“Ja no queden motoristes ni motos. Fins i tot els paios que em passen perica, quan necessito un parell de grams, me la duen amb patinet. Els camells ara semblen Teletubbies. Cualquier tiempo pasado quizás no fuese estrictamente mejor, però segur que aquells temps no eren tan ridículs com els d’ara”. Este fragmento de su libro, con una frase en castellano sacando la cabeza como quien no quiere la cosa, es lo primero que le leo en voz alta a Víctor Recort (Sant Boi de Llobregat, 1990) cuando llego al bar Bágoa. He quedado con él aquí porque hace pocos meses que ha ganado ex aequo el Premi Documenta 2024 con Els crits (L'Atra Editorial, 2025), una novela que precisamente habla de un mundo, el de los años 2000's, en que seguramente esta taberna que algún día fue gallega era más normal de lo que es hoy, pero también menos decadente y destartalada. En el año 2025 es una especie de oasis de autenticidad en una Barcelona donde todo parece postizo e instagrameable, pero también una ciudad en la cual, de camino hacia la entrevista con un amigo, un patinete eléctrico puede darte un susto de mil demonios en este cruce loco llamado plaza Letamendi. Por suerte, sin embargo, todavía quedan libros capaces de explicar la realidad mejor de lo que realmente es.

Quiero empezar confesándote una cosa que me ha sorprendido: Els crits ha ganado el Premi Documenta y hace casi un mes y medio que está en el mercado, pero exceptuando alguna entrevista, no he sabido encontrar ninguna reseña o crítica en la prensa en catalán. ¿Te sorprende?
Hicimos la rueda de prensa del premio ahora hace un mes, con el posterior boom informativo. Piensa que es una burrada el montón de libros que se publican antes de Sant Jordi, y los medios que tratan como hecho noticiable la publicación de un libro premiado acostumbran a tardar un poco más en profundizar haciendo entrevistas o reseñas. No es una cosa que viva con angustia, sin embargo. En este país el camino hacia Sant Jordi siempre es salvaje.
Ya lo puedes decir: las páginas de los digitales o suplementos de cultura, las semanas previas a Sant Jordi, son una jungla.
Tienes razón. Pero en comparación con mi anterior novela, Pont aeri (Empúries, 2022), esta vez estoy disfrutando de una visibilidad importante. La etiqueta de Premi Documenta ayuda, claro está, pero es que piensa que con aquel otro libro hubo un punto donde yo mismo tuve que contactar con periodistas para que se hicieran eco.
¿Te sentiste incómodo teniendo que perseguir a periodistas culturales a fin de que Puont aeri apareciera en algun lado?
A mí en Grup 62 me trataron muy bien, sobre todo en el proceso previo a la publicación. Jordi Rourera es un editor magnífico. Pero publicar un libro en febrero en un gran grupo es una cosa que tienes que hacer asumiendo que allí tienen caballos de batalla que, con respecto a recursos, te pasarán por delante, y que parte del trabajo de prensa lo tendrás que hacer tú. La crítica más elogiosa del libro me la hicieron en La Lectora, y no me la habrían hecho si no hubiera enviado un DM a Artur Garcia Fuster, a quien no conocía de nada, pidiéndole la dirección para enviarle un ejemplar.
Tú que has trabajado tantos años a medios digitales y que actualmente todavía colaboras con El País, ¿qué es lo que menos te gusta de la prensa cultural en catalán?
¿Lo que menos? Que ocupen espacio en los medios públicos catalanes propuestas culturales hechas en castellano. A mí no me sabría para nada mal que de mis libros solo se hablara en la hoja parroquial de Viladomiu Vell si a cambio no tuviera ver nunca más en TV3 a entrevistados que escriben —o cantan— en español.
¿La Corpo no tiene que dar voz a autores catalanes que escriben en castellano, pues?
Sí. No tengo ningún problema, no he dicho esto. Lo que digo es que, por delante de ellos, tendría que pasar hasta el último fanzinero que hace cosas en la lengua propia del país. Entrevistas al último fanzinero con cresta y dilataciones, y después ya si quieres le pasas el micro a Javier Cercas. Quiero decir: ¿si el sistema de medios en catalán no da voz a los creadores en esta lengua, quienes demonios lo hará?
