La primera canción que escuché de ellos me la pasó una amiga por Whatsapp diciéndome que me iba a gustar, que les diera una oportunidad. Dejarse llevar suena demasiado bien, repetía el estribillo: me enganché. De eso hará ya unos ocho o nueve años, cuando Vetusta Morla solo sonaba a algunos por ser el nombre de la vieja tortuga de La historia interminable. No suele pasar que un grupo sin mucha formación musical, que empezó sin ningún apoyo discográfico y cuya música jamás ha abarrotado las frecuencias de radio acabe llenando estadios. Pucho y los suyos lo han hecho: llevan ya más de un puñado de WiZink Center —con un aforo de más de 17.000 personas— a sus espaldas con el cartel del sold out colgado y ayer no llenaron, pero conquistaron el Palau Sant Jordi por segunda vez haciendo lo que mejor saben hacer, que es arrasar con todo pero sin querer, con el estilo de un huracán tímido cuya intención no es la de causar estragos. Su espontaneidad encima del escenario es tan intensa como fresca: como un lazo en un ventilador.

Foto: Carlos Baglietto

Si algunos esperaban que este fuera un concierto nostálgico y de bombo comercial, se equivocaban: no le ha llegado todavía a Vetusta Morla el momento de homenajearse con una set list diseñada exclusivamente para el seguidor fácil. “Es un placer estar juntos otra vez después de tantas cosas increíbles que hemos vivido. Déu n’hi do, eh!”, dijo en un catalán perfecto la voz del grupo la primera vez que cogió el micro para hablar, agradeciendo la suerte y el privilegio que nosotros sí que tenemos en “estos tiempos muy oscuros y muy inestables”. El grupo de Tres Cantos presentó su sexto álbum de estudio, Cable a la tierra, y no hizo pleno por los pelos: solo les faltó un tema para tocar el disco entero. Aunque los vítores más fuertes fueron cosa de los clásicos que, predecibles, hicieron retumbar la cúpula del recinto, como un terremoto de escala cinco. Golpe maestro, Maldita dulzura, Copenhague, Lo que te hace grande, Valiente o Cuarteles de invierno olvidaron la devastación de la pandemia en el maletero del coche; y Los días raros sonó con garra y lágrima para cerrar un concierto hecho ritual, una solemnidad mágica para reconectar con el compañero, con los ancestros, con la tierra.

Un salto de Pucho en directo puede generar un terremoto en el otro lado del mundo. No se puede subestimar su liderazgo de brujo: detrás de ese cuerpo huesudo, aparentemente frágil, se esconde un meteorito que se desplaza a miles de quilómetros por segundo

En el devenir del espectáculo pasó algo inexplicable, y nació la hoguera, y un círculo alrededor de ella, y entonces se hizo realidad el culto. Pucho se transformó en chamán y entró en ese trance que tiene tan genuino, muy suyo: y a golpe seco de esqueleto y músculo, renegando abismalmente del hieratismo, pilotó los hilos del azar y el cosmos, como un director de orquesta embriagado de locura y humo. Acompañándole, versos de Héctor Castrillejo, y cantos célticos, y una percusión solemne y sagrada para acompañar Finesterre y hasta invocar a las meigas gallegas más antiguas y despertar volcanes dormidos. Porque un salto de Pucho en directo puede generar un terremoto en el otro lado del mundo. No se puede subestimar su liderazgo de brujo: detrás de ese cuerpo huesudo, aparentemente frágil, se esconde un meteorito que se desplaza a miles de quilómetros por segundo. Concentra más energía que hasta el propio rey sol, y quizás por eso el último proyecto de la banda es bajar a la tierra en cable: a la caza de una explicación que le dé sentido a tanta energía desmesurada, a tanto núcleo caliente.

Foto: Carlos Baglietto

No, los chicos de Vetusta Morla ya no son aquellos adolescentes que a finales de los 90 tontearon con la música y salieron victoriosos; ahora guían a las masas, les convencen con su peregrinaje. El público, amante ferviente del fenómeno, cayó una vez más ensimismado a la humildad de los seis amigos y de la quincena de personas que había encima del escenario, ahí sintiendo fuerte el vínculo, sin soltar el cordón umbilical que conecta la tierra con todos sus elementos. "A nuestros hijos e hijas les saldrán alas, y volarán; y volveremos a brindar por todo lo que se pierde y se encuentra, la libertad, las cadenas, la alegría (...) Volveremos a través de la tierra". El concierto fue una oda a la querida pachamama, a la puchomama por una noche: una celebración de la vida sin mascarillas, ni distancias de seguridad, ni abrazos prohibidos, con más de 60 personas haciendo posible una apología a la amistad, a la música y al amor, conectados al entorno y a la humanidad, con más mujeres en la industria y que cada vez sean más. En este mundo de locos, de insanos, sálvese quien pueda, pero juntos. Y los fascistas, como dijo Pucho, fuera.