llorar, ni suplicar cuando te están torturando. Por mucho que digas ellos no paran. Lo mejor es buscar la forma de tirarte contra la pared o contra algún sitio para quedarte K.O. Y que así dejen de pegarte.”
El delincuente juvenil químicamente puro
También resulta fascinante su fotogenia, el proverbial carisma que ayudó a hacer que su proyección mediática pasase por encima de la de tanto niño prodigio en el arte de blandir navajas y estirar bolsos. El Vaquilla ha quedado fijado en nuestro imaginario como el quinqui-star por antonomasia, el delincuente juvenil químicamente puro. Este año se cumplirá el vigésimo aniversario de su muerte, y la publicación de libros como este constata que el mito sigue vivo. “Me han contactado de una universidad de los Estados Unidos que está realizando un estudio sobre el cine quinqui español de los 80. En general, aquí tenemos un gran complejo de inferioridad que nos lleva a pensar que lo que viene de fuera es siempre mejor. Todos los fotógrafos que conozco pueden citarte a un montón de fotógrafos japoneses, mientras los de aquí, como Paco Elvira, continúan siendo unos grandes desconocidos. Si el Vaquilla hubiera nacido en Norteamérica, ya existiría una serie de Netflix sobre él. Aquí estamos empezando a recuperar nuestra cultura, y, sobre todo, nuestra contracultura.”