Lo dice Víctor Recort, que no es exactamente lo mismo que Víctor Parkas. ¿O sí?
No, claro que no es lo mismo.

Por quién no lo sepa, tú empezaste tu carrera literaria en castellano y firmando como Víctor Parkas tu primer libro: Game boy (Caballo de troya, 2019). ¿Por qué después abandonaste una lengua de 400 millones de hablantes para cambiarte el nombre y empezar a escribir en catalán?
En mi casa se hablaba castellano y mi entorno toda la vida ha sido castellanohablante. De hecho, incluso cuando yo me incorporo al movimiento de liberación nacional durante la época del Procés, lo hago desde la simpatía a iniciativas como Súmate. Cuando todo aquello se fue a la mierda, me di cuenta de que estábamos a la intemperie. Además, fue cuando nació mi primer hijo y tenía claro que lo quería educar en catalán. Por lo tanto, no podía seguir escribiendo en la lengua que ejerce diglosia sobre la de aquellos a quien más amo.
Game boy hizo tres ediciones, pero cortaste en seco aquella carrera, a pesar de haberte hecho un nombre como Víctor Parkas.
El libro se publicó en febrero del 2019, en mayo del mismo año salió de imprenta la tercera edición, y en junio decidí escribir exclusivamente en catalán. Cuando Time Out me pidió que colaborara, firmé la primera pieza como Víctor Recort. ¿«Quién cojones es este»?, me dijeron. Ellos habían contratado una colaboración con Víctor Parkas. ¿«Podemos poner a Víctor "Parkas" Recort, para que al menos los lectores sepan quién caray eres»?, me pidieron.
¿Te has arrepentido nunca de haberte pasado al catalán?
Claro que no. Nunca de los nuncas Solo me ha traído cosas buenas.
Por ejemplo, ganar el Premi Documenta a la última oportunidad que tenías, justo antes de expirar el periodo de treinta y cinco años. Déjame decirte, sin embargo, que la novela está tan llena de reflexiones sobre la vida adulta y el misterio de hacerse mayor que no parece escrita por alguien tan joven.
¿Eso te ha parecido?
Sí.
No lo sé, quizás es porque soy hijo único, tengo pocos primos y, por lo tanto, siempre he estado acostumbrado a sentarme en la mesa de los grandes. Mis relaciones sentimentales, las más intensas y las más hondas, siempre han sido, también, con chicas mayores que yo. Por este motivo, supongo, siempre he hecho las cosas un poco antes que el resto de gente de mi edad.
¿Qué dirías que define a Eloi, el protagonista de Els crits?
La incapacidad por hacerse cargo de sus heridas más profundas, a pesar de ser una persona con una proyección pública basada en el ataque directo, al ser siempre quien la dice mayor, al tener la razón y decir aquello que nadie más se atreve a decir.
Eloi es un personaje que tiene que enviar su columna de opinión al medio donde escribe y hace siete borradores diferentes, pero todos empiezan diciendo "El último verano que pasé con mi familia...".
Algunas imágenes de aquel verano están inspiradas en el verano que acabé de terminar el libro, pero sin que los hechos que narro sean exactamente los mismos. Els crits no es literatura confesional ni autoficción, pero sí que utilizo a los personajes para hablar de cosas que me importan y que me atraviesan. En este sentido, la voz de Eloi me ha servido para canalizar reflexiones que llevaba dentro y tenía ganas de poner sobre papel, ya sea la paternidad, la madurez, reflexiones sobre el matrimonio o sobre el egoísmo de cómo nos aprovechamos los unos de los otros cuando la amistad se jerarquiza.
Es complicado ver gente que bordea los treinta hablando de estos temas, hoy en día.
Es que el contenido que teóricamente se dirige al público joven ahora mismo está muy encorsetado. Creo que en muchos casos instrumentalizan a los jóvenes para hablar, y hacerlo de una manera muy concreta, del problema de la vivienda, que es real; de las dificultades en formar a una familia, que por descontado las hay; de los claro. Tiene que haber un punto donde el hecho de asumir que viviremos peor que nuestros padres no nos tendría que hacer renunciar a plantearnos la vida, en aquello fundamental, en unos plazos diferentes de los suyos. Quiero decir: la única cosa de la cual me arrepiento de haber tenido un hijo con veintiocho años es de no haberlo tenido con veintisiete.

