El dualismo de René Descartes separó alma y cuerpo. A la manera de una máquina, o de los mecanismos que ponen en funcionamiento a un autómata, el segundo puede ejecutar acciones y movimientos de forma independiente. La primera lo habita, pero básicamente se desentiende de él de cara a concentrarse en el puro pensamiento. Diana, la protagonista de La intrusa (L'Altra Editorial), primera novela de Irene Pujadas, sufre algún tipo de alteración física difícil de precisar (de alguna manera los otros la ven desenfocada, como le pasaba al escritor protagonista de Desmontando a Harry), y siguiendo el razonamiento cartesiano, el problema es interno, ergo corporal, ergo ergo mecanicista (hay que enroscar los tornillos flojos de la máquina).

En un momento en que el concepto de identidad y la búsqueda de la misma está en el núcleo de tantas y tantas novelas, con el resultado de poner el foco en la psicología, la mente o el alma, Pujadas busca la solución a la crisis de su personaje —que la gente de su alrededor da por hecho que tiene que ver con su esencia o naturaleza— con un viaje delirante cuerpo adentro, en los engranajes que lo acercan a un autómata. "Diana odiaba perder el tiempo con los asuntos del espíritu. Las cuestiones intangibles la aterraban. Si un problema no podía solucionarse con cuatro maniobras, no valía la pena malgastar horas de esta breve existencia nuestra". Una reformulación del consejo de la abuela de pueblo de que no hay mal que no se cure con un poco de aire fresco o una buena comida.

La intrusa se puede leer pues como una gamberra y refrescante respuesta a esta cultura nuestra que ha rellenado el mundo de psicólogos, encontrando un coach para cada obstáculo (real o imaginario) y generando toda una industria editorial bajo el paraguas de la autoayuda. En vez de ir al médico o a terapia, Diana se toma una especie de líquido mágico de un cáliz de latón (!!!) servido por una vieja —un toque fantástico, sí, ¿pero no lo son menos, pongamos, los productos de homeopatía?— y entra dentro de ella misma por el ombligo (toda una ironía para alguien que renuncia a mirarse el ídem).

la intrusa irene pujadas

Lo que sigue es una aventura absurda y alocada que inevitablemente invita a la búsqueda de precedentes e inspiraciones —Alicia en el país de las maravillas, Viaje al fondo de la mente, Érase una vez el hombre, Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo..., Del revés—, pero que a la vez formula una cosa bien diferente y personal. Apoyando su desprecio para sublimar nuestro interior, o confirmando su intuición de que es un engranaje no tan lejos del motor de un coche o de un circuito eléctrico, este se revela un sitio bastante caótico y estridente, o aburrido y exasperante, a veces terroríficamente parecido a los peores inventos de la humanidad, como la oficina o el parque temático, donde encima el alma no se deja ver por ningún sitio. En otras palabras, el yo de Diana no es precisamente el teorizado por Aristóteles, Pascal, San Agustín, el budismo o Sigmund Freud.

Contradicción suprema, parece decirnos que no nos preocupemos tanto por eso de nuestra interioridad (o que la observamos con humor en vez de angustia, porque sino probablemente querremos salir corriendo)

Otra disonancia estimulante: la condensación de toda la acción de la novela en las primeras líneas -"He aquí la historia de Diana, la reina de las bobas y las lumbreras, la capitana de los tira pa'lante, una inconsciente de manual"— y el encabezamiento de cada capítulo con un epígrafe que avanza la acción y las peripecias de la protagonista —"Donde la Diana y Fidel aterrizan en la columna vertebral y deambulan sin sentido ni dirección"— nos acerca a los relatos de caballerías, pero después los acontecimientos se encuentran más cerca del teatro del absurdo o del slapstick.

Siendo un libro aparentemente ligero y de voluntad básicamente humorística, La intrusa tiene la facultad de empujarnos a hacer reflexiones muy profundas —pensemos en Los viajes de Gulliver o Cándido— sobre qué somos, y a la vez, contradicción suprema, parece decirnos que no nos preocupemos tanto por eso de nuestra interioridad (o que la observamos con humor en vez de angustia, porque sino probablemente querremos salir corriendo). "Diana había entrado para reforzar algún tornillo, para enmendarse. Se esperaba que todo tendría una apariencia más orgánica, pero visto el panorama desolador de su interior (explotación laboral y burocrática, malas maneras), ahora quería, mucho más simplemente, volver a casa". La próxima vez que te levantes con mala cara, quizás no mires tan adentro, haz una cerveza con los amigos. Quizás la solución radique en hablar de todo menos de nosotros, como la cita de Mercier y camier de Samuel Beckett.