"Todos ven la Venus plateada con sus alas. Pero ella mira el horizonte fijamente, como si todas las puertas se abrieran frente a ella". La estatuilla que embellece los capós de los Rolls Royce da título a la película que ha ganado el premio gordo en el Atlàntida Mallorca Film Festival 2024, y sirve de metáfora de las ambiciones de su protagonista, una joven que pone toda la carne en la parrilla para salir de una asfixiante prisión vital para hacerse camino en el, no menos opresivo, mundo de las finanzas. En una relevante escena del filme, Jeanne ha conseguido clavar un pie en una puerta que se cerraba, y se ha colado allí donde nadie la quería: desde el asiento del copiloto, mira por la ventana las calles de los barrios más lujosos de París, mientras escucha las lecciones de vida del big boss de la banca de inversiones donde ha empezado a trabajar.
"Todos ven la Venus plateada con sus alas. Pero ella mira el horizonte fijamente, como si todas las puertas se abrieran frente a ella", le dice el mentor sin escrúpulos, pelo invadido por la gomina, vestuario y reloj de lujo, volante de un Rolls Royce en las manos. Y, en este momento clave, ya hemos conocido quién es, de dónde viene y hacia dónde se dirige (o se quiere dirigir), Jeanne: si su cara B, cerebro prodigioso para los códigos y los algoritmos, visión privilegiada de los movimientos del dinero, nos presenta un personaje calculador de frialdad robótica, alguien extraordinariamente seguro de sí mismo, y que tiene las cosas muy claras. En la cara A, por el contrario, mandan la fragilidad y la vulnerabilidad, los silencios y los probables traumas. Y los cuidados, haciendo con sus dos hermanos pequeños el papel de la madre misteriosamente ausente, gestionando también la desidia del padre, un gendarme de oscurísima personalidad.
De alguna manera, tirarse de hacia un cosmos donde los escrúpulos se dejan en la puerta ("los negocios son como el judo, la clave es utilizar el poder del adversario en su contra. No arruines una historia bonita con la verdad", otro consejo del jodido jefe de la empresa), supone también la huida adelante de una protagonista que va de jaula en jaula, y que difícilmente se sacará del encima de las cadenas de la pobreza, allí donde la hagan prisionera. La Venus de Plata nos muestra dos universos tan masculinizados, patriarcales, decididamente machistas, como son un cuartel de la gendarmería (un pequeño planeta donde viven policías y soldados, mujeres silenciadas y niños que van a la escuela cruzándose con jóvenes uniformados cantando La Marsellesa) y el mundo de las finanzas y los bancos de inversión: Jeanne quiere salir del fuego, aunque sea dirigiéndose hacia las brasas.
Muchas cosas en una sola
La segunda película de la cineasta francesa Héléna Klotz (La edad atómica) es muchas cosas en una sola: drama social marcado por el determinismo y la conciencia de clase ("se nos dice que podemos cambiar el mundo, pero nacemos y morimos en el mismo lugar"), estudio de personaje, retrato de la salvaje jungla del mundo de las finanzas y, en general, del mundo laboral, o reflexión sobre la angustia juvenil, el patriarcado, el consentimiento y la identidad de género, con una protagonista de apariencia andrógina, pelo a la garçon, traje masculino. "Soy neutral, como los números: ¿el siete es masculino o femenino?", le pregunta al macho alfa que dirige su nuevo trabajo cuándo él le pregunta si esta autodefinición es "alguna mierda woke". Incluso, La Venus de Plata se puede leer como insólito coming-of-age, porque Jeanne abre los ojos ante la inmovilidad y se hace mayor mientras los acontecimientos no dejan de cambiar a su alrededor.
La Venus de Plata navega en la visceralidad, trepidante a su manera, con una puesta en escena inmersiva, visualmente abrumadora, estéticamente bellísima
Con un punto de partida que recuerda ligeramente al de Wall Street (Oliver Stone, 1987), La Venus de Plata navega en la visceralidad, trepidante a su manera, con una puesta en escena inmersiva, visualmente abrumadora, estéticamente bellísima. Y con una protagonista que se come la pantalla: como la Venus que mira el horizonte fijamente como si todas las puertas se abrieran frente a ella, el primer trabajo como actriz de Claire Pommet (conocida por su faceta de cantante de indie pop con el proyecto Pomme) deslumbra por la sutilidad de los pequeños gestos y el dominio del cuerpo, por una mirada y una presencia poderosas, por el complicadísimo equilibrio entre las dos caras de un personaje de enorme complejidad. Su presentación cinematográfica tendría que provocar colas en las puertas de su representante, porque Claire Pommet es una actriz superlativa.
Su presentación cinematográfica tendría que provocar colas en las puertas de su representante, porque Claire Pommet es una actriz superlativa
La escena final de La Venus de Plata, casi un reflejo de la que ya hemos visto al principio de la película. Muestra la violencia contenida de las entrevistas de trabajo (dice Héléna Klotz que planteadas desde el más brutal realismo), por cierto con aparición sorpresa de Mathieu Amalric, remata el camino de Jeanne de una manera magnífica, dejándonos claro que la peripecia de la protagonista es un viaje sin punto de retorno.