Tú trabajaste en PlayGround, el medio digital más exitoso de España y que tenía precisamente en los jóvenes de veintipocos y treinta-largos su target. ¿Cómo viviste que saltara por los aires?
Parecerá impopular lo que diré, pero yo en PlayGround era feliz por una razón muy sencilla: por primera vez en la vida no solo no me tenía que esconder para escribir en el trabajo, sino que me pagaban para hacerlo.
¿Antes te escondías para escribir?
Yo acabo la universidad y empalmo trabajos temporales hasta encontrar uno estable, un trabajo con nómina en un call center. Trabajaba haciendo tareas de atención al cliente en remoto, resolviendo los problemas y las dudas de los clientes por chat. Paralelamente empecé a colaborar con Tentaciones d'El País, y cuando en el call center no había demasiado trabajo, a escondidas de los superiores, escribía artículos.
¿Te pillaron alguna vez?
No, nunca. El sistema está pensado para estar sentado ocho horas en una silla, haya trabajo o no lo haya. Hay quien caza moscas mirando el techo y hay quien se escribe correos a uno mismo para avanzar con un artículo. Siempre he pensado que, para evitar quemarse en el trabajo, es importante tener alguna cosa fuera de él que te motive, que te dé vida, que te haga querer continuar adelante.
Tú y yo nos conocimos después de tu etapa en PlayGround, cuando entraste en el ElNacional.cat haciendo un trabajo que yo también había hecho anteriormente: escribir artículos patrocinados.
Branded content.
Recuerdo que un día te dije: nuestra fuerza de trabajo es escribir con gracia los valores de una marca, de un producto o de lo que sea con el fin de pasarlo por el filtro de la belleza. Y tú me respondiste: nuestra fuerza de trabajo es escribir lo que toque para poder escribir lo que queramos.
Es que es verdad. No escribíamos brandeds porque hubiéramos soñado escribirlos, sino para tener un sueldo que nos permita tener una vida más o menos digna y, a partir de aquí, como decía Montserrat Roig, hacer de mecenas de nosotros mismos. Es decir: disponer de recursos materiales para escribir. Para escribir seriamente.

Leyendo Els crits me he encontrado unos personajes que, a pesar de ser unos criminales, son tan tremendamente humanos que generan incluso ternura.
Trato de no elevarme por encima de mis personajes, de no juzgarlos, ya que lo encuentro muy hipócrita. Quizás solo me dedico a describir aquel tipo de gente que tiene una historia, pero no tiene el espacio ni nadie que lo explique. Todo lo que escribo pivota en gran parte en torno a eso, encuentro: cuando me pongo delante de una hoja en blanco, trato de poner el foco en espacios y en imaginarios que, según mi opinión y muy especialmente en narrativa catalana, todavía están por explorar.
Nadie había escrito una fan fiction de Plats Bruts como es Pont aéri, es cierto. Y nadie había hecho una novela sobre tres estrellas televisivas que podrían ser Xavier Sardà, Martí Galindo i Boris Izaguirre, como es Els crits.
Crónicas Marcianas es difícil de reivindicar porque era demasiado inhumano, demasiado roto. Posiblemente al lector de Els crits le venga a la cabeza este programa, ya que Crónicas es el referente más lícito. Era un late con un equilibrio sórdido entre el humor que hace sonreír y la crueldad de destrozar la vida de la gente que da pavor. Esta dicotomía, claro está, lo hacía un fenómeno fascinante.
La cosa nostra, Les mil i una, después Vitamina N, incluso Set de nit más tarde... Recuerdo que aquellos late nights eran diariamente una caja de sorpresas, como si cada noche se subiera la persiana de un local en el cual nunca supieras qué fiesta se celebraba dentro aquel día.
Cuando teníamos todo eso, delante de la televisión cada noche se sentaban miles y miles de personas que no necesariamente eran catalanohablantes, y ya ni te digo catalanistas o independentistas, pero que diariamente tenían su dosis de relación con una lengua que no utilizaban el resto de las horas de los días.
