Prima Facie, de la dramaturga y abogada australiana Suzie Miller, saltó de Sidney (2019) al West End (2022) y Broadway (2023), y por todas partes recogió un buen puñado de premios. La producción española, con dirección de Juan Carlos Fisher, se estrenó el pasado agosto en Teatros del Canal, con un éxito rotundísimo tanto de crítica como de público, y ha llegado ahora al Teatro Poliorama, donde se podrá ver hasta el 22 de junio.
Este montaje viene a corroborar el compromiso de la escena contemporánea con el feminismo y la denuncia de la violencia sexual
Este montaje viene a corroborar el compromiso de la escena contemporánea con el feminismo y la denuncia de la violencia sexual: este año han pasado por la cartelera catalana obras como Jauría de Jordi Casanovas, la trilogía de Queralt Riera sobre el abuso o Muda de Marina Guiu.
Velocidad y listeza furtiva
Victoria Luengo interpreta a Tessa Ensler, una brillante abogada penalista que, de la noche a la mañana, pasará de ejercer como defensora de presuntos criminales a ser parte demandante. Con una energía inagotable, que modula a la perfección, la actriz transmite la inteligencia y agudeza que caracterizan al personaje, del todo tensado hacia su objetivo, como un cazador sobre la presa. Describe y escenifica al mismo tiempo, con gran dinamismo, los juegos de estrategia en los juicios, y la vemos alerta, toda ella concentrada en identificar presunciones, sobrentendidos, equívocos. El texto mismo, que habla de endurecer los músculos y prepararse para la contienda o la carrera –en el hipódromo judicial–, le exige a la intérprete velocidad y una listeza furtiva, tanto con respecto al movimiento como a la enunciación.
Con una energía inagotable, que modula a la perfección, Victoria Luengo transmite la inteligencia y agudeza que caracterizan al personaje, del todo tensado hacia su objetivo, como un cazador sobre la presa
Sin duda es por su instinto de competición y por su dominio del escenario judicial que Tessa es cada vez más requerida para asumir casos difíciles, en particular de abusos sexuales. Parece que, hasta entonces, no le ha supuesto ningún problema ético el hecho de defender a presuntos violadores. Como abogada, su función consiste en narrar la mejor versión de los hechos: no existe más verdad que la legal –afirma una vez y otra–. Para explicitar su rol de hábil interrogadora de testigos|, habla en dirección a una silla vacía que después, en la segunda parte, ocupará como víctima. La acertada escenografía de Lua Quiroga Paul consiste en un receptáculo blanco e impersonal que, decisivamente intervenido por el diseño de luces de Ion Anibal López, contiene los diferentes estados por los cuales pasa el personaje, realzados también por el espacio sonoro de Luis Miguel Cobo.
En el primer tramo, la letrada nos habla sobre todo de su trabajo, pero el monólogo consta también de efectivos saltos en el tiempo que nos permiten hacernos una idea de su procedencia socioeconómica; remontarnos a su primer día de universidad; e, incluso, conocer detalles de las noches de celebración, así como de un par de encuentros íntimos con el hombre que acabará siendo su agresor: un colega del bufete, hijo de un abogado asesor de la Corona británica. La agresión sexual se convierte en el punto de inflexión que marca un antes y un después, e imprime un cambio sustancial tanto en el ritmo como en el tono y el lenguaje corporal. Caemos rendidos delante de la filigrana de interpretación de Luengo, por el miedo, la angustia y la paralizadora impotencia que transmite. El público, a ratos ficcionalizado como jurado, sufre por ver a Tessa así: insegura, desarmada y revictimizada bajo la cruda, inquisitorial luz blanca.
Una catártica transformación
El hecho de que no la veamos como una víctima desde el principio, sino como una profesional esplendorosa, adicta a la adrenalina y sin muchos escrúpulos, constituye todo un acierto, porque desactiva cualquier tentación o prejuicio de leer la violencia sexual hacia ella como una especie de predestinación social. Contra todo pronóstico, se encontrará en la situación de contemplarse a sí misma como víctima, objetivándose disociada. Si bien es consciente de la clase de la que procede, no se da cuenta de la desventaja que sufre hasta que no se encuentra en el papel de demandante de verdad. Lo que sí parece que se le despierte de manera repentina –y eso resulta poco creíble, por el momento histórico en que nos encontramos– es la conciencia feminista. Y la sororidad.
La competitiva abogada acaba sufriendo en carne propia la violencia institucional y la revictimización en el ámbito judicial
“El sistema al que he dedicado mi vida ha sido convocado por mí”. Y así es como Tessa acaba sufriendo en carne propia la violencia institucional y la revictimización en el ámbito judicial. Percibe cada pequeña maniobra condescendiente o aduladora por parte del abogado que la interroga. La reprobación íntima, visceral, que experimenta hacia las preguntas que le hace –en busca de incongruencias en el relato de los hechos– no deja de reflejar una especie de vergüenza retrospectiva por su propia actuación como letrada en tantos interrogatorios insidiosos. Ahora se da cuenta de que la violación es un crimen contra la persona: hace tambalearse sus fundamentos. Por eso –concluye–, la prueba de evidencia no puede ser ofrecida con una pulcritud sin fisuras.
La sólida construcción textual de Miller y la descomunal actuación de Luengo, dirigida por Fisher, impactan fuertemente el público
Aún fragilizada, Tessa consigue recuperar la tenacidad y la elocuencia para argumentar la necesidad imperiosa de reformar el sistema judicial. Ahora ya no es una mera detentora de la "verdad legal": su relato está atravesado por una dolorosa vivencia. El alegato final, fuertemente efectista, no repercute en el veredicto del jurado, pero resulta revelador en términos de conflicto dramático. Haciendo honor a su nombre, la intérprete escenifica la victoria de "el instinto legal" –y actoral– en el Poliorama. La sólida construcción textual de Miller y la descomunal actuación de Luengo, dirigida por Fisher, impactan fuertemente el público, que, en la medida en que abraza la catártica transformación del personaje, es llamado a la reflexión y la auto-revisión crítica.