"La perseverancia es la marca de mi vida", había dicho en varias ocasiones. Y es que Ventura Pons i Sala (Barcelona, 1945-2024) se tuvo que pelear a menudo con las administraciones, con los productores, con la industria, con las academias, incluso con los nuevos tiempos marcados por las plataformas, cuando, como distribuidor en las barcelonesas salas Texas, tiró de imaginación para llenar con películas de reestreno, subtituladas en catalán y a precios populares.

Tirando de esta perseverancia de que hacía bandera, brilló como director teatral en aquellos años de tardofranquismo en los que Barcelona era un caldo de cultivo de creatividad y modernez que estallaría con la Transición. Aquellos tiempos de complicidades con figuras como Terenci Moix, Rosa Maria Sardà, La Trinca, Enric Majó o Maria Aurèlia Capmany, a quien, en una entrevista para ElNacional.cat responsabilizaba, junto con Salvador Espriu, de su entrada al mundo del teatro. Fue la época en la cual dirigió obras que revolucionaron la escena catalana, como AAquell atractiu que es diu el Knack, o Qui no té grapa no endrapa (1969), L’auca del senyor Llovet (1972), Bestiari i escarnis de Pere Quart (1972), un recordadísimo Don Juan Tenorio (1976) con Mary Santpere y Joan Capri, o Rocky Horror Show (1977).

La misma bulliciosa ciudad que generó talento y cultura era la que retrataba en su primera película, Ocaña, retrat intermitent (1978), documental sobre el artista andaluz José Pérez Ocaña, una de las grandes figuras de la contracultura de la Barcelona de la época, y que llevó a Ventura Pons a ser seleccionado por el Festival de Cannes. Se iniciaba, entonces, una trayectoria de indiscutible relevancia para el cine catalán. Porque, si esta etiqueta significa alguna cosa, él fue uno de los grandes responsables.

El Woody Allen catalán

Entre 1978 y 2019, el cineasta barcelonés firmó 33 largometrajes. Todo un hito para un creador prolífico a quien alguien bautizó, y él y su sentido del humor se hicieron suyos, como el Woody Allen catalán, por aquello de rodar y estrenar tan a menudo. ¡Pons fue siempre un gran defensor de la cultura y la lengua catalanas desde el activismo, con decenas de películas que, casi siempre (con las excepciones de Menja d'amor, Miss Dalí y el musical Be Happy!, rodadas en inglés), hablaban en catalán. ¿Y consiguió enormes éxitos de público, insólitos en la época, con El vicari d'Olot (1981) o Què t'hi jugues, Mari Pili? (1991). ¡En aquellos años 80 y primeros 90 cultivó la comedia (La rossa del bar, Puta misèria, Aquesta nit o mai o Rosita, please!), hasta que dio un giro a su carrera cinematográfica.

Pons fue siempre un gran defensor de la cultura y la lengua catalanas desde el activismo, con decenas de películas que, casi siempre, hablaban en catalán

Con su versión de los cuentos de Quim Monzó en El perquè de tot plegat (1995), y a quien volvería posteriormente con Mil cretins (2011), Ventura se convirtió en el gran adaptador de nombres propios de la literatura y la dramaturgia de nuestro país, ofreciendo su mirada a textos de Josep Maria Benet i Jornet, Sergi Belbel, Lluïsa Cunillé, Lluís-Anton Baulenas, Ferran Torrent, Jordi Puntí o Josep Maria Miró. Películas como Carícies (1998), Amic/amat (1999), Morir (o no) (2000), AAnita no perd el tren (2001), Amor idiota (2004), Animals ferits (2006), La vida abismal (2007), Barcelona (un mapa) (2007), Forasters (2008), A la deriva (2009) o El virus de la por (2015). Y, por encima de todas, aquella Actrius (1997) que reunió la Sardà, la Espert y la Lizaran, qué lujo, y que es probablemente su adaptación más redonda. Pons también devolvería al documental que le abrió las puertas del cine con El gran Gato (2003), con Ignasi M. (2013) o con Cola, Colita, Colassa (2015), sobre otra figura recientemente traspasada, la fotógrafa Colita.

Ventura Pons, el director que nos descubrió el porqué de todo. / Foto: Sergi Alcàzar

Nadie es profeta en su tierra

Ganador de la Creu de Sant Jordi, del Premio Nacional de Cine, de la Medalla de Oro en el Mérito en las Bellas Artes española, y del Gaudí d'Honor, Ventura Pons acostumbraba a reivindicar, a pesar de estos honores, que en el extranjero se le reconocía mucho más que aquí. Aquello del profeta en tierra ajena. "Los premios son de latón", confesaba a ElNacional.cat. "Sobre Todo la Medalla de Oro en el Mérito Bellas Artes. Es más falsa que un duro sevillano. Los premios de fuera, en cambio, hacen más ilusión. Como el Glory Award, que me dieron en Chicago, o el Premio Respect, de Eslovaquia. Hay una cosa que es muy cierta, y es que nadie es profeta en su tierra", afirmaba.

Cuando te mueres, lo único que queda en el mundo es aquello que has dejado, pero no tú. Y quiero pensar que mi producción un día servirá a alguien, que los ayudará a conocer mi país y mi manera de pensar 

El cineasta, que había sobrevivido a un grave accidente de bicicleta, a una hemorragia cerebral y a un rasgo que recibió en México a escasos centímetros de la columna vertebral, escribió dos libros de memorias, Els meus (i els altres) y He tastat molts fruits de l’arbre de la vida, y, en la entrevista antes citada, respondía a la pregunta de cuáles habían sido los frutos más sabrosos, más placenteros que había probado en la vida. "Poder hacer tantas películas, cosa que no me imaginaba. Cuando te mueres, lo único que queda en el mundo es aquello que has dejado, pero no tú. Y quiero pensar que mi producción un día servirá a alguien, que los ayudará a conocer mi país y mi manera de pensar al finaldel siglo. A veces me siento como un jinete, a caballo entre un siglo y otro". Descanse en paz.