Eso es lo que hemos perdido hoy, supongo.
El último intento de conseguirlo ha sido Zona Franca, pero no sé si realmente aspiraba a ocupar este espacio, ya que se trataba de un programa que no escondía sus inclinaciones políticas —una cosa que, por otra parte, no supone ningún problema, siempre que tus inclinaciones políticas sean hacer la gara-gara al PSOE de la forma más banal y pasiva que encuentres. También hace falta tener en cuenta que la televisión lineal no tiene la relevancia y el impacto que tenía hace veinte o treinta años, que es el tiempo que ha pasado desde que emitían La cosa nostra, Vitamina N y el resto de programas que mencionabas hace un momento.
¿Crees que puede existir un late night sin la libertad que reclama un late night?
Si este late tiene que emitirlo la televisión pública catalana, lo que se ha puesto de manifiesto es que estará sometido a un control y a un miedo casi tribal por parte de la gente que mueve las cerezas. Eso lleva a una rigidez que rivaliza con la misma esencia de un late: allí no tiene que haber ninguna jaula, y en caso de que la haya, es deseable que constantemente se escapen los elementos. Un late por naturaleza tiene que ser heterodoxo. Es por este motivo que los tres personajes de Els crits son tan diferentes: el Coco es claramente un quinqui conectado con la parte más salvaje de la vida; el Milá tiene una dimensión más hedonista y lujosa; y el Eloi, el narrador, es quizás el eslabón más reflexivo y sensible.
El mundo en un programa; un programa en un libro.
Si así lo quieres resumir, sí.
LEls crits habla de unos late nights que ya no existen el año 2025 y también de una columna de opinión que nunca se acaba de publicar. ¿Hay lugar para el columnismo literario, en la prensa en catalán y el mundo de internet, en el siglo XXI?
Las columnas no han dejado de existir, tú mismo eres un ejemplo, pero lo que ha cambiado es el peso del columnista en la ágora pública. Es un rol que ha perdido influencia y que ya no tiene la capacidad de cambiar puntos de vista. Pero el problema no es eso, sino del articulismo en términos generales: fuera del sector, tampoco tienen mucha relevancia ya las entrevistas en profundidad, ni los reportajes de investigación, ni los perfiles.
Tanto Pont aeri como Els crits tienen el tono crepuscular y nostálgico de un mundo que ya no existe, de un pasado que ya ha cerrado su ciclo de vida, sea una sitcom o un late en el cual convivían matones y escritores de renombre.
Recuerdo a Empar Moliner hablando de depilaciones encima de la mesa del Crónicas. Me sigue pareciendo fuertísimo que una autora de Cuadernos Crema estuviera compartiendo espacio con Paco Porras y Yola Berrocal. Esta indistinción entre alta y baja cultura, y dirigida a un público masivo, me obsesiona profundamente.
Ser un escritor con prestigio literario y a la vez tener espacio mediático en la televisión parece un oxímoron, hoy. ¿Crees que el futuro de la literatura catalana puede llegar a ser marginal, dentro de veinte años?
Tal como está el mundo, no puedo avistar el futuro a seis meses vista. ¿Si será marginal, eso que hacemos? La cuestión pasa más por dejarse la piel para que no lo sea, no dejar de oponer resistencia, hacerlo hasta el final. Últimamente, sin embargo, cuando pienso en términos de futuro, no lo hago tanto centrando las proyecciones en mí mismo como en el futuro de mis hijos. Sinceramente, pienso más en las eventualidades de una guerra de alcance mundial que en si La Setmana del Llibre en Catalán volverá o no al Moll de la fusta. Con un amigo librero siempre hablamos que si todo sigue escalando y algún día hay unas Brigadas Internacionales, la única cosa que nos haría renunciar a alistarnos, y al mismo tiempo la razón más poderosa para hacerlo, sería el hecho de tener hijos.
¿Y qué más amas, aparte de tus hijos?
La libertad que me da escribir narrativa.
¿Y si dentro de veinte años ya no existen las novelas?
Eso no pasará. ¿Nos jugamos alguna cosa?
No.